Aunque Mediterráneo es mucho más conocida, probablemente la canción de Serrat con la que muchos nos identificamos es Plany al mar (Lamento al mar) porque si has nacido o vives cerca cuesta mucho imaginarte otro entorno mejor. En esa composición del cantautor catalán hay una frase que describe a la perfección cómo es el dolor de ver que el Mediterráneo, igual que otros mares, ya no es el que era por culpa de la codicia o la ignorancia.
De la manera que el desvalisen i l'enverinen, ai, qui ho diria, que ens dóna el pa! (De la manera que lo desvalijan y envenenan, ay, quién lo diría, que nos da el pan).
Serrat escribió la canción justo hace cuatro décadas. 10 años antes ya cantaba en Pare que sin peces habría que quemar la barca. Eran unas letras especialmente meritorias porque entonces no existía la actual conciencia ecológica. Los pescadores han tenido que interiorizarla porque sin pesca sostenible no hay pesca y nadie mejor que ellos para saberlo.
Los datos demuestran que se ha avanzado en el sentido correcto, en algunos casos obligados y en otros por convicción, aunque eso ha supuesto que se pierda la mitad de la flota en comunidades como Catalunya (ahora quedan 597 embarcaciones). En los años 90 se capturaban entre 40.000 y más de 60.000 toneladas de pescado cada año en el Mediterráneo catalán. A partir del 2000 se empezó en unas 30.000 toneladas y se fue rebajando. Según las cifras de la Generalitat, el año pasado fueron 16.560 toneladas.
Hay que seguir reduciendo las capturas y pescar de una manera más sostenible si queremos que el Mediterráneo sobreviva. Y que resista también el ecosistema económico que va desde los pocos pescadores que subsisten (no estamos hablando de grandes armadores) así como los negocios que van desde las pescaderías a los locales de restauración de estas zonas. Es un equilibrio endiablado, pero no queda otra a no ser que decidamos que las poblaciones de costa están ya condenadas definitivamente a ser un monocultivo turístico, que también tiene consecuencias para el medio ambiente y la convivencia.
“Los pescadores podrán pescar en 2025 el mismo número de días que en 2024, siempre que cumplan algunas medidas en materia de mallas, vedas o de puertas volantes que son importantes de cara a la sostenibilidad”, explicó el ministro Planas desde Bruselas. Esas medidas son imprescindibles y ahora corresponderá a todos, al sector y a las administraciones, hacer los esfuerzos necesarios (eso significa también dinero para ayudar a implementar esas medidas). Y los consumidores que aún no lo han entendido es bueno que empiecen a asumir que no siempre encontrarán en la pescadería o el restaurante el pescado que quieren. No es un gran sacrificio.
La pesca puede ser sostenible del mismo modo que lo intenta la agricultura porque el sector primario es, o debería ser, imprescindible para proteger el medio ambiente y preservar los recursos naturales. En muchas zonas, especialmente las de montaña (pero no solo ahí), los agricultores y ganaderos prácticamente han desaparecido y los que resisten son héroes. Lo más fácil es criminalizar al colectivo y referirse a ellos como los terratenientes que se han entregado a los brazos de Vox. Evidentemente, ese perfil existe, pero solo con pasearse por una manifestación de Unió de Pagesos se puede comprobar que hay muchos otros que no parecen salidos de ‘La escopeta nacional’ de Berlanga.
Quien mejor ha explotado la división, también ideológica, entre las zonas rurales y las urbanas, es Trump. Pero no es un fenómeno exclusivo de Estados Unidos. La extrema derecha francesa monopoliza las regiones industriales y el sureste aunque en muchas de las poblaciones rurales donde aún gana la opción de centro, el Reagrupamiento Nacional (RN) está avanzando de manera imparable (pueden consultar aquí el mapa).
Haría mal la izquierda en dar por perdidos esos votos. Primero, por responsabilidad y después, porque luchar por la igualdad de oportunidades también pasa por asegurar el reequilibrio territorial.