Solía pensarse que los padres aspiraban a educar a sus hijos como buenas personas. Cierto que han sido múltiples los pensadores que nos han alertado de lo contrario, de cómo se asciende sentándose sobre los demás (José Agustín Goytisolo). Y se han escrito hasta tratados. Por el año 1500, y con aspiraciones de máxima altura, Maquiavelo ilustraba sobre cómo ser príncipe, mando de poder al fin, aventando idealizaciones utópicas. Lo curioso es que todavía hay personas que se creen intachables a pesar de meter en la vida de toda una sociedad a auténticos desaprensivos. Son aquellas de las que alertaba Martin Luther King: «Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerá lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas». En el XXI ha empeorado y más que por silencio, por acción u omisión.
El PP ha alumbrado un nuevo vástago de ese dragón surgido en las cavernas del franquismo. Para conseguir la investidura de su candidato como presidente de Aragón, le ha otorgado la presidencia de las Cortes a un ejemplar completo de intransigencia ultraderechista. Marta Fernández, a sus 57 años es una fanática religiosa, antifeminista, tránsfoba, xenófoba, niega hasta el cambio climático. Es de esos seres que con extrema violencia dice apostar por la vida. Plantó una imagen de un feto en el hemiciclo en su oposición al aborto. Curiosamente, el patrón de Aragón, San Jorge, luchó contra los dragones, si me permiten la licencia. Porque ver en ese estado el Aragón de las libertades en el que viví resulta tan patético... 73.677 votantes (el 11%) han elegido a Fernández como su representante. Y 232.712 que optaron por el PP la asumen en el pacto. ¿Es eso lo que quieren para su vida, la de sus hijos, padres, vecinos, conciudadanos?
Esta pregunta es extrapolable a cuantos son coautores de esos acuerdos entre PP y Vox que han borrado no menos de medio siglo de progreso en España. Y cualquiera se pregunta si nos les bastaría con irse a disfrutar de sus creencias por su cuenta que han de obligar al resto de las personas a las consecuencias de semejante ideario, contrario en muchos extremos a los Derechos Humanos.
Es el mismo de Ayuso, la síntesis ultra de la política española, cuando se atreve a decir que su gobierno protege la vida humana (mientras no sale del vientre materno), tras haber implantado un protocolo que privó de asistencia médica a más de 7.000 ancianos fallecidos en las residencias a su cargo. Y le han dado mayoría absoluta. Es la desfachatez genuina de ese PP que vendería su alma al diablo por hacerse con la llave de la caja fuerte de nuestros impuestos. Lo fundamental para ellos, de ahí esas presuntas divergencias en las distintas comunidades que jalean los medios.
Cuesta entender por más que se intenta buscar explicaciones qué lleva a ciudadanos normales a confiar asuntos esenciales de su vida a gente verdaderamente infame. Sin empatía, sin piedad siquiera, usando la mentira y la agresividad para hacerse con el papel de líder. No tiene una argumentación lógica. No nos vengan a estas alturas con que no saben la verdad.
En la misma línea tenemos la batalla de Núñez Feijóo por malmeter contra España en Europa tanto o más que sus antecesores al cargarse -verbalmente y sin pruebas ciertas- los logros económicos del gobierno progresista. Es tan escandaloso lo que están haciendo que se le ven las costuras a poca vista que se tenga. Pero tienen numerosos modistos remendones en los medios.
A propósito, alguien se preguntaba hace unos días sobre la actitud de la presentadora Ana Rosa Quintana cada mañana desayunando a ver cómo podía ser peor persona en su despliegue mediático. Y hay gente que se la cree, o le divierte esa maldad. Tampoco se explica. Una larga lista de comunicadores (de lo que quieren comunicar) pululan con similar perfil o casi.
Como sabrán algunos de ustedes, alguien me ha hackeado mi cuenta de Twitter para intentar vender ordenadores en lo que se presume de lejos es un timo. Lo curioso es que Twitter no me la devuelve porque me dice que no consigo demostrarle que yo soy yo. Creo que solo me falta por mandarles una radiografía dental. Y no tengo ni tiempo ni ganas de seguir luchando contra ese muro. Entretanto el hacker -con grandes visos de ser un delincuente- campa a sus anchas con mi perfil, hasta bloquea a mis amigos habituales. Como esbozaba la tan acertada Ley de Clarke -ya saben- “la incompetencia suficientemente avanzada es indistinguible de la mala voluntad”.
A esta hora, a cualquiera en la que lo lean, hay personas -como les recuerdo ya a menudo- luchando por la vida de otros. Las UCI de los hospitales son una fuente impresionante de lecciones de valentía y de esfuerzo. Un recinto de incertidumbre en la espera para huir del dolor. Están plagadas de personas magnificas. De las que no salen en las teles. “Es que papá se va” -u otros seres queridos-, se oye a menudo y a veces ocurre y a veces no. “Diles que está en el mejor lugar posible para cuidarles y que hemos visto aquí solucionar contratiempos casi imposibles de salvar”, me dicen. Las buenas personas, generosas, positivas, lo son hasta en momentos delicados. Ésa es la diferencia entre ayudar y apretar el gatillo de la ambición, el trinque y los recortes.
Votar la maldad, la mezquindad, el despiadado egoísmo, es elegir a quienes les representan fidedignamente. No siempre están los candidatos exactos, pero entre alguna cesión y la barbarie hay un abismo. Ése que ya se abre bajo los pies de esta España por culpa de muy malas personas y de aquellas que ni se molestan en querer ver. La clave siempre han sido esa: la escandalosa actitud de muchos que se creen buena gente.