Las hay pacíficas, tormentosas, de mutuo acuerdo, unilaterales, temporales, definitivas, dolorosas y hasta traumáticas. Y todas llevan a un final casi siempre inevitable. Así son las rupturas. En la amistad, en la pareja y hasta en la política. Y, cuando las señales de la fractura son inequívocas, lo mejor es no aplazarla por difíciles que parezcan las consecuencias. Más vale romper a tiempo que ser víctima de una alianza tóxica de daños futuros irreparables.
Todo esto ronda desde hace tiempo por la cabeza de los dirigentes de ERC al hilo de su relación con JxCat en el Govern. Es un clamor que la suya es una ruptura que se rueda a cámara lenta casi desde el comienzo de la Legislatura. ¿El final? No está escrito pero quizá haya por la prisión de Lledoners algún boceto de cómo, cuándo y en qué momento ha de producirse. El actual, con Catalunya siendo pasto de radicales que queman coches y lanzan ácido a los Mossos, sea el más propicio.
Hace meses que los socios de la coalición que gobierna la Generalitat discrepan en público, pese a la entente para aguantar la relación hasta que se dictara la sentencia del Supremo sobre el procés. Algunos creyeron erróneamente que de ese modo y llegado el momento podrían recoser la frágil unidad que construyeron después de las elecciones autonómicas convocadas al albur del tristemente célebre 155. Ha ocurrido lo contrario. Hoy hay más división, más desconfianza y más disposición a poner fin a una alianza de débiles cimientos y en la que desde el comienzo se mezclaron intereses de partido y se libró sin disimulo alguno una dura batalla por la hegemonía del independentismo.
Es ahora, tras la sentencia, los disturbios y el papel que ha jugado Quim Torra en las manifestaciones de protesta cuando la relación ha llegado a un punto de no retorno. No han sido capaces siquiera de hilvanar una resolución conjunta en respuesta a la condena del Supremo. Ninguno de los socios esconde ya el desacuerdo ni que la crisis puede desembocar más pronto que tarde en una convocatoria de elecciones que el president es capaz de convertir en un plebiscito sobre la independencia de Catalunya.
En ERC no descartan ningún escenario después de que Torra, sin consultar con nadie, se subiera a la tribuna del Parlament y anunciara una nueva consulta, al margen del ordenamiento jurídico y siguiendo la estela de la unilateralidad por la que ya transitó Puigdemont hace dos años y llevó a sus líderes a la cárcel.
Y, sin embargo, han dado la callada por respuesta porque consideran que la semana en que Junqueras ha sido condenado a 13 años de cárcel no pueden desmarcarse explícitamente. Lo único que tienen claro es que ninguno de los suyos volverá a pasar por la cárcel ni ser inhabilitado.
En Lledoners se barajan todos los escenarios y ninguno pasa por secundar el delirio de un president que, en lugar de seguir con preocupación los disturbios en la calle y seguir de cerca el operativo policial para sofocarlos, ha puesto en duda el trabajo de los Mossos y se ha sumado a una marcha por la AP-7 para cortar la autopista.
Catalunya está patas arriba, el Govern anda dividido sobre cómo debe actuar su policía ante un gravísimo problema de orden público, su portavoz tarda 36 horas en condenar la violencia y el president llama a la desobediencia civil y alienta a los CDR. Y ERC aún se lo piensa. Los republicanos tratan de ganar tiempo con proclamas a favor de un diálogo institucional que saben bien que es imposible de cimentar mientras al frente de la Generalitat siga un activista instalado en el “lo volveremos a hacer”.
Mientras no haya una ruptura definitiva y los votos de los republicanos sirvan para mantener al frente de la Generalitat a quien investiga la Audiencia Nacional por sus conversaciones telefónicas con los CDR detenidos por pertenecer supuestamente a un grupo que pretendía cometer sabotajes con explosivos no hay distanciamiento retórico que valga. Ya no es posible soplar y sorber. El tiempo ha empezado a correr también en contra de una ERC que, a diferencia de los de Puigdemont, explicitó que la unilateralidad fue un error que no estaba dispuesta a volver a cometer. Para ser creíbles, les hace falta ahora algo más que la nueva y aplaudida versión de Gabriel Rufián. La ruptura se antoja inaplazable. Y aún andan dando vueltas al cómo y al cuándo hacerlo. Todo indica en todo caso que las elecciones catalanas también están a la vuelta de la esquina porque el juego de equilibrios ya no da más de sí.