Todos sabemos que la derecha gestiona mejor. Que son más serios y más responsables. Que les cuadran las cuentas, no como a la izquierda, porque ellos están a lo que hay que estar, a los haberes y a los deberes, al Excel, en vez de los derechos de los gays y a las fosas comunes.
Por eso, cuando las cosas se ponen cuesta arriba (o cuesta abajo hacia al abismo), tanta gente se dice ¡qué cojones! y acaba votando a la derecha. Esa gente, que, al parecer, no es ni de izquierdas ni de derechas (ni de UPyD) les vota a sabiendas del precio. Y el precio siempre es el mismo.
Uno: aumento de la precariedad. Con la derecha el que no trabaja es porque no quiere. Otra cosa es cobrar. Y vivir.
Dos: desmantelamiento de lo público. Como todo el mundo sabe, si una empresa pública va bien, hay que privatizarla inmediatamente, mientras que si va mal, hay que privatizarla inmediatamente.
Tres: machismo institucional. Las mujeres deben tener exactamente los mismos derechos y obligaciones que los hombres; por tanto, mientras los tíos no abortemos, aquí no aborta nadie.
Cuatro: soberbia. Algunos de vosotros quizá no comprendáis plenamente estas medidas. Os jodéis. Y no se aceptan preguntas.
Cinco: cristiana resignación. Sabemos que lo pasaréis mal, pero peor lo pasó Jesús y no fue por ahí quejándose en Twitter ni rodeando instituciones públicas.
Cuando una persona vota a la derecha sabe todo eso. O debería saberlo, vaya, porque entra en el Gran Ideario Conservador. Lo que resulta mucho más sorprendente, porque no tiene nada que ver con la ideología, es eso que la derecha le hace a la televisión pública cada vez que llega al poder. Y no me refiero a la manipulación, que es algo socialmente asumido gobierne quien gobierne. Me refiero a la estética.
¿Por qué, de la noche a la mañana, todo se vuelve acartonado y amarillento, como si TVE fuese pasada por un filtro de Instagram? ¿Por qué hasta los grafismos, hasta las caretas y las promos parecen estar hechas hace veinte o treinta años? ¿Por qué, de pronto, todo resulta tan terriblemente viejo, tan descaradamente fuera de nuestro tiempo? ¿Por qué, en definitiva, Sábado Sensacional?
Es un misterio que a mí personalmente me tortura desde tiempos de Aznar. Tras mucho reflexionar se me han ocurrido dos explicaciones. La primera es que la derecha quiera mostrar una España avejentada, macilenta y pocha para poner en valor la mucho más colorista, apetecible y moderna España de las cadenas privadas. “¿Lo veis?”, nos dirán mañana, “¿cómo la televisión pública es un gasto innecesario? ¿Veis cómo, por lo privado, hasta las penurias lucen más?”
La segunda explicación es, si cabe, más terrible. Porque implica que la derecha concibe España así, tal cual la vemos en La Primera. Vieja. Amarillenta. Pocha. Que nuestro Gobierno piensa España como en un show de varietés producido por José Luis Moreno. “Es que lo es”, a lo mejor dirían ellos, “y si no estáis de acuerdo, os jodéis”.
Si la Bruja Avería levantase la cabeza, acabaría con su propio canal en YouTube. Eso si no la encierran antes por apología del terrorismo.