Hispania, la Galia, Italia y otros territorios del Mediterráneo ya celebraban con alegres fiestas el solsticio de invierno siete siglos antes de que el cristianismo decidiera vincularlo, sin la menor prueba, con el nacimiento de Jesús de Nazaret. Pero si le dices esto a Isabel Díaz Ayuso empezará a poner caritas, le saldrá humo por la cabeza y terminará acusándote de “sanchista”, signifique esto lo que signifique.
Las Saturnales (en latín Saturnalia) eran unos días de jolgorio colectivo situados antes y después del 21 de diciembre, momento en que termina el ciclo natural del acortamiento de los días y comienza el de su alargamiento. Ya sé que, con el frío que hace durante estas fechas, a Ayuso le costará creer que lo que estamos celebrando es el regreso del Sol Invicto, la creciente proximidad de la primavera. Y me temo que si lo consulta con su Rasputín particular, el llamado MAR, este tampoco sabrá de lo que estoy hablando. Le dirá algo así: “No, presidenta, que no te líen los rojos. Lo que celebramos es la Navidad, el nacimiento de Jesucristo”.
Pues no, señores, esto no tiene nada que ver con rojos y azules, esto tiene ver con cultura, esa palabra que a Ayuso y MAR les despierta las ganas de invadir Polonia, o, bueno, presentar una querella ante cualquier juez amigo que esté de guardia. Pero resulta que las Saturnales comenzaron a celebrarlas los romanos ya en el siglo III antes de la era cristiana, como mínimo. Y, caramba, lo hicieron con banquetes espléndidos, mucho trasiego de vino, regalos a familiares y amigos, decoración con ramas verdes, profusa iluminación nocturna con velas y antorchas y un espíritu bromista y carnavalesco que hasta aceptaba las irreverencias de los esclavos. Muy como lo de ahora, ¿no?
Y es que, señora Ayuso, en la Península Ibérica hubo vida antes del matrimonio de los Reyes Católicos, y, en los siglos anteriores y posteriores al nacimiento de Jesús de Nazaret, fuimos parte del Imperio Romano. Éramos paganos, hablábamos en latín y celebrábamos las Saturnales, el final del periodo más oscuro del año y el nacimiento de un nuevo período de luz. Esto es, el Sol Invictus.
Por lo demás, señora Ayuso, los romanos no fueron los únicos en percatarse del cambio producido durante estos días de finales de diciembre. También se habían coscado el judaísmo, el mazdeísmo persa y varias culturas nórdicas, que asimismo celebraban con jovialidad estas fechas. Y muy probablemente por eso, el cristianismo decidió, ya a comienzos del siglo IV de nuestra era, fijar el 25 de diciembre como el de la conmemoración del nacimiento (nativitas) de Jesús de Nazaret. Para fundirse con el paisaje, para aprovechar la corriente ancestral, para superponer sus prácticas a otras muy arraigadas. Pero la Europa latina ya celebraba el solsticio de invierno desde hacía, al menos, siete siglos. ¿Lo pilla?
Usted “ha reclamado el valor de la Navidad con todas sus implicaciones cristianas y ha lamentado el cambio de paradigma que está viviendo la sociedad”, según informó uno de los diarios que subvenciona con generosidad. Se ha puesto como una hidra, lo cual es su actitud habitual, porque haya gente en la España actual que diga Felices Fiestas en vez de Feliz Navidad.
Vamos a ver, señora, olvídese de lo dicho anteriormente sobre las saturnales que los hispanos celebramos durante siglos. Déjelo, la comprensión de esto no está a su alcance. Pero no puedo tolerarle que politice también lo de Felices Fiestas y lo identifique con un fantasmal sanchismo anticristiano y antiespañol. Sepa usted que, ya en tiempos del muy católico Francisco Franco, los españoles decíamos Felices Fiestas. El uso del plural alude en este caso a tres eventos: la Navidad, el Año Nuevo y la Epifanía de los Reyes Magos.
Lo mejor que puedo decir de usted, señora Ayuso, es que encarna al personaje Königin der Nacht, la Reina de la Noche de la ópera La Flauta Mágica de Mozart. Independiente y poderosa, sí, tanto como ególatra y nociva. Más que con la libertad que menciona en su palabrería, yo la relaciono a usted con la oscuridad. Su balance es aterrador: 7.291 ancianos muertos en las residencias de Madrid, a los que habría que añadir el desconocido número de personas fallecidas prematuramente por desasistencia en la sanidad pública de Madrid.
No se me indignen los propagandistas del ayusismo, por favor. Denle una vuelta al tema. ¿No fue la propia Ayuso la que asumió este vínculo al decir alto y claro que los muertos en las residencias madrileñas se hubieran muerto de todas formas? ¿A que sí? Acéptenlo, Ayuso es propagandista de la ineluctabilidad de la cita con la Parca: todos nos vamos a morir, así que, si queremos retrasar esta cita, lo que tenemos que hacer es suscribir uno de los seguros privados que ella promueve.
Yo soy pagano, celebro las saturnales y respeto a los que quieren llamarlas Navidad, faltaría más. Celebro también el espíritu de Mozart y su La flauta mágica, un maravilloso canto a la fraternidad que pregonaba la francmasonería a la que pertenecía el músico de Salzburgo. Además de libres e iguales, todos los humanos debemos practicar el deber de ayuda al prójimo. Un deber incluido, por cierto, en lo mejor del mensaje primigenio de Jesús de Nazaret.
La flauta mágica es un canto alegre. Los valores de la Ilustración no pueden defenderse sin alegría. Nada tan estéril como una izquierda ceniza. Mario Benedetti nos instó a defender la alegría como una trinchera, defenderla de la miseria y los miserables, del pasmo y las pesadillas, de las dulces infamias y los graves diagnósticos, defenderla como una bandera. La alegría hay que practicarla como una higiene vital, como Mozart en La flauta mágica, como el pianista Arthur Rubinstein hasta el final de sus días. Así que felices Saturnales, feliz Janucá, felices fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes.