La nueva temporada televisiva vino con algunas historias de siempre, como la habitual falta de diversidad racial de las televisiones españolas, y con la rivalidad entre ‘El Hormiguero’ y ‘La Revuelta’ como plato fuerte del año. En los días previos al estreno el programa de David Broncano, el equipo insistía en que el formato sería el mismo de siempre, y así fue, pero en el segundo programa hubo un cambio cuando se añadió una tercera a las dos preguntas clásicas sobre el dinero y las relaciones: ¿Eres más machista o más racista?
La pregunta me gusta por varios motivos. Asume la realidad de que todos reproducimos el racismo y el machismo, incita a mojarse y además puede abrir la puerta a reflexiones que, según la persona entrevistada, pueden ser importantes en una televisión pública que incluso en el más puro entretenimiento tiene un papel de hacer mejorar la sociedad, también en cuanto a la siempre olvidada población racializada y migrante en España.
Pero lo llamativo de las respuestas para saber si uno es más machista o racista ha sido que la mayoría de invitados hasta la fecha, ante esa tesitura, no dudan en reconocerse más machistas que racistas. Nunca al revés. De hecho entre quienes han respondido, como Najwa Nimri, DjMaRiio, la secuencia es la misma: negar tajantemente cualquier racismo para después admitir algo de machismo en sus prácticas vitales. Probablemente la respuesta sea parecida si planteamos a la gente a nuestro alrededor en cuál de las dos discriminaciones se reconocen más. Eso nos lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿Por qué nos es más fácil reconocernos como machistas que como racistas?
En mi opinión se debe fundamentalmente a la falta de reconocimiento en la sociedad española del racismo estructural y su aplicación real en la vida cotidiana. Aún pensamos en el racismo solo como un acto de violencia física o verbal, como los insultos a Vinícius Jr o el asesinato de George Floyd. Nos cuesta ver la cotidianidad del racismo en los discursos políticos y sociales, en las veces en las que se niega un alquiler a una persona racializada o en la creciente segregación escolar por origen y clase social.
Por comparación, la pedagogía feminista ha calado en mayor profundidad en una sociedad española que, aún con sus retrocesos, entiende que el machismo va más allá de los asesinatos por violencia de género y que se encuentra hasta en el más mínimo detalle de nuestras vidas cotidianas.
Recientemente en otro espacio de preguntas clásicas como es la encuesta del CIS, se señalaba que la inmigración era la mayor preocupación de los españoles, por encima de clásicos como el paro o los políticos. Uno de cada tres ciudadanos ve la llegada de personas migrantes como un fenómeno negativo. Lo curioso es que cuando se preguntaba a los encuestados qué problema les afecta más personalmente, la migración caía al quinto lugar. No hay mayor prueba de que esta preocupación ha sido creada en los despachos políticos de todas las derechas y de ciertas izquierdas.
El gran problema de España es que el racismo lo aprendemos, lo promovemos y no lo reconocemos como un problema propio, en un patrón que repetimos en la encuesta del CIS o con la nueva pregunta clásica del programa de David Broncano. En las respuestas a ambas preguntas hay un denominador común. En el CIS percibimos la migración como un problema, pero no somos capaces de reconocer ni siquiera cómo nos afecta en la vida cotidiana, y mucho menos las consecuencias que tiene para las propias personas migrantes. En ‘La Revuelta’, aunque el presentador ponga en bandeja hacerlo, se nos complica reconocernos como parte del problema del racismo.
Hasta la publicación de este artículo, la respuesta a Broncano que más me gustó fue la de Juan José Millás. “Si me tuvieran que vender como producto envasado, me conformaría con que pusiera que podría contener trazas de machismo y de racismo”. Nada mejor que reconocernos primero como parte del problema, trabajar después en las soluciones y terminar respondiendo a la siguiente pregunta clásica: ¿Te consideras antirracista?