Machismo pandémico
Desde hace unos días, en Perú, por decreto supremo, los hombres salen a comprar comida, al banco o pasear al perro los lunes, miércoles y viernes; y las mujeres los martes, jueves y sábados (el domingo no sale nadie), desde que el Gobierno decidió que para reducir el volumen de gente en las calles durante los días de confinamiento coronavírico las salidas iban a ser estrictamente por géneros y, OMG!, de forma exclusivamente binaria. La medida ha puesto de vuelta y media a la sociedad peruana en plena discusión sobre la gestión de la crisis, ha puesto a las feministas a reclamar por más enfoque de género durante y después de la pandemia, y la comunidad LGTBQI+ se ha puesto en pie de guerra por lo que pudiera venir.
El presidente peruano ha hecho lo que ha podido y se ha autoproclamado “gobierno inclusivo”, y lo que hemos interpretado todos es que respetará todas las identidades después de que sus funcionarios aclararan que “quien sea vea como una mujer será considerada una mujer y quien se vea como hombre, pues como hombre”, en suma, que no se habla solo de mujeres y hombres cis. Aunque usted no lo crea, esto ha supuesto un avance inmenso en el reconocimiento de los derechos de las personas trans y disidencias en un país sin ley de identidad de género. Aún así, en estos primeros días no han faltado las agresiones transfóbicas de la policía, porque lo que no se cambia en décadas no se cambia en un día.
Pero las salidas binarias han tenido más efectos y hoy podemos decir que no cumplen con su objetivo y que deben ser rectificadas por el Gobierno. Les cuento por qué: todos los latinoamericanos que vivimos la crisis de salud en España llevamos estas semanas imaginando cómo sería un escenario similar a éste en nuestros países, con sus paupérrimos sistemas públicos de salud, menoscabados por las décadas de privatizaciones, neocolonialismo y políticas neoliberales, y las proyecciones son de auténtico horror. Mi país –el de los muros que separan barrios con piscinas de los barrios que no tienen agua potable– enfrenta la pandemia en medio de la enorme desigualdad social que conocemos, con casi siete millones de personas, más del 20% de la población peruana, viviendo por debajo del umbral de pobreza y con menos del sueldo mínimo.
A una sanidad pobre, a un sistema de pensiones privatizado y usurero, se suma que el 70% de la población vive de la economía informal, esto quiere decir que millones de personas no pueden quedarse en casa y están obligadas a salir cada día para llevar el pan a sus hogares. Gente que ha tenido que soportar en estas semanas de encierro obligatorio y toque de queda –el Perú fue el primer país de la región en dictar una cuarentena drástica– el acoso de las élites, de los que sí tienen el privilegio de poder quedarse seguros en sus casas y que ahora presumen de moral. Como pese al férrero confinamiento continuaban las aglomeraciones en mercados y comercios, al Gobierno se le ocurrió reestringir la salida a la calle por género.
Tras unos días de absoluta estupidez, en los que los memes y chistes consistían en apuntalar lo ineptos que eran los hombres para las compras y los medios hacían reportajes sobre lo curioso que era ver hombres en el mercado haciendo “cosas de mujeres”, se reveló el principal problema de esta medida: cuando les toca a los hombres, todo transcurre con normalidad, los supermercados lucen liberados y se ven muy pocos señores en las calles con sus bolsas, listas y carritos. Los día que les toca a las mujeres, en cambio, se viven tremendas aglomeraciones y larguísimas colas en las que ella usan las mascarillas para nada porque no se respeta ni la distancia física recomendada. Es decir, las mujeres han salido por miles en sus días y en consecuencia no se ha conseguido reducir el número de personas en la calle para alejar el contagio, al contrario, las compras son ahora peligrosamente masivas.
Por supuesto, no se han hecho esperar las críticas machistas a “las histéricas, irresponsables, caóticas y kamikazes mujeres” que salen a comprar a lo loco, cuando lo que pasa es que se está confirmando lo que ya sabemos: que son las mujeres las que se encargan mayoritariamente de conseguir los víveres y provisiones para sus familias. Aún más, el 25% de las mujeres son las responsables únicas de los hogares peruanos. Lo que subyace en última instancia a esta problemática es la brutal desigualdad en los trabajos de mantenimiento doméstico y cuidados que aún descansan masivamente sobre las mujeres.
El trabajo del hogar feminizado, los estereotipos de género y la violencia machista –cuántas mujeres ya llevan casi un mes encerradas con su maltratador– que ya quisiéramos que se pudieran quitar a “martillazos” –como se le llaman a estas medidas presidenciales extremas– nos cuesta, y nos está costando, sangre, sudor y lágrimas derribar. Y si alguno cree que no es momento para hablar de “feminismos”, solo piensen en lo que se nos está revelando: dado que las mujeres son las que están saliendo más a comprar a las calles, son ellas, las peruanas, las que están poniendo el cuerpo por sus familias, quienes corren más riesgo de contraer el virus en un país en el que no hay ni mil camas UCI en todo el territorio, donde no hay respiradores y donde aunque los casos no se han multiplicado todavía con la rapidez que en Brasil o Ecuador, se teme que en estos días empiecen a elevarse dolorosamente.
Y no, el machismo no es exclusivo del caso peruano. Hoy leí en un periódico español que unas de las excusas que dio un hombre a la policía para haber salido con su mujer a hacer la compra es que él “no sabe comprar”.
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