El rey se va para que no se tenga que ir también la monarquía. Juan Carlos ha elegido el último momento que le quedaba para intentar salvar los muebles de una institución que se desmorona. Aplica la máxima de Lampedusa en El Gatopardo, “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. ¡El rey ha muerto, viva el rey! A rey muerto, rey puesto.
Y había que ponerlo antes de que le pusiéramos de patitas en la calle. No creo que sea casual que anuncie su abdicación justo después de que unas elecciones reflejen que el bipartidismo monárquico está en retroceso y el PSOE se deshilacha. Tenía que hacerlo ahora cuando el partido más leal a la monarquía aún tiene la mayoría absoluta. Tenía que hacerlo para forzar al PSOE a comprometer sus votos en la Cámara para darle a la Corona los dos tercios necesarios que eviten un referéndum sobre el modelo de Estado. No es generosidad ni sentido de la oportunidad, es que no le quedaba más remedio. Era ahora o no era.
A la Casa Real se le ha echado el tiempo encima. Si esperaba a las próximas elecciones municipales y autonómicas, podría encontrarse como su abuelo, Alfonso XIII, con un país dividido en el que las fuerzas más republicanas estarían en ascenso y el eje monárquico ya no podría salvarle ni salvarse. Ese recuerdo pesa como una losa sobre un Borbón al que además la salud no acompaña, como pesa también la posible sentencia de su yerno que podría dar la puntilla definitiva a la Corona. Era ahora aunque, a lo mejor, es demasiado tarde.
Españoles, la Transición se muere pero da los últimos coletazos para intentar salvarse. El rey abdica para que su hijo sea el Jefe del Estado que encabece una nueva transición, no la ruptura que necesita este país. Ya lo ha dicho el monarca en su mensaje y ya ha empezado en los medios la campaña de promoción del príncipe como garante de la estabilidad democrática y de la unidad de una España que se descose por Cataluña. El monarca que puso en marcha la Primera ha querido dejar la Segunda Transición encaminada.
Como Franco, el rey “muere” en la cama después de cuarenta años de reinado que desactivaron el discurso republicano y quiere dejarlo todo atado y bien atado para que no pueda llegar una Tercera República. Como entonces, se intentará tutelar a los españoles como si fueran niños. Todo para el pueblo pero sin el pueblo. Nos explicarán que es necesaria la continuidad de la institución como cemento de las demás instituciones que evite convulsiones en un momento económico tan delicado y se pospondrá el debate para tiempos mejores. Ahora no toca el debate sobre el soberano como no toca el debate soberanista catalán. Ahora toca que el bloque del bipartidismo haga piña en torno a los pilares del sistema. ¡Felipe y cierra España!
Pero esta abdicación abre una caja de Pandora que desata unos vientos difíciles de controlar. La Izquierda Socialista y las juventudes del juancarlista PSOE ya se han unido a la petición republicana de referéndum y la sociedad acaba de pedir más democracia en unas elecciones. Rajoy y Rubalcaba lo saben y ambos se han apresurado a decir que la sucesión del príncipe representa la “normalidad”. No es casual que coincidan en la palabra elegida. Tocan la misma música. Son como la orquesta del Titanic. Siguen tocando como si no pasara nada mientras el barco se hunde.
Veremos si se termina de hundir o consiguen reflotarlo. Lo tienen difícil porque la sociedad suspende a la monarquía, soplan aires más democráticos contrarios a una institución hereditaria, los menores de 53 años no han podido votar la Constitución y no solo los republicanos, también los soberanistas, piden una reforma de la Carta Magna. Demasiados agujeros en el barco para que la abdicación del rey consiga taparlos. Pero no hay que fiarse de nada ni de nadie en el Juego de Tronos.