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Volver a enamorarnos de la idea de revolución

27 de octubre de 2024 22:10 h

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Le preguntamos a mi sobrina de diez años qué se imagina haciendo cuando sea adulta y nos dijo, “me gustaría hacer algo que mejore el mundo, algo en la Amazonía, por ejemplo”. Podría haber dicho que querría ser pianista, jugadora de golf, veterinaria, profesora, actriz, algo relacionado con las cosas que le gustan. Ella es consciente de que aún es pronto para saber por qué derroteros se conducirá y la llevará la vida (y jamás, por cierto, ha pisado la Amazonía). Sin embargo, tiene ya la aspiración más noble en toda formación, en todo crecimiento personal: aprender para mejorar lo que has recibido, vivir para mejorar lo que te has encontrado. Desde una ingenuidad aún infantil, pero también desde esa conmovedora confianza en el futuro que se tiene a los diez años, la niña podría haber dicho salvar, salvar el mundo. Pero dijo mejorar. Fue emocionante por su lucidez y porque su respuesta es un salvoconducto a la posibilidad, a la esperanza, a la ilusión que perdemos con los años, que el sistema se esfuerza en hacernos perder, le conviene. Cuando el desgaste, la decepción y el cansancio nos hagan creer que no queda nada que podamos hacer, debemos recordar que hay niñas de diez años pensando en mejorar el desastre heredado. Quizás a muches de nosotres no nos quede tanto tiempo para mejorar de verdad el mundo, pero la hermosa aspiración de mi sobrina me recordó a la escritora Gabriela Wiener y a su nueva novela, titulada Atusparia: “Debemos volver a enamorarnos de la idea de revolución”.

“He escrito esta novela pensando en sumar a la romantización de la lucha y de la desobediencia. Seguir pensando en mundos posibles, en un nosotros, es lo que ha ido empujando a la humanidad. El mundo probablemente termine en el abismo, pero nos hace falta seguir soñando con utopías, con justicia, con el buen vivir, la hermandad y todo lo que ha estado sin duda en la semilla de los procesos revolucionarios. Creo que hay que seguir creyendo en cómo empezamos, en cómo se encendió ese fuego”. En las palabras de Wiener veo lo que quiere mi sobrina y todo lo que yo querría para ella, además de salud: la idea de la revolución, el enamoramiento de la idea de la revolución, el sueño, la utopía, la pasión, imprescindible para cambiar el mundo, que solo puede ser romántica. Con Wiener reivindico ese romanticismo porque quiero para la niña el de la llama que prende las ideas, el de la semilla que las impulsa, el de la hermandad que las hace crecer. Quiero volver a enamorarme de esa idea, quiero que la niña se enamore de esa idea.

Mi sobrina de diez años jamás ha pisado la Amazonía ni sabe nada de las luchas indigenistas, que es uno de los temas sobre los que se sostiene la monumental Atusparia, pero guardaré esta novela para sugerirle que la lea llegado el momento. Entretanto, mientras llega la edad de las lecturas que alimentan el corazón y la cabeza, mientras llega la educación que el sistema no da, debemos educar a las niñas en las ideas de justicia, en una desobediencia frente a las injusticias que les haga pensar en otros mundos y las enamore de las revoluciones que los hacen posible. “No se puede huir de la forma en que se aprende a conocer el mundo”, es una de las citas, de la escritora chilena mapuche Daniela Catrileo, que abre Atusparia. Nuestres niñes no podrán huir de las consignas neoliberales con las que son intoxicades a diario en las redes sociales o en la publicidad, no podrán huir de la manipulación y las mentiras que emite la televisión en su salón, no podrán huir del relato sesgado de la historia que les cuentan sus propios libros de texto, no podrán huir de las amenazas antidemocráticas, los avances fascistas y la criminalización de las luchas sociales, no podrán huir de las trampas y violencias del capitalismo, no podrán huir de las traiciones y fracturas internas de las formaciones políticas de izquierdas y de los movimientos emancipatorios, no podrán huir de los horrores de las guerras espurias.

No podrán huir, salvo que esas formas de conocer el mundo a las que son sometides sean confrontadas, discutidas, desarticuladas a través de otras formas. Gabriela Wiener dice que “hay que reclamar una educación de calidad, pero mientras llega, la lucha social, la educación popular, es la alternativa más plausible”. Debemos esforzarnos en transmitir a les niñes otros relatos, en desarrollar su pensamiento crítico, su capacidad para reflexionar, distinguir y elegir, en darles la información necesaria para que prospere su compromiso con este mundo que quieren mejorar, en proteger que su aspiración no sea ingenuidad.

Debemos contarles que la gente se manifiesta en las calles porque la depredación mercantilista les está dejando sin vivienda, llevarles a esa manifestación. Contarles que las personas de género disidente, las personas con distintos cuerpos o capacidades, las personas racializadas y de procedencia diversa sufren discriminaciones intolerables que a nadie nos gustaría sufrir y que condicionan sus oportunidades de una buena vida. Contarles que las mujeres son víctimas de la violencia machista, que esas agresiones están en todas partes y tienen muchas maneras, seguro que con diez años ya han sido sujetos de esa violencia. Contarles que este mundo es un infierno para los otros animales, que debemos incorporar sus gritos a nuestra voz, adherir su dolor a nuestra indignación. Convencerles de que, frente a los esfuerzos de los poderes por debilitar los sueños utópicos, merece la pena soñar, y es alegría. Romantizar con elles los movimientos sociales y las luchas que han sido empuje, antes y siempre, del mundo que quieren mejorar. Hacer con elles la memoria necesaria para que conozcan la historia silenciada. Darles educación popular. Hablarles de las revoluciones anticapitalistas, indigenistas, feministas, antirracistas, antiespecistas. Enamorarles de la idea de revolución.

Supongo que la admirable aspiración de mi sobrina de hacer algo bueno por la Amazonia procede del hecho de haber recibido la información necesaria para despertar su incipiente conciencia sobre el crimen medioambiental que allí se está produciendo y sobre las consecuencias para el planeta que ese crimen conlleva. Gracias a Gabriela Wiener y a su novela Atusparia, yo voy a aprovechar para contarle algo que creo que nadie le ha contado aún: que en la Amazonía viven comunidades indígenas a las que están robando sus tierras ancestrales, las selvas y riberas, para a su vez robar, con sus empresas extractivistas, el gas o el petróleo que contienen, para talar y quemar millones de hectáreas donde los terratenientes se enriquecen con la madera y con los monocultivos para alimentar a los animales cautivos y maltratados en las macrogranjas, que han robado a los indígenas sus derechos colectivos de propiedad territorial, que el colonialismo empezó a aniquilarlos hace cinco siglos, que los siguen matando. Que las comunidades indígenas más aisladas son las cuidadoras y guardianas de esos bosques que son su casa y la casa común del planeta. Le diré que me enamora la idea de hacer algo contra las injusticias que se cometen en la Amazonía. Ojalá plante en sus sueños la semilla de la revolución y se enamore de esa idea.