Arremete la derecha política de todos los colores, los poderes económicos y mediáticos que no concurren a las urnas también, contra el gobierno progresista. Un ataque generalizado y a unos niveles de virulencia que rozan en más de un caso el terreno del golpismo. Es intolerable porque hay algo obvio que quieren disfrazar: la derecha no ganó las elecciones del 10N, no gozó de la confianza de los ciudadanos, ni siquiera con la batería de mentiras y apoyos lanzados desde sus filas y su ejército mediático.
No ganaron, pero una vez más se comportan como si lo hubieran hecho. Ahora, ante la proximidad de la investidura de Pedro Sánchez, se lanzan a una feroz campaña de oposición que no se parará ante nada, y decir “ante nada” es ante nada. Ocurre que la mayor parte de los grandes medios apoyan a la derecha, sin escatimar recursos tampoco. Solo una ciudadanía responsable puede detener semejante acoso.
La coalición del PSOE y Unidas Podemos ha presentado, finalmente, un programa de gobierno socialdemócrata, como proyectan sus homólogos alemanes para detener la caída electoral y como intentó, tarde, Jeremy Corbyn en el Reino Unido. No hay otro camino para frenar la deriva ultraderechista irracional, muy programada, que se está apoderando de la política y que prende en una ciudadanía vapuleada por la crisis y la falta de respuestas. Atrapada en esa banalidad que se ha apoderado de la sociedad que huye del pensamiento como de la peste. Es una parte de la sociedad, no la mayoría, de ahí los resultados electorales en España.
En la más pura lógica, la sociedad en general debería sentirse esperanzada con las medidas propuestas. Las más ambiciosas que pueden darse en el estado actual de nuestro país. Con cumplir tres cuartas partes de ellas ya sería un gran avance. Subir los impuestos, 2 puntos, a quienes ingresan 130.000 euros al año que son el 0,8% de los contribuyentes no debería incomodar a sus beneficiarios pero algunos se dejan cegar por la propaganda de quienes defienden precisamente a ese 0,8% nada más. Por supuesto que había que derogar la Reforma Laboral del PP que convirtió en pobres a muchos trabajadores y que dotó de inseguridad al conjunto del mercado laboral. Y regular el precio de los alquileres que se ha disparado en los últimos años en un insostenible proceso especulativo. Estudiar un Ingreso Mínimo Vital, cuando existen colectivos que ni tienen, ni tendrán trabajo, es obrar con sensatez por la ciudadanía.
Pensar la política en clave feminista para paliar los desequilibrios existentes. Ver de poner freno a la violencia machista. Dar un no rotundo a los Vientres de alquiler. Intentar políticas ambientales que frenen el abrumador peligro que conlleva el cambio climático. Todas ellas y varias otras, son medidas imprescindibles. Merece la pena leer el programa completo para comprobar si hay motivo para tanta alarma y comprobar que la derecha española sigue sin estar por la labor de compartir ni un gramo de sus privilegios. Produce hasta un cierto estupor leer medidas que soliviantan a ABC por ejemplo, porque las ve “puramente ideológicas”, entre ellas ir contra Franco, dice. Se ve que los partidos ganan las elecciones para aplicar el programa del contrario. O con mayor precisión: el de la derecha, siempre el de la derecha.
Conviene recordar lo que perpetró José Ignacio Wert con la LOMCE que el próximo gobierno quiere derogar. Además de los aspectos de la enseñanza que la devaluaron, el ministro del PP le aplicó leyes fuertemente inspiradas por el ultracatolicismo que representa el Opus Dei del que es valedor.
Colegios segregados por sexo y financiados contra viento y marea, a pesar de sentencia en contra del Supremo. Si hay que cambiar la ley, se cambia, dijo, y ahí están. Las creencias religiosas fueron consagradas en el BOE de un Estado aconfesional como España en donde inscribió: “El alumno reconoce con asombro y se esfuerza por comprender el origen divino del cosmos”.
La educación y la información son la base que crea ciudadanos responsables. Siglos en los que la enseñanza ha estado impregnada de ese catolicismo de misas y rosarios que ignora la justicia y a menudo hasta la caridad han formateado a una parte de la sociedad. Esta información que padecemos en defensa de un porcentaje mínimo de la población, y con fines ideológicos muy definidos, nos ha hecho mucho daño como país. Y en varios casos está subvencionada con nuestros impuestos.
La derecha cada vez más extrema arrecia en titulares en los que como Luis XIV viene a decir: “El Estado soy yo”. El Estado, la Constitución y la Biblia. Casado, Álvarez de Toledo, Marcos de Quinto y todo el vocerío facha mediático, ven golpes de Estado por todas partes. A sus privilegios y de forma tan mínima que sonroja ver tan poca vergüenza. La España que reivindican ya la padecimos algunos, y jóvenes y adultos del siglo XXI deberían huir de ese peligro. Los valores no están en una bandera, ni en un territorio, están en las personas, en la dignidad, la decencia, la valentía para acometer todo el resto de los retos.
Un gobierno progresista debe potenciar la educación y los cauces para una información rigurosa e independiente. Necesitamos ciudadanos a los que importe la ética, la decencia, que no les dé igual que los políticos que han elegido roben y prostituyan la verdad. Educar en valores que paradójicamente es lo que ha faltado en un país con tantas influencias torcidas. En el mundo actual, hablar de valores remite a provecho, beneficio, utilidad, bonos, acciones, títulos. Pero las sociedades serían más justas y felices basadas en la equidad, la justicia, la libertad, la ética, los derechos humanos, los derechos civiles, los que ayudan a disfrutar de la vida en salud, el compromiso social, la generosidad, y la justicia en lugar de la caridad. Elegir entre una y otra vertiente se enseña con el ejemplo en casa... y en el colegio. Solo esa ciudadanía honesta y con criterio puede rechazar los terribles cantos de sirena de “la caverna”.
Parece que tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias –y sus colaboradores– han aprendido la lección. Se han pertrechado de sólidos escudos y se diría que hasta han tomado algunas clases de esgrima. A Sánchez lo echaron sus propios compañeros, Iglesias soportó y soporta virulentos ataques de las cloacas, e internos en su día. Ambos parecen ser conscientes de que solo marcando la diferencia y luchando por el bien común, puede salir el proyecto pese a todas las invectivas. Portugal es un ejemplo, aunque nunca nada sea perfecto.
Es la España de intentar el progreso, el más elemental, o el que nos remite a aquella España franquista que describió el poeta Rafael Alberti: “Dura España terrible, temible, aborrecible, rostro desapacible, obstinada, infalible, irascible, insufrible. España inamovible, imposible, impasible, locura inextinguible”.
Para ser imposible lleva décadas lastrando este. Y está empeñada en seguir, a toda costa. Aventar la caspa no es revanchismo, es salud democrática. Pero es el bien común el que está en juego y, al paso que vamos, la democracia. Si nada se tuerce –y lo van a intentar con todas sus armas– será ya, como tarde, en los primeros días de este 2020 que comienza.