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Repetir elecciones: ¿nos hemos equivocado los ciudadanos al votar?

Los ciudadanos votan. No creo en interpretar de forma general la suma de decisiones individuales que supone cada acto de depositar la papeleta. Pero sí en gestionar los resultados. Cuando ha habido mayorías claras, ha sido fácil. Tras el 20 de noviembre, cuya resultante entraba en lo previsible desde hace muchos meses, lo único claro es que hay una mayoría a favor de que cambien muchas cosas. No estamos ante una patología, sino ante una mutación. Pero corresponde a los políticos gestionar la situación creada. Trasladar su incapacidad de entenderse al electorado es como decir a los ciudadanos que se han equivocado al votar, y que cambien. ¿Y si no cambian? Lo que tiene que cambiar es la forma de hacer política. Simplemente, como en tantos países de Europa.

Si en Alemania hay una gran coalición entre democristianos y socialdemócratas es porque era la única fórmula político-aritmética posible. Merkel, se acercó a la mayoría absoluta. Pero consciente de que necesitaba una mayoría clara en unos tiempos alemanes, europeos y globales complejos, entabló negociaciones con los socialdemócratas, que lo entendieron, y llegaron a un detallado programa de gobierno (por el que los democristianos han hecho suyos muchos postulados socialdemócratas). A nadie se lo ocurrió que se pudieran repetir elecciones, ni el sistema lo facilita. En otros países de nuestro entorno hay coaliciones a menudo extrañas, que parecen contra natura. Impera la cultura del pacto, de la coalición y de que los resultados electorales los tienen que gestionar los políticos que para eso, entre otras cosas, son pagados por el erario público.  

Si hay algún mandato, como decimos, es para el cambio. Y hay una agenda suficiente en la que muchos coinciden, desde la reforma de algunas leyes o el Reglamento del Congreso (se puede hacer rápidamente, incluso antes de la investidura del presidente del Gobierno, no así otras leyes), hasta la de algunos aspectos de la Constitución. Esencial es la reforma del sistema electoral, aunque no sea fácil lograr un acuerdo al respecto. También, las políticas sociales y la educación. Fundamentar un amplio acuerdo sobre “la unidad de España” no lleva a ninguna parte, y menos ante lo que está ocurriendo en Cataluña. La conjunción de las elecciones del 27S en Cataluña, de los resultados de las generales y del espectáculo de las negociaciones de Junts pel Sí con la CUP para la investidura de un devaluado Artur Mas, han cambiado la situación, incluso si en el último minuto este logra ser investido. Aunque el tema no se irá. Podemos y sus aliados como Ada Colau lo entendieron bien: entre los catalanes, hay una mayoría en contra de la independencia de Cataluña, pero abrumadora a favor de una consulta sobre ella.

Además, ¿unidad de España cuando el PSOE se está transformando en un partido del sur habiendo perdido esa otra base esencial, la catalana, en la que, además, el PP es marginal, y parte del norte?. La idea de España hay que alimentarla de otra manera. No “contra”. ¿Se ha olvidado lo del sugestivo proyecto de vida en común?

Las dinámicas internas en cada partido están dificultando un acuerdo. Lo peor es que parece que para muchas las negociaciones que se están abriendo (esto está empezando), no están encaminadas a lograr una investidura, gobierno y un programa de legislatura (corta o larga), sino que son ya parte de una nueva precampaña para una nueva convocatoria electoral. Todos toman posiciones. Y ninguno quiere aparecer como responsable de la falta de acuerdo.

