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Todo tiene remedio menos la muerte. Este aserto popular los ricos lo declaman de otro modo. Todo tiene remedio menos la cárcel. Y así nos va. Y es que la cárcel si tiene remedio. Al menos para ellos.

El escándalo que supone el acuerdo alcanzado entre la familia Carceller y la Fiscalía y la Abogacía del Estado -que ya saben de quién dependen- está pasando desapercibido entre la hojarasca política. ¡Abran una Woll-Damm! En realidad, es uno de los síntomas manifiestos de por qué en este país hay que limpiar muchas cosas.

En este país al que no le salen las cuentas, el único problema que tiene para los ricos no pagar los impuestos es... pagarlos. No, no es una broma. Estamos comprobando una y otra vez que la única penalización que sufren los próceres que deciden no contribuir al esfuerzo nacional es pagar lo que nos hurtaron al principio. Yo no pago ahora lo que me corresponde aportar y ¿a qué me arriesgo? ¿qué castigo tendré? Tener que pagarlo. ¡Díganme si no trae cuenta arriesgar! Si no me pillan... eso que me ahorro. En el caso de los Carceller 100 millones de euros. Si me pillan los pago... y aquí paz y después gloria. ¿Alguien cree que así podremos acabar con el fraude fiscal? ¡Descorchen una Estrella Damm!

La Fiscalía pedía a Demetrio Carceller 48 años de cárcel por 13 delitos contra la Hacienda Pública y blanqueo de capitales y para su hijo 14 años de prisión. ¿A cuántos les han condenado? ¿cuántos cumplirán? Yo se lo digo: cero. Han acordado antes del juicio con la Fiscalía y la Abogacía del Estado reconocer que delinquieron y cumplir como pena pagar lo que nos robaron. Destaquemos que aquí el poder independiente, el juez, no se ha podido ni pronunciar. La Fiscalía, esa institución defensora de la legalidad que decía en su escrito que era “una de las mayores evasiones fiscales que se han dado en España”. ¡Otra ronda de A.K. Damm!

No son los únicos. Aunque se hable poco de ello el principal socio de uno de los bufetes más importantes del país, Emilio Cuatrecasas, ha conseguido zafarse de sus responsabilidades penales con un acuerdo similar. En el acuerdo suscrito por la Fiscalía hasta se incluían dos años de cárcel aunque, es evidente, no ha ingresado. Devolvió cuatro millones de euros y a otra cosa.

Son dos ejemplos pero esto sucede una y otra vez. La impunidad real en la defraudación fiscal es un hecho. Eso sí, no prueben ustedes. Esto sólo funciona para ellos. Para esos que consiguen que el esfuerzo real de los Presupuestos Generales del Estado esté sobre el lomo de los demás. Para ellos no tiene coste. Si lo pensamos bien, ni siquiera de imagen puesto que tienen el suficiente dinero como para pagar que se pasen páginas con mucha facilidad. No vayamos a creer que luego van a una reunión de empresarios o a una fiesta de sociedad y nadie les mira mal.

Los grandes defraudadores y evasores no dejaran de correr riesgos fiscales hasta que no tengan claro, clarísimo, que si los cazan darán con sus huesos en la cárcel. Eso si lo temen. La cárcel. Que tengan la certeza de que no habrá acuerdo ninguno con la Fiscalía que permita obviar la prisión, que sepan que los tribunales no les ahorrarán la orden de ingreso y verán como se piensan más dar la orden a sus asesores fiscales de que se metan en vericuetos delictivos. Es la única forma. Sólo cuando alguno de sus compañeros de Olimpo económico y social dé con sus huesos en una celda se atarán los machitos. Servirá de aviso general a la colectividad de las fortunas que no pagan un chavo. Servirá como retribución ante el resto de la sociedad y además así, viviendo una temporada en un establecimiento de gestión pública, a lo mejor se reinsertan y se dan cuenta de por qué es importante contribuir para que se conserven en buenas condiciones.

Mientras esta cuestión no quede resuelta en nuestro país, no existirá verdadera fuerza moral respecto al resto de los contribuyentes y no conseguiremos que los que más tienen contribuyan, no ya más que el resto, sino que contribuyan en la medida que les corresponde.

Sobre la inanidad del argumento de “llenar las arcas” que se ha esgrimido hasta ahora se escribe toda la indignidad de la amnistía fiscal, de la lista Falciani y de estos acuerdos. Sobre él pivota la constatación de cómo se protegen entre ellos los oligarcas. En él encontramos los demás la suficiente indignación como para clamar que las cosas no pueden seguir así.

Hay que mandarlos a la cárcel. Mientras, ya saben, sigan descorchando cervezas Damm.