La rifa de la ministra

Seamos claros desde el primer momento para evitar malentendidos. Nada que provenga de un tipejo como Villarejo debe ser utilizado en política. Ni para lanzar acusaciones sobre la financiación de Podemos o sus vínculos internacionales, ni para cuestionar la honradez de dirigentes independentistas, ni para investigar al rey, ni para pedir la dimisión de una ministra del gobierno que sea. Si no se respeta una regla tan básica, el resultado solo puede ser el caos y más negocio y más poder para Villarejo; exactamente lo que busca.

La guerra sucia de mercenarios así no se vuelve limpia y un ejercicio de transparencia cuando a uno le conviene. Si los audios de Villarejo y Corinna no sirven para investigar al rey emérito, tampoco valen para pedir la cabeza de Dolores Delgado, un partido de gobierno como el PP debería saberlo. Igual que Pablo Iglesias se equivoca al apoyarse en las filtraciones interesadas de un tipejo tras haberse quejado amargamente, con razón, por los dosieres que en su día fabricaron contra él.

Dicho esto, también debe decirse con la misma claridad que se está rifando una dimisión y la ministra de Justicia anda comprando todas las papeletas. No por las grabaciones sino por su nefasta gestión de la crisis. Para apagar el fuego de una más que inverosímil gestión de Villarejo para “afinar” un caso de extradición cuando Dolores Delgado era fiscal en la Audiencia Nacional no hacía falta sobreactuar tanto, negando toda relación y conocimiento con tan siniestro conseguidor. Bastaba con negar la gestión y su éxito. Decidió apagar un fuego encendiendo otro y si juegas con fuego, te acabas quemando.

Cometido el primer error, la cadena ya ha resultado imparable. De no conocer a Villarejo pasó a reconocer algún contacto social y de ahí a detallar con memoria fotográfica el número exacto de encuentros y sus detalles. Aún más catastrófica ha resultado la gestión de las explicaciones sobre los audios conocidos. La ministra ha dado todas las excusas del manual que ya se sabe que no funcionan y se convierten en una invitación al desastre. Empezando por la clásica “sacada de contexto”, pasando por la inevitable “manipulación” y terminando en el  “no quería decir eso”. Ni el abrazo del ministro Grande-Marlaska puede coser ya el roto de empezar la mañana diciendo que lo de maricón no iba por él, como si le quitara gravedad que fuera por otro, y acabar reconociendo que iba por él, pero no por su condición sexual, como si usarlo como insulto fuera más aceptable.

La ministra se ha puesto sola en el disparadero. Primero negando aquello que era obvio que se iba acabar sabiendo y ahora tratando de presentarse como una víctima. Alguien con el poder de un ministerio nunca puede ser una víctima, siempre es responsable. Se empieza por contar la verdad antes de que otros cuenten la suya, se continúa reconociendo el error de andar con semejantes compañías y pidiendo disculpas por unos comentarios injustificables y se termina por asumir la responsabilidad que toque y parezca razonable. Eso de mantenerse en el cargo y descartar la dimisión es cosa de otros tiempos, pasó a la historia.