Hace unos días el periodista colombiano Gustavo Tatis Guerra, publicó en el periódico “El Universal” de Cartagena de Indias, una crónica en la que cuenta lo que él ha llamado “el secreto mejor guardado de Gabriel García Márquez” y ha revelado así, que el escritor tuvo hace 30 años una hija por fuera del matrimonio con Mercedes Barcha, la que fuera su esposa por casi 60 años.
La hija se llama Indira Cato y su madre es la periodista, guionista y escritora de cine mexicana Susana Cato, con quien habría tenido una relación sentimental cuando ella tenía alrededor de 30 años y él 63 (sí, le sacaba 33 años). Hoy Indira es una consagrada cineasta de 30 años a quien su padre no reconoció y mantuvo en el anonimato. En defensa de García Márquez sus amigos más cercanos cuentan, —como lo relata Tatis en su crónica— que él siempre la tuvo muy presente y “le dio una casa en una zona muy bonita y un coche”. Hasta aquí todo esto para ponerles en contexto de la situación.
Esto me ha llevado inevitablemente a revivir esas historias de todos los días en Colombia en las que los hombres se eximen muy fácilmente de su responsabilidad paterna porque se tiene socialmente asumido que quien es la verdadera responsable de las/os hijas/os es la madre. Allí, el 87% de los hogares monoparentales está a cargo de las mujeres (1.785.884), quienes asumen el cuidado y crianza de sus hijas/os. Pero es que esta realidad se replica en América Latina, en donde es claro el patrón sistemático de padres abandonadores y que, guardadas las proporciones, es también una realidad en el mundo entero. En España por ejemplo, el 81% (1.582.094) de los hogares monoparentales están encabezados por las mujeres.
García Márquez hizo uso de sus privilegios de hombre para escurrirse de su responsabilidad paterna, se dio el lujo de ser un padre ausente que además no reconoció ni social ni jurídicamente a su hija y la mantuvo escondida. Él podía permitírselo porque al igual que a todos los hombres que como él dejan descendencia regada de la que no se hacen cargo nunca, la sociedad los patrocina; pero es que además, su estatus de Nobel respetable le protegía, al punto que nunca ninguna de las personas allegadas o de quienes por alguna razón supieran la verdad –que en 30 años han de ser algunas cuántas— se atrevió a decirla.
Dice Gustavo Tatis en su crónica que aún después de muerto el Nobel no se dijo nada “por respeto a Mercedes Barcha y lealtad a Gabo”, porque claro, imaginemos el panorama si esto se hubiese conocido en su momento; ¿creen que la vergüenza y el reproche habría caído mayoritariamente en la cabeza de García Márquez? No, claro que no, en esta sociedad aunque las faltas las cometan los hombres la censura y la vergüenza siempre recae sobre las mujeres. En este caso seguramente se habría señalado sin piedad a Susana Cato y la vergüenza pública para Mercedes Barcha iba a ser de tamaño monumental ya que eso no solo implicaba la traición de su marido, sino y sobre todo, una crisis de su matrimonio, del cual, por ser ella la mujer, era implícitamente la responsable de su éxito, de preservar su familia.
Es imposible negar la maravillosa obra de García Márquez –pese a todas las críticas que como feminista pueda tener sobre ella— pero tampoco voy a caer en esto del “Gabo intocable que está por encima del bien y del mal” –como lo afirma Tatis—. No hay manera de justificar algo tan egoísta y miserable. Muy célebre escritor y premio Nobel, pero García Márquez fue también un padre abandonador, de esos que conforman las enormes cifras de América Latina y que gozan de total impunidad social y jurídica, y eso también hay que decirlo. Fue irresponsable con sus actos, no asumió las consecuencias de los mismos y dejó a cargo de ellas a todas las mujeres de esta historia, a Susana, a Mercedes y a Indira, a quien le robó los afectos, el derecho a un padre, a su propia identidad, a los recuerdos, a construir vínculos con sus hermanos (con lo que cuesta esto de empezar de cero con gente que lleva tu misma sangre pero que no conoces de nada) y tantas cosas más.
García Márquez es ahora el protagonista de su propia historia, de esta que parece sacada de Macondo, de ese realismo mágico que como bien lo afirmó él, no inventó nada y solo fue un notario de la misma realidad que veía y que, aunque muy poco de mágica tenga, esta realidad es la suya. García Márquez es uno de esos patriarcas sobre los que escribió y del que ahora el mundo descubre su verdad.