Rajoy está tentado de acelerar una primera votación sobre su investidura (para la que necesitaría mayoría absoluta), para forzar una negociación ya al borde del precipicio de la convocatoria de elecciones generales al empezar a correr el del plazo de dos meses para otras votaciones (mayoría relativa), aunque hoy por hoy la aritmética no acompañe. Sabe que una vez investido será difícil desalojarle dado el sistema de moción de confianza constructiva. Además, casi no necesitaría legislar, sino gestionar, en un año, dado que los presupuestos de 2016 están aprobados (esa fue una razón principal de las prisas por pasarlos antes de disolver). Y esperar que la mejoría de la situación económica (aunque el entorno europeo e internacional no es nada bueno) siga avanzando y le beneficie ante unas elecciones anticipadas. También para controlar su sucesión al frente del PP, pues no parece querer aún retirarse para dar paso a otra opción. Y, como otros, no quiere aparecer como el responsable de forzar unas nuevas elecciones, que pueden producir un resultado parecido si no hay cambio de candidatos. Además, se trata de enterrar políticamente (judicialmente es otra cosa) el tema de la corrupción pasada en el PP. Su oferta de un gobierno PP-PSOE-Ciudadanos ha sido una apertura inteligente, aunque será difícil si Rajoy sigue al frente, como afirma que pretende.

El PSOE, por su parte, está en una situación imposible. Cree que si pacta con Podemos, debido a la exigencia de este de un referéndum en Cataluña, perderá la mitad de su electorado. Y si pacta con el PP, perderá otra mitad y la oposición quedaría en manos de Podemos y nacionalistas varios. Pero en muchos ayuntamientos y comunidades autónomas, depende del apoyo de Podemos y otras fuerzas. A Ximo Puig en la Comunidad Valenciana, ya le están dando un aviso los de Compromís. En Castilla La Mancha, el Gobierno del PSOE se apoya en Podemos, etc. Pero el ataque contra Sánchez cuando se está abriendo una negociación para la gobernabilidad de España, y sin que detrás haya confrontación de ideas sino luchas personales, están llevando al PSOE al suicidio. Incluso con la paz impuesta por la perspectiva de nuevas elecciones en Cataluña, el daño que el PSOE se ha auto infligido es ya enorme. Poca duda cabe de que es un partido necesario pero necesitado de una profunda refundación (como buena parte de la socialdemocracia europea). La España activa y creativa se ha alejado del PSOE.

Podemos y sus aliados, esperan que la fruta madure. Han acertado en términos de campaña, como decimos, con su no a la independencia pero sí al derecho a decidir, en Cataluña, Euskadi y Galicia. Y aunque tienen unas alianzas difíciles de gestionar para un partido que aún está en proceso de creación, saben que unas nuevas elecciones les favorecerán (también lo sabe Bruselas y el mundo económico).

Ciudadanos cometió un error en la campaña con el tema de la violencia de género que no supo gestionar. Y Rivera en la última semana empezó a acusar un deterioro en su propia imagen. Unas nuevas elecciones no le favorecerán, salvo que una parte del voto del PSOE se vaya a ellos.

Todos han de comprender que la situación ha cambiado. El PP ha perdido 3,6 millones de votos desde las elecciones de 2011. El PSOE, 1,4 millones, y más de la mitad de los votos que tuvo en 2008, con un reparto territorial muy diferente. El bipartidismo ha pasado de un 83,81% en 2008, a un 73,26% en 2011, y a 50,73% en 2015. Y mientras han nacido Podemos, Ciudadanos, ha subido Compromís y Esquerra, además de las mareas y confluencias diversas. IU ha mermado sus votos.

¿Y en Cataluña, se dirá? También hay alternativas a unas nuevas elecciones. Una mayoría de izquierdas, como propuso el líder de los socialistas catalanes, Miquel Iceta. O que Artur Mas, que se presentó –otra rareza- como número tres de la lista ganadora renuncie a intentar su investidura para dejar el paso a otra u otro, como le piden ERC y la CUP. Mas ha destrozado CiU, que ha pasado de algo más de un millón de votos en 2001 a, ahora como Democracia i Libertat 565.000 (630.000 si se le suma Unió). Otro efecto del cambio.

Se requieren soluciones a la vez imaginativas, eficaces y generosas. Pero no nos hagan volver a votar, para decirnos a los ciudadanos que nos hemos equivocado. Hagan los políticos su trabajo. Déjense de rayas rojas y empiecen a buscar y pactar rayas verdes. Que hay suficientes para, al menos, dos años de trabajo.