Rubalcaba y los miserables
Han estado agazapados varios días, callados, a cubierto mientras dos reyes, cuatro presidentes del Gobierno, el primer ministro portugués, dirigentes de todos los partidos y, sobre todo, miles de personas anónimas, incluidos sus desconsolados alumnos de Químicas, hacían cola en el Congreso de los Diputados para despedir entre el respeto, el silencio y la emoción a Alfredo Pérez Rubalcaba.
Estaban escondidos al ver esa impresionante e improvisada reacción popular que ha descolocado a muchos, podíamos incluso pensar que estaban avergonzados por tantas mentiras y calumnias que lanzaron contra él en vida, pero no: simplemente estaban esperando, en la oscuridad, para volver a soltar su basura. No han respetado el duelo ni una semana. No se pueden contener. La ultraderecha y la derecha más extrema de la derecha nunca han asumido que fuera un gobierno del PSOE el que pudiera firmar la derrota final de ETA.
Una derrota que es mérito de muchos, de todos. En primer lugar, de la sociedad democrática vasca y española que aguantó firme cuarenta años de terrorismo; es mérito, ante todo de las víctimas y de sus familias que lo sufrieron en primera persona: y es mérito, por supuesto de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que acorralaron y asfixiaron a ETA; pero también es mérito de todos los partidos y de todos los gobiernos democráticos.
Todos los gobiernos, con sus aciertos y sus errores, algunos graves, se enfrentaron al desafío de un terrorismo que por momentos golpeaba, mataba y secuestraba varias veces al día. Y todos los gobiernos intentaron abrir negociaciones con ETA para acabar con la pesadilla. Los de Aznar y Rajoy también, aunque a la derecha no le guste escucharlo.
Los pactos contra el terrorismo y la ley de partidos, impulsada por Aznar y pactada con el PSOE, fueron debilitando y arrinconando a ETA y en especial a su brazo político, Batasuna, que acabó asumiendo que no tendría futuro con la lucha armada activa. En todo ese proceso, la figura de Rubalcaba fue decisiva.
Con el respaldo y la confianza de Zapatero, dirigió al milímetro una operación extremadamente delicada que combinaba golpes policiales durísimos a la banda con un pressing total sobre los de Otegi. No podía haber precio político por la paz y no lo hubo. Rubalcaba pensaba, consultaba y reflexionaba mucho sus decisiones, pero en el Ministerio del Interior arriesgó, arriesgó mucho, y ganó una batalla fundamental para todos los españoles. Él y su equipo se pasaron muchas noches en vela hasta que llegó el comunicado final.
Todo esto lo saben los miserables que, sin embargo, se han apresurado a intentar cuestionar y emborronar el reconocimiento nacional e internacional a su figura, aunque como decía Borges, el rencor de gente tan minuciosamente vil supone un elogio.
Seguramente, de haber podido, Rubalcaba ni se habría molestado en contestarles, aunque le preocupaba mucho explicar con pedagogía que fue el Estado democrático el que derrotó a ETA y dejar claro que los asesinos, los terroristas, hicieron mucho daño y destrozaron la vida a casi mil personas, pero no lograron ni uno solo de sus objetivos políticos.
Por mucho que les pese a los miserables, Rubalcaba está ya en la historia por su papel en el final de ETA, como lo está por haberse empeñado personalmente en reducir las muertes en la carretera, por su contribución a las leyes educativas de la democracia o por haberse sacrificado en 2011 para ponerse al frente de un PSOE que se hundía como el Titanic y haberlo mantenido a flote en medio de las cuchilladas internas y de un temporal que se lo habría podido llevar por delante.
Esos son algunos de los muchos méritos políticos de Rubalcaba. Los valores personales, su cercanía, su sentido del humor y su inteligencia, entre otros muchos, los hemos disfrutado los que hemos tenido la suerte de estar más cerca estos años, y en especial los que hemos tenido el privilegio de que nos demostrara que los amigos están para los momentos en los que más los necesitas. Por eso, somos muchos los que defenderemos su memoria y nunca borraremos su número de teléfono.