En el baloncesto se les llama minutos de la basura. Y es ese tiempo que resta cuando el partido ya está decidido, descansan los titulares del equipo y saltan a la cancha los suplentes para foguearse. A fin de cuentas, el resultado está ya sentenciado. En la política española, asistimos también en estas horas de ronda de consultas del rey con los portavoces parlamentarios, antes de proponer un candidato para la investidura o disolver las Cortes Generales, a un tiempo de relleno que Albert Rivera ha decidido usar en beneficio propio. Probablemente no con intención de resolver el partido, sino de empezar a dibujar ya la que será su próxima campaña.
El líder de Ciudadanos pudo ser titular del equipo porque los 57 escaños que obtuvo tras las generales sumaban mayoría absoluta con los 123 del PSOE, pero eligió quedarse de suplente tras su veto a Pedro Sánchez y negarse incluso a reunirse con el candidato del PSOE. El presidente del Gobierno en funciones era, a su entender, el “jefe de una banda” que quería perpetrar un “plan” del que forman parte Arnaldo Otegi (EH Bildu) y el president de la Generalitat, Quim Torra, y cuyo único objetivo era liquidar España. Ahí es nada.
Cuestionado dentro y fuera de su partido, Rivera se ha dado cuenta demasiado tarde de sus errores. Y en un impostado alarde de estadista se ha descolgado con una propuesta al PP para que ambas formaciones se abstengan ante una investidura de Sánchez, siempre y cuando el socialista acepte tres condiciones: romper con Bildu en Navarra, planificar la activación del 155 en Catalunya y no subir los impuestos a familias y autónomos.
El planteamiento es tan mendaz como grotesco, teniendo en cuenta que ni Bildu apoyó la investidura de la socialista María Chivite en la Comunidad Foral ni, de acuerdo con la doctrina del Tribunal Constitucional, se puede aplicar preventivamente y sin justificación jurídica como pretende el líder de los naranjas el polémico artículo 155 de la Carta Magna. Desde La Moncloa se lo dijeron en otros términos: “No hay pacto con Bildu ni lo habrá. El 155 si la situación constitucional lo requiere, como ya se hizo, y no subirá la presión fiscal”.
Pero más allá de las razones subjetivas en las que se sustenta la propuesta, si la oferta fuera sincera y buscara realmente desbloquear la situación política Rivera se la habría trasladado directamente a Sánchez. Ha buscado, sin embargo, implicar al popular Pablo Casado en primera instancia, que es a quien pretende arrebatar el liderazgo de la oposición y la hegemonía de la derecha.
La finta destila puro tacticismo y anticipa el dibujo de la que será su próxima campaña si se repitiesen, como todo parece indicar, las elecciones generales el próximo noviembre. Si no fuera así, Rivera tendría que pedir disculpas a todos los dirigentes de Ciudadanos que abandonaron el barco por el veto a Sánchez y el giro estratégico a la derecha impuesto por su líder. A estas alturas, en el tiempo de descuento, nadie cree que el giro inesperado pretenda dar la razón a ex dirigentes como Toni Roldán, Xavier Pericay, Francesc de Carreras, Juan Vázquez, Javier Nart o Francisco de la Torre, que se marcharon de Ciudadanos precisamente por la negativa de la dirección a levantar el “no” a Sánchez y a alejarse de VOX.
La decisión de todos ellos se sustentó en una misma idea expresada con distintas palabras, y era que su adhesión a Cs significaba el compromiso con un partido centrista y liberal que había llegado a la escena nacional para superar la dinámica entre rojos y azules y que, sin embargo, los costes de la estrategia de Rivera eran demasiado altos para España. Nadie rompe las costuras de su propio partido y provoca la mayor crisis interna jamás vivida con un goteo constante de dimisiones para acabar dando la razón a los que le pedían recuperar la centralidad y buscar un acuerdo con los socialistas.
Ya lo dijo Frances de Carreras: el joven maduro y responsable que muchos creyeron ver en el líder de Ciudadanos “se ha convertido en un adolescente caprichoso que prioriza los supuestos intereses de partido a los de España”. Y su último movimiento es una extravagancia más con la que recuperar el terreno perdido en las encuestas -que ya le pronostican un descenso al cuarto puesto- y acallar un cuestionamiento interno que no cesa.
P.D. Luego está el capítulo Sánchez, que tendrá que explicar ese empeño en demandar a diestra y siniestra, y solo con 123 escaños, una “abstención técnica”. Lo que viene siendo gratis.