Podemos es un fenómeno revolucionario que ha venido para quedarse, y quien piense que se trata de algo pasajero, fácil de frenar o reprimir, hace un ejercicio de soberbia tan irracional como estéril. Podemos representa el fin de un régimen caduco que la crisis ha dejado al desnudo. Es una oportunidad histórica de empoderamiento para quienes se han movido en los márgenes del sistema, y canaliza, en cierto modo, el hartazgo y la rabia de mucha gente. Es un auténtico tsunami político de efectos muy palpables, y su acierto, hoy, va más allá de su excelente comunicación política o de su novedoso juego de palabras.
Ahora bien, Podemos puede desinflarse o generar una decepción masiva y devastadora, si no gestiona bien algunos de los retos que tiene por delante.
Para empezar, habrá de solventar adecuadamente sus diferencias internas, sin renunciar ni al debate, ni al consenso. Hasta el momento, el grupo promotor, liderado por Pablo Iglesias, ha dado pocas muestras de generosidad política, tanto por lo que hace a las propuestas del equipo de Echenique, como frente a la mano tendida de Izquierda Unida. Cuando Pablo Iglesias dice que el perdedor en una contienda política ha de echarse a un lado, o identifica los consensos con la cocina de la vieja política, apuesta por una estrategia de confrontación que poco tiene que ver con lo que la gente espera y necesita. Lo que la gente quiere son partidos que no se devoren a sí mismos en eternas carreras por el caudillaje; la gente quiere liderazgos más horizontales y deliberativos, no líderes carismáticos, verticalistas y patriarcales.
Resulta también preocupante que el grupo promotor de Podemos opte tan claramente por la eficacia frente a la democracia, incluso que pueda llegar a ver ahí una tensión entre dos polos. Fue la democracia lo que se fortaleció con el espíritu quincemayista, con el debate en las calles, con las Mareas, con las Marchas por la Dignidad…y no se trata de volver ahora al sofá a esperar que Podemos o cualquier otro solucione eficazmente nuestros problemas. La política es estrategia y eficacia, claro, pero tiene que ser también deliberación y participación de calidad y desde abajo. Esto es algo que no debe perderse de vista porque tiene una importancia capital.
Puede que la democracia bien entendida exija bastantes tardes libres (como el socialismo de Oscar Wilde), pero muchos prefieren luchar por disponer de tiempo y herramientas para discutir, antes que delegar en otros a fin de dedicarse a “sus” labores. Si en España hoy puede hablarse del nacimiento de una nueva política es porque son muchos los que han querido implicarse en la redefinición de las reglas del juego, más allá de lo que supone ejercer el voto cada cuatro años, participar de consultas puntuales para contestar sí o no, o decidir entre alternativas definidas desde arriba. Ha sido, precisamente, esta última forma de concebir la política la que ha fortalecido la democracia business que padecemos hace décadas, fruto del comportamiento de los partidos como empresas en liza, y de los electores, como voraces consumidores. Con la conflictividad social de estos años, un buen número de ciudadanos se ha lanzado a debatir, a hacer política desde los movimientos, y ha recuperado, de este modo, su sentido de la ciudadanía. Y, desde luego, los círculos de Podemos han fortalecido esta dinámica. De hecho, el municipalismo que ahora vemos reproducirse por todo el territorio español, es, en alguna medida, una parte de este proceso. Un municipalismo que ofrece a la gente un foro descentralizado y deliberativo, y que, por cierto, no es ni más ni menos susceptible al arribismo que cualquier otro espacio político.
Así que, pragmatismo sí, por supuesto, pero en su justa medida, y evitando la desideologización y los posibilismos, no vaya a ser que acabemos eliminando la conflictividad social, sin resolverla, y que lo hagamos por la misma vía rápida que se ha venido utilizando desde tiempo inmemorial. En fin, hay que tomar el cielo por asalto, pero eso algo que no se consigue con atajos, sino con una ciudadanía empoderada, educada en arduas discusiones y en difíciles consensos.
Y, finalmente, un reto más para Podemos. Genera cierta perplejidad todo lo que el grupo promotor no dice; las temáticas ausentes, no en los círculos, ni en las bases, sino en el discurso oficial. ¿Qué piensa el grupo promotor del aborto? ¿Y de los derechos de las mujeres? ¿Es ecologista o, más bien crecentista? ¿Qué piensa de la inmigración, de la valla de Melilla, del concordato con la Santa Sede, o de la República? Nos lo podemos imaginar, pero saberlo no lo sabemos. Aunque el pensamiento político fuera un pack (algo que no corrobora la práctica política repleta de contradicciones), conviene desbrozarlo y explicarlo, definirse y asumir los posibles desencuentros que se deriven de eso. Lo contrario, por más que pueda responder a una buena estrategia electoral, también tiene sus costes electorales, y, sobre todo, exige una adhesión mecánica de la ciudadanía que, en el mejor de los casos, puede resultar paternalista.
En fin, es verdad, como dice Pablo Iglesias, que Podemos sabe cómo ganar, pero esto ni es ni ha sido nunca suficiente. Para que Podemos represente de verdad una oportunidad de cambiar las cosas, tiene que saber ganar de otra manera. Y está claro que cambiar las cosas nos hace mucha falta, así que más vale que podamos hacerlo.