Sandra Mozarowsky y el lado sórdido de la Transición
La historia de la trágica y prematura muerte de la tangerina Sandra Mozarowsky es noir, muy noir. Ya había inspirado una novela negra ('El asesino tímido', Clara Usón, 2019) ahora es contada en una película, 'La última noche de Sandra M.', dirigida por Borja de la Vega e interpretada por Claudia Traisacs, de la que Javier Zurro dio cuenta el pasado lunes en este diario. Sí, amigos, la Transición fue más cutre, guarrindonga y sangrienta de lo que cuenta el relato canónico.
Para un antifranquista como yo, para toda mi generación, para la mayoría de los españoles, la Transición fue el periodo en que comenzamos a respirar a pleno pulmón las libertades; no solo las políticas, también las culturales y vitales. Sin embargo, la recuerdo en blanco y negro, o, en todo caso, en aquellos colores granulosos, desvaídos, parduzcos de los videos de la época. Fue un tiempo esperanzador y gozoso, pero también equívoco, duro y violento.
Sandra Mozarowsky no sobrevivió a la Transición. Falleció a finales del verano de 1977, al caer desde la terraza de la casa de sus padres, en el barrio madrileño de El Viso. Había nacido en Tánger dieciocho años antes, en los últimos compases del período internacional de la ciudad, hija de un ruso y una española, pero poco después la familia Mozarowsky se trasladaría a Madrid. Sandra quería ser actriz desde pequeña, solo que el cine español de los años 1970 tan solo ofrecía a las chicas jóvenes y guapas como ella papeles en los que había que enseñar carne. Al fenómeno se le llamaba cine de destape y, tras cuarenta años de censura tridentina, tenía un punto liberador, pero estrictamente reservado a determinadas fantasías eróticas de los varones heterosexuales.
En aquel cine las mujeres eran meros objetos de deseo. Los títulos de las películas en las que trabajó Sandra, siempre en papeles secundarios de Lolita tentadora, son bastante explícitos: 'Lo verde empieza en los Pirineos', 'Cuando el cuerno suena', 'Call Girl', 'Pecado mortal'… Ella estaba harta de semejante encasillamiento. Poco antes de su muerte, en una entrevista a la revista Semana, declaró que quería terminar el bachillerato, formarse como actriz en Londres y retomar luego su carrera en papeles que no fueran necesariamente eróticos.
Las lenguas comenzaban a desatarse en 1977 y la muerte de Sandra despertó sospechas de inmediato. Allí había algo raro y sórdido. Sandra, decían sus amigos, no tenía intenciones suicidas, al contrario, estaba ilusionada con empezar una nueva vida.
Aunque la autopsia jamás se hizo pública, se supo que Sandra estaba embarazada. Se rumoreó que sostenía una relación sentimental tóxica y potencialmente peligrosa. Se susurró que con el mismísimo rey Juan Carlos. El caso Mozarowsky se convirtió en una leyenda urbana transmitida en voz baja en los restaurantes y pubs del Foro. Si no había suicidio, ¿qué es lo que había? ¿Caída accidental por un desmayo producido por las anfetaminas que tomaba para contrarrestar su tendencia al engordamiento? ¿Homicidio? Los más osados sugerían que la actriz tangerina había sido víctima de una operación de los servicios secretos. El tipo de espionaje y acoso que más tarde dirían padecer amantes del monarca como Bárbara Rey y Corina Larsen.
Aquella España no era un cuento de rosas. En su libro 'La transición sangrienta', Mariano Sánchez Soler cifró en más de seiscientos muertos y unos dos mil heridos las víctimas de la violencia política entre 1975 y 1983. Y no solo por culpa de ETA y los Grapo. La brutalidad policial, las oscuras acciones de servicios parapoliciales y de espionaje, el terrorismo ultraderechista se llevaron por delante muchas vidas de españoles. Y ello sin contar los fallecimientos por atracos o sobredosis de aquel tiempo, que fue también el de la delincuencia quinqui y el consumo de heroína.
No está mal recordarlo. Para que nuestros hijos y nietos sepan de dónde venimos. Sepan cuánto costó conseguir las libertades y derechos que ellos consideran tan antiguos como las Pirámides de Egipto y que creen garantizados para siempre.
Recordarlo por tierra, mar y aire. A través del periodismo, por supuesto. Como ha hecho RTVE con el caso El Nani, el chorizo asesinado en los calabozos policiales de la Puerta del Sol, con su documental 'Pacto de silencio'. Y también a través del cine y la novela. Como hizo en 2022 la película 'Modelo 77', de Alberto Rodríguez, respecto a la lucha de los presos comunes por un mínimo de dignidad en las cárceles españolas.
Nuestros hijos saben poco de nuestra reciente historia, de la II República, la Guerra Civil, el franquismo y la Transición. No es su culpa: nadie se los ha enseñado. La España actual está asentada en un ejercicio de desmemoria. Las libertades no nos las regalaron el magnánimo rey Juan Carlos y un puñado de políticos con buen rollito; fueron el resultado de masivas movilizaciones populares. La Transición dejó aparcadas muchas aspiraciones justas, la correlación de fuerzas era la que era. Y no fue tan limpia y pacífica como una representación en Ginebra de 'El baile de los cisnes'.
Casi medio siglo después me sigue perturbando la historia de aquel juguete roto en que terminó convirtiéndose Sandra Mozarowsky, como Amparo Muñoz, Nadiuska y otras actrices del destape. No sé si se cayó accidentalmente, si se suicidó por angustia o si alguien la empujó al vacío. Pero sé que Sandra quería ser actriz en un tiempo y un lugar que relegaban a las chicas guapas a determinados roles. Y en que los poderosos no tenían demasiados problemas en borrar las huellas de sus fechorías. Y también sé que su muerte no fue investigada seriamente. Noir, muy noir.
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