El paladín de las libertades Pablo Casado está empeñado en que el presidente Sánchez proclame a los cuatro vientos que Cuba es una dictadura. El jefe del Ejecutivo ha afirmado que Cuba “no es una democracia”, pero al líder del PP le parece insuficiente. “Señor Sánchez, repita conmigo: Cuba es una dictadura. No pasa nada con decirlo”, ha insistido.
No nos engañemos: a Casado le importa un comino la suerte de Cuba y la calidad de la democracia. Lo que busca es aprovechar cualquier circunstancia –en este caso las protestas sociales en ese país del Caribe- para arremeter contra el presidente por cuenta de su alianza con Unidas Podemos, dentro de una ofensiva implacable de deslegitimación del Gobierno que comenzó en el mismo instante en que Sánchez puso el pie en la Moncloa. Casado sabe, o debería saber, que el PSOE pertenece a la familia ideológica de la socialdemocracia, que hace más de un siglo protagonizó una ruptura traumática con la internacional comunista. Y que si el presidente Sánchez evita proclamar que Cuba es una dictadura no es porque no crea que lo sea, sino porque prefiere por encima de cualquier consideración mantener puentes con ese país (lo cual sería un argumento razonable tratándose de un miembro de la comunidad iberoamericana). O porque no quiere contrariar a sus socios de Gobierno. O porque sencillamente no quiere darle el gusto a Casado. O por todo a la vez, vaya usted a saber.
Cuba es una férrea dictadura con 62 años de antigüedad, que ha sobrevivido a un intenso bloqueo económico y a varios intentos de invasión por parte de Estados Unidos. El anterior presidente de este país, Barack Obama, emprendió una nueva etapa de relaciones con la isla, que, según los expertos, tenía más probabilidades de conducir a su democratización que todas las políticas aplicadas hasta entonces por la primera potencia. Pero el proceso se vio interrumpido por Donald Trump, ese energúmeno admirado por el PP que demostró a lo largo de su mandato la escasa consideración que siente hacia la democracia, comenzando por la de su propio país. Ahora bien: la represión que estamos viendo estos días en Cuba no es un fenómeno exclusivo de dictaduras. En Chile y Colombia, países con democracias formales, se han producido recientemente actuaciones policiales de tal brutalidad que han merecido duros reproches incluso de un organismo tan mesurado y ecuánime como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Un buen demócrata debe censurar todas las represiones, vengan de donde vengan, y no a la carta, como hace el PP. Un buen demócrata debe abogar por la democracia en todas partes, no solo donde haya regímenes que nos caigan mal.
Dicho lo cual, entremos en el juego que propone el líder del PP.
Repita conmigo, señor Casado: 'El fundador del PP, Manuel Fraga, fue cómplice de la dictadura cubana'. En 1991 fue recibido con honores de Estado en Cuba. Al año siguiente recibió con gran fanfarria a Fidel Castro y, en medio de alegres partidas de dominó y amistosas libaciones de queimada, brindó con este “por la independencia y el progreso de Cuba”.
Repita conmigo, señor Casado: 'José María Aznar, el gran timonel del PP, fue cómplice del dictador Fujimori'. En visita a Lima en septiembre de 1998, apenas cinco meses después del autogolpe del presidente peruano y en medio de graves violaciones de derechos humanos en el país andino, el mandatario español afirmó: “Hay organizaciones que han reconocido avances en la defensa de derechos humanos en Perú. Lo que yo deseo es que siga avanzando sólidamente en ello. Es un comienzo muy satisfactorio”. Fujimori ya era objeto de denuncias por respetados medios y organizaciones internacionales. Hoy se encuentra preso por una larga ristra de delitos, entre ellos violación de derechos humanos, corrupción y usurpación de funciones.
Repita conmigo, señor Casado: 'Aznar fue cómplice del tirano Gadafi, conocido patrocinador del terrorismo internacional'. En 2003, cuando el dictador libio se encontraba aislado por la comunidad internacional, el presidente español lo visitó en el marco de una operación para lavar su imagen dentro de la enloquecida guerra contra el terrorismo de George W. Bush. Ante la incongruencia que suponía apoyar al régimen libio mientras se abogaba por el aislamiento de Cuba, el recordado periodista Peru Egurbide preguntó a Aznar: “¿Por qué Cuba no y Libia sí?”. Y el presidente respondió sonriente, con la soberbia de quien maneja los arcanos de la realpolitik: “¿Por qué Cuba no y Libia sí? Porque Libia sí y Cuba, no”. En una conferencia en la Universidad de Columbia en 2011, Aznar recordó así la conversión de Gadafi en “amigo” de Occidente: “No es estúpido. Lleva en el poder desde 1969. Pero en 2003 pensó: 'Esta gente [EEUU] invadió Irak y ahora pueden venir aquí y a lo mejor hacen cambio de régimen en Libia”. El dictador libio entendió, pues, que para mantener su régimen despótico debía llevarse bien con Bush y sus aliados, según el descarnadamente sincero relato de Aznar. Pocos meses más tarde, una insurrección popular derrocó y ejecutó a Gadafi.
Repita conmigo, señor Casado: 'Emiratos Árabes Unidos, donde el rey emérito Juan Carlos I vive su exilio dorado, es una dictadura'. La Unidad de Inteligencia de The Economist (EIU), revista nada sospechosa de izquierdismo, elabora un ranking de calidad democrática en 167 países. En la categoría de “regímenes autoritarios” aparecen el muy alabado Catar, Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Rusia y China, los cuatro últimos por debajo incluso de Venezuela y Cuba. Por favor, señor Casado, usted que es tan exigente en que las cosas se llamen por su nombre, salga al balcón de Génova y grite a todo pulmón que estos países son una dictadura. No creo que pase nada con decirlo. ¿O sí?
Repita conmigo, señor Casado: 'El PP es cómplice de las violaciones de derechos en Hungría'. El 8 de julio pasado, 12 de los 13 eurodiputados del PP (con la digna excepción de Esteban González Pons) se abstuvieron en una dura resolución contra el Gobierno ultra de Víktor Orbán por la aprobación de una legislación homofóbica que vulnera los valores y principios más básicos de la UE. La resolución salió adelante con el apoyo de 459 eurodiputados de prácticamente todo el arco parlamentario; votaron en contra 147, todos miembros de la ultraderecha europea, y se abstuvieron 58, entre ellos los 12 diputados del partido hispano que se proclama defensor de las libertades.
Por último, y no menos importante, repita conmigo, señor Casado: 'El franquismo fue una dictadura'. La Guerra Civil no fue “un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia”, como usted señaló quizá en un desafortunado desliz, sino un alzamiento militar contra una democracia.
Repita también, pero con convicción y no por un arrebato de ira en una moción de censura que le disgustaba: 'Vox es una amenaza para la democracia'. En la Europa más avanzada los partidos como Vox son aislados por los demócratas, mientras que en España son aliados del principal partido de oposición: el suyo.
Finalmente, repita conmigo: 'España es hoy una democracia'. El Gobierno de Sánchez, como los que lo han antecedido en esta etapa, es legítimo, aunque no le guste. Las últimas elecciones fueron limpias, aunque usted las haya perdido. A ver si entiende que su campaña permanente de deslegitimación del Gobierno, más allá de si debilita o no a Sánchez, causa un daño irreparable a la democracia.
Le aseguro que si repitiera conmigo todas estas cosas, la gente se lo tomaría un poco más en serio cuando exija al presidente Sánchez que califique de dictadura a Cuba.