La Guardia, municipio de poco más de 2.000 habitantes de la provincia de Toledo, se apresta a celebrar –del 23 al 28 de este mes– su fiesta patronal, en la que se honra al Santo Niño de La Guardia. El hecho no tendría nada de excepcional en un país donde las fiestas patronales constituyen una de las tradiciones más arraigadas, si no fuera porque el Santo Niño de La Guardia encarna uno de los capítulos más tenebrosos en la historia de la intolerancia y el fanatismo europeo: el de los “libelos de sangre”. Una práctica calumniosa extendida por casi toda la Europa medieval –en algunos territorios del imperio ruso se prolongó hasta comienzos del siglo XX–, mediante la cual se acusaba a judíos de secuestrar y asesinar a cristianos, sobre todo niños, con el fin de utilizar su cuerpo, su corazón y su sangre durante la Pascua en rituales macabros que replicaban la crucifixión de Jesús. Miles de judíos fueron condenados a muertes terribles por estos supuestos crímenes satánicos.
El caso del Santo Niño de La Guardia es un fake que se construyó con base en una ‘confesión’ arrancada por la Inquisición a un grupo de seis conversos sospechosos de seguir practicando a escondidas la fe mosaica. Bajo torturas, suplicios y trampas en los interrogatorios, los detenidos dijeron haber raptado y asesinado, en compañía de dos judíos, a un niño en La Guardia para utilizar su cadáver y su sangre en rituales religiosos. Sus versiones presentaban numerosas incoherencias, incluso en la fecha en que habrían cometido el crimen. No había constancia de la existencia del niño más allá del relato de los propios acusados –los nombres de Juanito o Cristóbal surgieron en la literatura posterior–. No se conocían denuncias de familiares por la supuesta desaparición de un menor. En el lugar donde estaba presuntamente enterrado el cuerpo de la víctima no se encontró nada; la investigación dedujo que había subido al cielo. Pese a todo, los ocho detenidos fueron declarados culpables –los conversos, por la Inquisición; los judíos, por las autoridades civiles– y quemados el 16 de noviembre de 1491 en una pira a las afueras de Ávila. El caso contribuyó a enardecer el ánimo popular contra los judíos y allanó el camino a su expulsión de España, que los reyes católicos aprobaron cuatro meses después.
Los “libelos de sangre” solían fabricarse a partir de un sustrato real: un niño cristiano muerto al caer en un pozo cercano a la propiedad de un judío, asesinado en un paraje por desconocidos, etc. Sin embargo, el nexo con la realidad no era imprescindible, como lo evidenció el caso del Niño de la Guardia. O como sucedió en el caso de Dominguito del Val, que la tradición católica considera el primer crimen ritual cometido por judíos en España. Según la leyenda, varios judíos de Zaragoza secuestraron al niño de siete años, conocido por su hermosa voz en los coros religiosos, y, tras propinarle cinco mil (!) azotes, lo crucificaron y lo atravesaron con una lanza. Seguidamente, le cortaron la cabeza y las manos, que arrojaron en un pozo, mientras que el resto del cuerpo lo tiraron al Ebro. Los restos fueron hallados por unos centinelas gracias a que emitían luces divinas, y fueron finalmente sepultados en la Catedral de Zaragoza. El hecho se hace remontar a 1250, pero estudiosos como María José Sánchez Usón sostienen que el relato se construyó más de tres siglos después con unas actas casi calcadas del caso del niño Hugo de Lincoln, un supuesto crimen ritual que habría tenido lugar en Inglaterra en 1255 y cuyo relato era conocido en ámbitos eclesiales españoles.
El Vaticano suprimió en 1969 el culto a 33 santos supuestamente víctimas de crímenes rituales judíos, incluido Dominguito del Val, al concluir que los casos fueron construidos con pruebas endebles. El Santo Niño de La Guardia no estaba en la lista, porque, pese a su nombre, no forma parte del santoral. Pese a todo, Dominguito del Val sigue siendo venerado cada 31 de agosto por su cofradía, es patrón de los monaguillos, su supuesto martirologio se difunde en cientos de portales católicos y la catedral de Zaragoza mantiene una capilla consagrada a su memoria. Por su parte, el Santo Niño de La Guardia conserva su condición de patrón del pueblo toledano donde se originó su leyenda, y su pretendido calvario ha inspirado obras como un mural del siglo XVIII en la catedral de Toledo atribuido a Francisco Bayeu o la pieza 'El niño inocente de La Guardia' de Lope de Vega. En su laureado libro 'Gárgoris y Habidis', acogido con gran entusiasmo en 1978 por la crema y nata de la intelectualidad española, Sánchez Dragó retomó el infame libelo, dándolo por cierto, en unos términos que habrían entusiasmado a Torquemada: “Conque menudearon lances como el descrito hasta culminar en el más famoso, sañudo, dramático y grotesco: la inmolación en olor de magia negra del llamado Santo Niño de La Guardia, en el siglo Juan de Pasamontes y piadosa criatura de Toledo. Un auto de fe como tantos catalizó el infanticidio en fecha 21 de noviembre de 1490. Enésima gota de sangre para colmar el vaso de la venganza. Manos conversas secuestraron al chaval, lo torturaron y le dieron muerte en todo análoga a la sufrida por Jesús en el Gólgota. Indignóse la plebe, achicáronse los marranos y entendió la magistratura en el asunto. Las diligencias revelaron que los asesinos, para más befa, habían elaborado un filtro mágico con el corazón de Juanito siguiendo las instrucciones de un punto por mal nombre llamado Benito García de las Mesuras. Huelga decir que éste confesó haber aprendido tales artes en la pagana Francia, pues de otro modo no se comprendería semejante malicia, tamaña ruindad y tan aleve fantasía”. Todavía hoy, la Archidiócesis de Madrid acoge en su sitio web un opúsculo del martirologio del Santo Niño de La Guardia, si bien desde el año pasado apostilla que el texto “está siendo sometido a revisión”, tras la queja de las comunidades judías de España. Una revisión, por cierto, de la que no se han tenido más noticias.
No es fácil aceptar que una figura en torno a la que se ha construido un culto sea un 'fake'. Peor aun: uno que sirvió de cobertura para propagar el odio a otro colectivo humano y causar miles de muertes cruentas. Sin embargo, ese paso se ha dado en otras latitudes. En 1965, el arzobispo de Trento abolió el culto a Simoncito de Trento –uno de los santos más famosos de los 33 cuyo culto suprimiría cuatro años después el Vaticano– y la procesión anual de sus reliquias. En 2019, el Museo Diocesano Tridentino abrió en la localidad italiana la exposición 'La invención del culpable' que explica pedagógicamente cómo se confeccionó este “libelo de sangre” que llevó a la hoguera a 15 judíos y a la conversión forzosa de gran parte de la comunidad. Es lo que se conoce como resignificación de la historia. A ver si toman nota en España tanto la Iglesia como el Estado que con tanta generosidad la apoya. Es inadmisible que en pleno siglo XXI se siga dando validez a los infames “libelos se sangre” mediante la veneración de sus supuestas víctimas. Y que a ese culto se contribuya con fondos públicos.
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