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El regreso del analfabetismo

Una clase al aire libre en el Instituto-Escuela de la Institución Libre de Enseñanza, en 1933.
31 de diciembre de 2024 19:13 h

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En el año 1975 los españoles iban al colegio, de media, unos 9 años. Solo uno de cada tres terminaba la enseñanza primaria. Debía ser bastante evidente para los gobiernos de entonces que un país donde la mayoría de la población era analfabeta funcional y no podía realizar operaciones matemáticas más allá de las más básicas, no iba a poder incorporarse a la modernidad que llegaba de Europa sin ayuda.

Por eso el último cuarto del siglo XX en España se puede entender como un colosal ejercicio de alfabetización que incluyó las bibliotecas, las instituciones culturales, los medios de comunicación -públicos y privados-, los museos, las exposiciones universales y la creación de una red entera de oficinas y despachos que hacían de traductor entre los ciudadanos y los trámites administrativos que requería una sociedad moderna. Desde las gestorías hasta las oficinas de la administración se pusieron en marcha iniciativas de todos los colores para que la gente no solo entendiera el futuro que estaba llegando, sino que se sintiera invitada y protagonista de ese nuevo tiempo. Para que el futuro fuera para todos.

Hoy la realidad está cambiando, yo diría que mucho más deprisa que en aquel momento y, sin embargo, nadie parece preocuparse por que la mayoría de las personas se sientan invitadas al mundo que está por venir.

No hemos creado nuevas instituciones donde la gente pueda acudir a aprender. Más bien al contrario: las instituciones “culturales” siguen enseñando lo mismo que enseñaban en 1980. Hoy es infinitamente más fácil acceder al ballet o a la zarzuela con el apoyo del Estado que a la inteligencia artificial o al análisis de datos. Si uno quiere hacerse experto en un compositor checoslovaco del siglo XVIII va a encontrar muchos más recursos a su alcance que si quiere aprender ciberseguridad, aunque sea la más básica.

De manera que muchos conocimientos que son imprescindibles para vivir en el siglo XXI, como la seguridad digital, o los idiomas, o las destrezas para la comunicación online, no están al alcance de todo el mundo.

De manera que estamos siendo testigos del regreso del analfabetismo. Caminamos como zombies hacia un mundo donde unas pocas personas sabrán todo lo necesario para conducirse en la sociedad, pero la mayoría vivirá con la misma sensación de no entender nada que debía tener mi abuela cuando llegó a Madrid desde un pueblo paupérrimo con 18 años. Como si el mundo fuera un ente incomprensible e inaprensible.

Como consecuencia, cada vez más gente tendrá la percepción -y estará en lo cierto- de que está sola frente a lo desconocido, de que el mundo cambia, pero ellos no están invitados. De que se están quedando atrás.

Y seguro que sería una responsabilidad del Estado poner las condiciones para que esto no estuviera ocurriendo pero, en el pasado, ha sido la sociedad civil quien primero ha tomado las riendas de la alfabetización. Ocurrió a principios del siglo XX con la Institución Libre de Enseñanza y las Misiones Pedagógicas, con los ateneos y con La Barraca. Ocurrió también en los años 80 con la cultura y, en gran medida, con los editores de la televisión pública y de los primeros medios de comunicación democráticos, que se echaron al hombro la tarea de explicar el mundo a sus audiencias. No hay más que pensar sobre la cantidad de contenidos “educativos” que había en la televisión en los años 80 para darse cuenta del tamaño del esfuerzo que se hizo aquellos años.

Ocurrió, por supuesto, con una generación de profesores y profesoras que hicieron de la alfabetización de una sociedad entera su proyecto de vida. Y que seguramente tuvieron que hacer un esfuerzo permanente ellos mismos por aprender cosas nuevas cada día para enseñar a los demás. 

¿Podríamos replicar ese mismo esfuerzo en 2025? ¿Podemos hacer el ejercicio de corresponsabilidad desde las empresas, desde los colegios, desde las asociaciones y desde los medios de comunicación? 

Hay buenos ejemplos para inspirarnos, como la iniciativa que ha puesto en marcha el gobierno de Finlandia, que hace algunos años lanzó este curso abierto a toda la población para aprender los básicos de la inteligencia artificial (que, por cierto, es un curso accesible a cualquier persona y se puede cursar en castellano). O las plataformas de aprendizaje gratuito Futurelearn y edX, que recopilan cursos de las principales universidades del mundo (estos la mayoría en inglés). 

Pero que los recursos para aprender existan en Internet, por si mismo, no solucionará este problema. La solución vendrá si las comunidades -como puede ser un grupo de trabajadores, un AFA o la comunidad de socios de un diario o, incluso, los trabajadores que se están jubilando estos años con mucha energía en el cuerpo para hacer cosas nuevas- se comprometen con esa alfabetización y la aterrizan en una experiencia de aprendizaje colectiva. 

Y es que seguramente nadie hubiera aprendido sobre teatro, ni sobre danza, ni sobre música clásica, si no hubiera habido una experiencia comunitaria y de país en torno a todos esos aprendizajes. El desarrollo de la democracia en España fue indivisible de aquel proceso de alfabetización. Alfabetizar, dar a todas las personas un nivel de conocimiento suficiente para estar en sociedad, es el mínimo común de la convivencia y, al contrario, ninguna democracia puede sobrevivir sin que la mayoría sienta que tiene acceso y está invitada a participar en el mundo que está por venir.

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