En política hay que saber decir, pero también hay que saber escuchar. Cuando un clamor atruena, ay de aquellos que le hacen oídos sordos y que siguen a lo suyo.
Lo experimentamos con Izquierda Unida en las últimas elecciones europeas. Casi todo el mundo interpretó como un tiro en el pie la lista que sacaron entonces, la cerrazón del aparato a los jóvenes de su partido, a las alianzas con el resto de la izquierda. Se les fue advirtiendo en los días previos: hay un run run que se está convirtiendo en clamor. Ahí estaba ya la fundación de Podemos como un reto directo ante el cerrojazo. Pero les dio igual. Y vaya si lo están pagando.
Algo parecido podemos decir de IUCM. ¿Quién dudaba de que el destino de una candidatura como la que presentaron al ayuntamiento de Madrid iba a ser otro del que ha sido? Muy pocos. Ni siquiera Luis García Montero ha podido evitar el desastre en la Comunidad. La desfederación de la IUCM de Ángel Pérez era un clamor desde hace meses. Hubo varias oportunidades previas de hacerlo. Pero de nuevo, oídos sordos.
Por no hablar de los dos grandes partidos. ¿Recuerdan cuando Alfredo Pérez Rubalcaba sucedió a Zapatero en el Congreso de 2012? Viene de ser el mejor parlamentario, decían. Pero enseguida se empezó a mostrar como lo que también era, un representante puro de la vieja política. Y lo que comenzó como un run run acabó en clamor. Desde Ferraz sin embargo se miraba para otro lado, cada mes suspirando por si las encuestas dejaban de caer en picado. Lo que no sucedió. Y de nuevo, tarde y mal, con un PSOE bajo mínimos, Rubalcaba y su equipo se marcharon.
Respecto al PP qué decir que no sea un clamor. Sabemos que es un partido corrupto, hasta los suyos lo reconocen. Solo pueden escudarse negando su carácter sistémico, escudándose en lo de las manzanas podridas. Seguramente, en una apuesta arriesgada, estén esperando a perder las elecciones para hacer su renovación radical. Pero como en otros casos, entonces será ya tarde para ellos.
Si en El barbero de Sevilla escuchábamos cómo la calumnia comienza agitándose levemente, como un venticello, para acabar desparramándose clamorosa como un temporal por la ciudad –atentos así también con determinados clamores; precaución siempre con las unanimidades–, un proceso paralelo sucede en el plano antagónico, ético y constructivo, heterogéneo y benéfico, de la ilusión por hacer las cosas bien. Del venticello al temporal. Barcelona en Comú, la Marea Atlántica y Ahora Madrid supieron decirlo desde la música y el arte popular, desde los barrios, a pie de calle y en encuentros ciudadanos, desde los medios y por las redes. Las esperanzas por ganar bien se contagiaban y crecían como una bola de nieve, las uniones de los diversos no sumaban sino que multiplicaban. La apuesta municipalista cuajó, y como apuntaron Felipe Gil y Francisco Jurado, el proceso se desbordó.
Del run run de Ada Colau pasamos al clamor. Me iba llegando en forma de mensajes desde la distancia: aquel amigo decepcionado con Podemos, y que odiaba el voto útil, votaba emocionado a Carmena; aquella abuela de otra amiga, fiel votante del PP y residente en San Blas, votaba sorprendentemente a Carmena; aquellos socialistas que se aferraban al penúltimo espejismo de Ángel Gabilondo votaban a Carmena; aquella creativa y activista del 15M, a la que en los últimos tiempos le iba ganando el escepticismo, volvía a compartir entusiasmada sus últimas creaciones para Ahora Madrid. Y algo parecido ha debido suceder, a nivel micro, alrededor de muchos de quienes lean esto desde Barcelona, A Coruña, Valencia, Zaragoza y tantas otras ciudades. Del run run al clamor.
Hoy parece que estamos de nuevo en uno de estos tránsitos. Tras las últimas elecciones municipales y autonómicas volvió este run run en el debate sobre cómo afrontar las generales. Sí se puede, pero solos no podemos, escribió Isaac Rosa la misma noche electoral. Y se hizo viral. Vinieron los análisis más cuantitativos, como el que desde Piedras de Papel ajustó finalmente Sebastián Lavezzolo, tratando de aclarar si allá donde se habían dado candidaturas de unidad popular se había obtenido mayor respaldo que la marca Podemos en las autonómicas. O como el de Juan Cuesta, quien ha seguido desarrollando el panorama en este sentido.
Pero más allá de los datos, de las lógicas preocupaciones por los resultados, late una ilusión en la idea de unidad popular. Es la que tratan de dar voz diversos columnistas apelando al encuentro, como hizo Olga Rodríguez, o ensayando nombre inspirador –Ahora en Común– como ha propuesto Javier Gallego también en este mismo diario. Y atentos también a aquello que van comentando los lectores. Repasen las últimas noticias y columnas sobre el tema, incluidas las de aquellos miembros de Podemos que defienden su opción de ser paraguas aglutinante del resto. Allí, como respuesta, también se percibe que el run run se ha hecho clamor.
Por no hablar del resto de la izquierda organizada. Julio Anguita, al que debemos que marcase el camino hace ya unos años, está siendo más tajante que nunca. Alberto Garzón lo tiene tan claro que ha marcado un plan de confluencia que ha recibido el 91% de apoyos en IU federal, declarando incluso que no tendría problema en dejar de ser cabeza de cartel si así lo decide la gente. Anova, Compromís, Equo y Convocatoria por Madrid se declaran a favor de una confluencia amplia y no bajo las siglas de un partido. Por último, sectores críticos de Podemos con peso en el partido no dejan de expresar su apuesta por un Frente Amplio. En este caso discutiendo también si debe ser como confluencia de partidos de cara a las generales o reactivando incluso, como sugería Emmanuel Rodríguez, un proceso constituyente participado desde abajo.
Más allá del resultadismo, por tanto, está la potencia de lo que se puede conseguir. Es lo mismo que algunos decíamos sobre Ahora Madrid y Barcelona en Comú poco antes de la última campaña: no podemos imaginar a día de hoy lo que se puede lograr si se emprende este camino. Los partidos, se ha dicho mucho estos años, no son más que instrumentos de cara a conseguir una democracia real y, desde ahí, ha de venir una reducción de las desigualdades, la construcción de otra economía, de otra forma de vida en común. Casi nada, pero la novedad es que hoy es más posible que nunca. Los partidos no son tesoros preciosos a conservar para que nadie te los robe o los transforme, no son plataformas de desarrollo personal. Estamos más que agradecidos por los candados que muchos han logrado romper con su coraje y sus ideas, con sus malos ratos, con su dura exposición pública. Pero hoy es tiempo de responsabilidad y de saber escuchar. Lo que se está dando ahí fuera, sin duda, es ya otro de tantos clamores que nos ha ido dejando la inteligencia colectiva a la hora de leer esta crisis. Atendámoslo como merece.