No faltó un detalle. Alfombra roja, presencia de la Guardia d’Honors de los Mossos d’Esquadra y hasta el Molt Honorable saliendo al encuentro desde la Sala dels Carruatges. Sánchez acudió puntual a la cita. Doce del mediodía. Ni muy pronto ni muy tarde. Y una vez desplegado todo el protocolo y toda la solemnidad acordada entre los respectivos equipo presidenciales, se dirigieron a la Sala dels Diputats donde estaba la senyera, pero también la bandera española. “España y su bandera han vuelto al Palau”, se felicitan en La Moncloa. “La misma puesta en escena que se usó la última vez que un presidente del Gobierno de España visitó la Generalitat”, responden desde el Govern. Entre unos y otros, hay quien solo ve “el despliegue habitual de una bilateral cualquiera entre iguales”.
Ya se sabe que todo depende del cristal con que se mire, que es una frase que Ramón Campoamor incluyó en su poema “Las dos linternas”:
“De Diógenes compré un día
la linterna a un mercader;
distan la suya y la mía
cuánto hay de ser a no ser.
Blanca la mía parece;
la suya parece negra;
la de él todo lo entristece;
la mía todo lo alegra.
Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira“
Pues eso. Pasa en la poesía y pasa en la política. Que hay blancos y negros. Hay verdades y hay mentiras. Y lo normal es que la realidad se esconda entre los grises y no siempre asome a la primera y por los extremos.
Ni hay humillación en la visita de Sánchez al Palau, como sostiene Casado, ni el presidente del Gobierno ha cambiado el paso a Torra y al independentismo con su decidida apuesta por el diálogo y sus 44 propuestas, ya que estas no son más que viejos compromisos incumplidos por parte de los anteriores gobiernos de España. Lo que hay probablemente es una nueva finta del Molt Honorable para ganar tiempo a la espera de que su inhabilitación sea firme, además de una rápida reacción al deseo mayoritario de los catalanes percibido en las encuestas a que esa reunión se produjera. Los de Puigdemont no tienen intención de reconocerle a ERC ni un solo mérito en el desbloqueo. Tampoco de sumarse porque sí a la senda trazada por los de Junqueras para romper con la política de bloques. El cuanto peor, mejor siempre fue su estrategia. De ahí el desconcierto que el resultado de la reunión produjo entre sus todavía socios, que esperaban que la cita sirviera de excusa a los postconvergentes para dinamitar la mesa de diálogo e inflamar una campaña electoral en la que está en juego, además de muchas otras cosas, la hegemonía del independentismo.
La siguiente pantalla está aún por proyectarse y, aunque Sánchez ya ha puesto nombre al proceso negociador -“diálogo para el reencuentro”-, las distancias se antojan hoy por hoy insalvables. Entre la autodeterminación y el autonomismo -aunque fuera 3.0-, tiene que haber un punto medio que hoy el independentismo no parece dispuesto a que sea otro Estatut como pretende el Gobierno de España. Y si además cualquier avance tiene que lidiar con las interferencias derivadas de un proceso electoral, no será sencillo, ni fácil, ni rápido. La única certeza tras la reunión quizá sea que la convocatoria en diferido que Torra hizo de las elecciones catalanas no fuera más que un arrebato en respuesta a la posición de ERC sobre la pérdida de su condición de de diputado de la que ya se ha arrepentido. El resto, sigue en el aire, a pesar del entusiasmo de ambas partes por el resultado del encuentro y a pesar de la reverencia del todopoderoso jefe de gabinete de Sánchez, Iván Redondo, que a punto estuvo de quedarse sin cervicales en el saludo que le dispensó al Molt Honorable. No llegó a genuflexión, pero el gesto fue más allá de lo que en el mundo del saber estar o el protocolo se conoce como una simple señal de respeto, que en el caso de los hombres no debe pasar de una leve inclinación de cabeza. Su exagerada reverencia, cuyo vídeo se hizo viral en las redes, hasta principios del siglo XX, es la que seguían las parejas antes de iniciar un baile. Si el mensaje era ese, aún quedan por ensayar muchos pasos porque no consta en ningún lado que Redondo exagerara la reverencia, siguiendo la pauta de las culturas asiáticas, donde ese tipo de saludo también significa humildad, remordimiento o disculpa. No parece. Seguro que su intención sólo era abrir el baile. Pues que suene ya la música...