El sanchismo como una de las bellas artes

19 de junio de 2023 22:22 h

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En 1874 un grupo de artistas independientes celebró una exposición de sus cuadros en París. Entre ellos se encontraba el cuadro de Monet titulado Impresión, sol naciente. Un crítico escribió un artículo demoledor, indignado con aquellos innovadores artistas, que disolvían las formas para centrarse en representar lo más esquivo: la luz. Louis Leroy escribió en su crítica párrafos despectivos y burlones como este: “¿Qué representa este cuadro? ¡Impresión! Impresión, eso es seguro. Me decía a mí mismo que, dado que estaba impresionado, tenía que haber alguna impresión en él. Un papel pintado está más terminado que esta marina”. Lejos de sentirse mínimamente molestos, aquellos artistas abrazaron el término: impresionismo fue el nombre del movimiento artístico que definiría el final del siglo XIX. Un término maravilloso que, a fin de cuentas, provenía del título de uno de sus cuadros. Más aún, un movimiento artístico que abrió la puerta a sucesivas rupturas de lo convencional, el cubismo y las vanguardias. La innovación siempre acarrea más innovación.

Volviendo a la política, no veo motivos para quejarse de que, de nuevo, críticos conservadores hayan acuñado y explotado hasta la saciedad el término “sanchismo”. Sólo hay que zafarse de su marco despectivo. A cambio, veo muchos motivos para abrazar el calificativo. Los conservadores del XIX quisieron mandar a los impresionistas al rincón de la historia, justo el lugar donde hoy se encuentra el crítico que se burló de ellos, al que he citado de la puritita compasión que me inspira el silencio en que reposa. Aquel hombre hubiera encabezado de buen grado un movimiento que prometiera “derogar el impresionismo” (tal vez hasta lo intentó, pero nadie se acuerda).

Pedro Sánchez revolucionó la política en 2016 y no ha dejado de hacerlo desde entonces. La gente sin deudas asusta mucho: si uno no debe nada a quienes pretenden gobernar sin presentarse a las elecciones, se puede dedicar a “molestar a la gente de bien”. Gente como Louis Leroy, que entendía mucho de papeles pintados. Aquel hombre hubiera sido un magnífico tertuliano de la España del siglo XXI. Como biempensante, hubiera estado suficientemente molesto para ganarse el sillón de la indignación patria que abandera la derecha contra Sánchez. Y curiosamente podía haber pontificado casi en los mismos términos. Le hubiera indignado que los mayores cobren pensiones sanchistas, o sea, revalorizadas según el IPC; hubiera despotricado contra el salario mínimo sanchista de 1.080 euros, frente a los 700 euros que se cobraban hace cinco años; hubiera criticado a los jóvenes que tienen al alcance de la mano viviendas públicas sanchistas si la derecha no las deroga. Hubiera visto a padres jóvenes disfrutar de un permiso de paternidad sanchista. En fin, la lista es inacabable. 

Cinco años de sanchismo y ¿qué tenemos? Los tejados se han poblado de placas solares sanchistas, pagamos una factura de la luz sanchista gracias a una batalla netamente sanchista en Bruselas que se saldó con una victoria sanchista. En el extranjero se asombran de que nuestro amado país goce de tanto prestigio internacional y cuando preguntan quién lo ha hecho la respuesta es: el sanchismo. Tenemos también una inflación sanchista, o sea, de las más bajas de Europa y un crecimiento económico muy muy sanchista, o sea, al alza por los organismos internacionales. Nuestra economía se digitaliza y se adapta al cambio climático gracias a 140.000 millones de euros de los fondos europeos sanchistas. ¿No es para indignarse?

La innovación sanchista comenzó en 2016. Entonces se venía hablando de la nueva política, pero esta quedaba restringida a partidos de nuevo cuño. Sánchez la llevó a su propio partido, enarboló la bandera de la renovación interna, se sacudió a quienes, a fuerza de décadas controlando el PSOE, se habían hecho conservadores, y negó su apoyo a un Partido Popular carcomido por la corrupción. Dos años después ganó el Gobierno mediante una moción de censura.

Hay algo especialmente valioso en los artistas. También en los políticos: su libertad. Como Pedro Sánchez llegó al poder estrictamente mediante el voto (en las primarias de su partido, en el Congreso y en las urnas), no tenía hipotecas. En el contexto de una crisis global de desigualdad, desatada en la crisis financiera y agudizada por la pandemia, Sánchez ha podido hacer una política socialdemócrata clásica sin ataduras. Ni más ni menos.  

Si a todo eso se le llama sanchismo, abracémoslo como los impresionistas. Es modernización de España, defensa y protección de las mujeres, crecimiento económico, paz social, resolución de conflictos territoriales. ¿Con errores y contradicciones? Por supuesto. No existe la política sin ellas. ¿Qué es el antisanchismo? Negación de la crisis climática y negación de la violencia machista. Sin contradicciones: como una roca dispuesta a arrollarnos. Esto sí que me impresiona.