El secreto está en la curia
El reconocimiento de la supremacía del Pontífice sobre el Emperador romano y todos los reyes de la tierra fue impuesto a partir del S. VIII en virtud del testamento del emperador Constantino, documento que cuatro siglos después de su muerte la curia romana hizo circular por Europa. Esta consagración de la primacía del poder pontificio sobre el imperial, del poder terrenal de la Iglesia, estuvo vigente para la curia romana hasta bien entrado el S. XIX, al haberlo integrado como pieza jurídicamente vinculante del derecho canónico. De este modo, en el pasado los estudiosos del Código de Derecho Canónico podían sostener que el Papa, como monarca universal, era señor de la Tierra y tenía derecho a asignar porciones de territorio a los estados.
Probablemente en el siglo VIII, la curia vaticana del papa Esteban II, esgrimió por primera vez el documento denominado Constitutum Constantini como decreto testamentario del primer emperador cristiano Constantino a favor del papa Silvestre I y de sus sucesores.
Según este documento pretendidamente del siglo V, firmado por el emperador de su puño y letra antes de su muerte y depositado por el mismo en la tumba de San Pedro, el emperador donaba Roma y todo el Occidente al papa Silvestre y sus sucesores. Con este decreto, el pontificado heredaba decenas de ciudades y castillos al norte y este de los Apeninos que, juntamente con el Ducado de Roma, constituirían el Patrimonium Sancti Petri, el Estado medieval de la Iglesia. El documento recogía que la voluntad del Papa estaba por encima de la de cualquier emperador ya que la principal preocupación humana era la salvación eterna y por tanto el ejercicio del poder mundano era trivial, aunque su intención bien era ladinamente la contraria.
La conocida como Donación de Constantino tenía dos partes, en la primera se relataba como el emperador había terminado su vida pagana cuando el papa Silvestre lo bautizó en la fe cristiana y cómo éste le curó milagrosamente de una horrible lepra. Tras haber llamado a médicos y sacerdotes que le recomendaban bañarse en la sangre caliente de los inocentes, se le aparecieron San Pedro y San Pablo que le mandaron para sanarle buscar al papa Silvestre que se ocultaba de su persecución. El emperador enfermo fue a su encuentro y, tal y como le pidió el Papa, se sumergió tres veces en el agua del baptisterio de Letrán y con ello purificó completamente el mal. Constantino se mostró tan agradecido que reunió a todos sus gobernadores y senadores y les ordenó que la sagrada sede de Pedro fuera gloriosamente exaltada sobre el imperio y trono terrenal.
En la segunda parte se explicaban los métodos para hacer esto posible. Siguiendo las órdenes que Dios confiere al papa como sucesor de Pedro, tendría la supremacía sobre los cuatro patriarcas del mundo, los de Antioquia, Jerusalén, Alejandría y Constantinopla. Además, los eclesiásticos de Roma debían tener los mismo honores y derechos que los senadores, y el papa debía tener los mismos que el emperador, entre ellos llevar una corona imperial dorada. Por ello donaba al papa todas sus tierras, ciudades y posesiones occidentales, entre ellas Roma y su Palacio de Letrán como obsequio, convirtiéndolas en posesiones permanentes de la Santa Iglesia de Roma.
Y como última formalidad trasladaba la sede del gobierno imperial al oriente, a la capital de Constantinopla, ya que no era apropiado que un emperador terrenal tuviera autoridad en Roma, donde el emperador del cielo había instaurado el reinado de los sacerdotes y del líder de la religión cristiana. De este modo, la curia vaticana obtenía un poder político y económico extraordinario, convirtiéndose en la base de los papados más agresivamente expansionistas de los siglos XII y XIII y de las cruzadas.
Todo es mentira
La falsificación se descubrió como tal en el siglo XV cuando un canónigo de Letrán puso al descubierto el embuste, pero hasta mediados del siglo XIX la historiografía católico-romana no reconoció la falsificación. La Curia Vaticana siempre ha reivindicado como propios los beneficios obtenidos por aquella artimaña. La desorbitada política territorial del papado, que sojuzgó principados y reinos enteros, tuvo aquella mentira como base legal.
El significado de la donación se encuentra reflejado en los frescos del S. XIII de la capilla de San Silvestre de la Iglesia de los Santi Quattro Coronatti, situada en las cumbres de la colina del Celio de Roma, constituyendo una de las más explicitas demostraciones del contenido eminentemente político del arte medieval. En las que el más importante icono es el del emperador Constantino como mozo de cuadra, llevando por la brida el caballo papal e hincando la rodilla ante el papa.
Inocencio III, que llegó joven al papado, fue el más cumplidor al ser gran impulsor de las cruzadas, ese prolongado brote de delirio religioso colectivo. Pero también lo fue el romano Gregorio Magno el que más hizo por consolidar el poder temporal del pontificado, al que había accedido después de haber sido prefecto de Roma. También, basándose en el documento, los papas practicaron durante siglos la doctrina de Gregorio VII en 1075: solo el romano pontífice puede usar insignias imperiales, solo a él compete deponer emperadores. El último fue Pio XII, entre 1939 y 1958, que obsesionado con el protocolo obligó a que los funcionarios se arrodillasen cuando el Papa empezaba a hablar y a salir de la habitación caminando hacia atrás.
Prelados y Papas han sido incapaces de desprenderse de esa ambición de poder terrenal. Lo revela el oropel del jefe de Estado, la tiara pontificia, los tesoros de la Iglesia, el dogma de la inefabilidad del Sumo Pontífice, las insignias imperiales de Su Santidad. Los papas se revisten de ropajes granas y púrpuras como emperadores para impresionar. Por eso intentar despojar al obispo de Roma de sus poderes temporales ha parecido hasta ahora una labor imposible.
Con riquezas y poderes terrenales se ha consolidado el imperio católico. Las luchas e intrigas en el seno de la curia romana son tan históricas como la historia del papado de los últimos 2000 años. Intrigas muchas veces resueltas con sangre.
La dimisión histórica o renuncia oscura de Benedicto XVI -quien siendo Ratzinger y defensor de “la doctrina de la fe” admitió la ventaja que había representado para la Iglesia la pérdida del dominio de algunos territorios- es consecuencia de esas intrigas económicas, el espionaje entre prelados y congregaciones, los vatileaks, los abusos sexuales a menores, es decir, el poder terrenal de la curia vaticana y sus diócesis, que aún persiste con su visión absoluta y dogmática sobre cada una de las cualidades más materiales de la vida humana. Su sucesor, el papa jesuita del nuevo mundo ya tiene su primera misión urgente: reformar la curia.
La historia de ese poder absoluto del Pontificado tiene su origen en una gran mentira, en un falso documento, en un libelo que permitió alcanzar el poder absoluto a prelados y papas. De ese modo se construyó su imperio, desde un documento apócrifo del emperador que convirtió el cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano. Una imaginativa falsificación, escrita por la curia vaticana, que intentaba garantizar para siempre la preeminencia del poder religioso sobre el secular en los muchos siglos de lucha entre el papado y el imperio, cuando Constantino llevaba ya más de cuatro siglos sepultado. Las consecuencias de esta gran falsificación perduraron aun hoy en Roma y el Vaticano dando fuerza de tradición a su poder temporal. “El engaño secular más escandalosamente interesado que jamás ha endosado a sus fieles una religión occidental”, dice el crítico de arte Robert Hugues.