Seguimos en campaña electoral

El bloqueo político continúa inalterado. Sin el mínimo indicio de que se esté fraguando algo que pueda cambiar el panorama. Sólo hay gestos de cara a la galería o, mejor, de cara a los respectivos públicos partidarios. La prioridad, y única intención, de todos y cada uno de los líderes parece ser la de no separarse de su propia gente. Lo cual, en más de un caso, equivale a no hacer nada que pueda inquietar a los dirigentes de su formación. Se dirá que todavía hay tiempo para llegar a acuerdos. Pero éste se va acabando y sigue sin haber negociación alguna que indique que se quiere llegar a algún tipo de pacto. El signo de la política española no ha cambiado un ápice en los últimos dos años. Seguimos en campaña electoral. ¿Pero para qué?

La prensa se afana día tras día por seguir iniciativas carentes de contenido alguno. ¿A quién han pretendido engañar Mariano Rajoy y Pedro Sánchez reuniéndose este viernes en el Congreso para confirmar que el acuerdo entre ellos es imposible, algo que es obvio desde hace semanas? Que la única noticia de ese encuentro sea que el líder del PP se haya negado a estrechar la mano de su oponente confirma que el espectáculo político está entrando en el terreno de lo ridículo. Rajoy, un político definitivamente acabado, se mire por donde se mire, está haciendo todo lo que en su mano está para terminar en la ignominia.

¿Habrá alguien en su partido que le aplauda por haberse hecho el duro de pacotilla? ¿O es que Rajoy cree que ese gesto afianza sus posibilidades de ser la cabeza de la lista del PP en unas nuevas elecciones? Es verdad que el análisis frío de las relaciones de fuerza en el interior del Partido Popular lleva a la conclusión de que hoy por hoy es imposible un relevo en su liderazgo. Pero empieza a no poder descartarse del todo que si Rajoy sigue comportándose así, alguien se atreva a levantar la mano para pedir que le sustituyan cuanto antes para que el partido no se suicide.

Porque tan estúpido como el gesto de ayer es que siga diciendo que el PP lo está haciendo muy bien en el tema de la corrupción, cuando hay al menos cinco escándalos abiertos que lo acogotan cada día más. Y cuando la corrupción es un asunto que preocupa prioritariamente, seguramente más que hace pocos meses, a la mayoría de los españoles.

Pero aunque lo que vaya pasar en el PP puede afectar a sus posibilidades electorales -la hipótesis de que caiga aún más que el 20-D empieza a tener una cierta solidez, diga lo que diga el CIS- ese asunto no varía un ápice el cuadro político general, en el que el primer problema es la imposibilidad de formar un nuevo gobierno.

Por muchas vueltas que se le dé a la cosa, hay sólo dos alternativas para solventar esa cuestión. Una es el pacto de izquierdas que propone Podemos y que requiere del apoyo, por vía de su abstención, de los partidos nacionalistas catalanes. El otro es un acuerdo a tres, entre el PSOE, Podemos y Ciudadanos. Aunque no lo haya confirmado tajantemente, Pedro Sánchez, que es quien tiene la voz cantante para que se opte por una u otra fórmula, rechaza la primera. Porque no quiere compartir el gobierno con Podemos y porque acordar algo con los nacionalistas está fuera de cualquiera de sus cálculos. La segunda vía está igualmente cegada, porque tanto Podemos como Ciudadanos se niegan a llegar al mínimo acuerdo que permitiera la investidura del líder del PSOE.

Las posturas de unos y de otros se entienden perfectamente a la luz de sus intereses electorales. La actuación de Sánchez, al que dentro de su partido hoy apoya, a su manera, hasta Felipe González, está, sobre todo, destinada a presentarse a unos nuevos comicios con la imagen del hombre que lo intentó todo, con su mejor voluntad, pero que no pudo porque no le dejó la cerrazón de los demás. Hasta las medidas que ha propuesto esta de semana se parecen mucho a un programa electoral.

También Podemos está en esa tesitura. Pablo Iglesias y los suyos no están haciendo más que reafirmarse en sus planteamientos. Sin concesiones de ningún tipo. Convencidos de que la mejor manera de enfrentarse de nuevo al electorado es reafirmado su idea central de que la política española necesita un nuevo comienzo que ninguno de los partidos que protagonizaron la larga etapa anterior pueden dirigir, salvo si están muy condicionados por ellos. Escuchando a los dirigentes de Podemos se deduce que para ellos los 69 diputados obtenidos el 20-D no es sino un primer paso de un camino más largo en el que esperan ir cosechando resultados mejores.

Ciudadanos no pesa lo suficiente como para tener una línea autónoma. Juega a varias bandas. Pero lo que en el fondo dirige toda su actuación es la posibilidad de mejorar sus resultados electorales. Albert Rivera sabe perfectamente que Sánchez no va a pactar con Rajoy pero no deja de tirar cables al PP, de insistir en que su concurso es imprescindible. Simplemente porque quiere hacerse el encantador a los ojos del electorado del Partido Popular, con la esperanza de que los despropósitos de Mariano Rajoy le permitan aumenta su cupo de 40 diputados. Y si, de paso, arranca algunos votos al PSOE, mejor aún.

Salvo que ocurra algo inesperado y sorprendente, la repetición de las elecciones es inevitable. Lo que toca ahora es tratar de atisbar cuando tendrán lugar los nuevos comicios. En todo caso faltan unos cuantos meses. En los que parece casi seguro que empeorará, y hasta puede que mucho, el marco financiero y económico. Y en los que la crisis catalana no hará sino agudizarse. Pero, al final, habrá unas nuevas Cortes. ¿Qué volverán a atascarse a la hora de propiciar un nuevo gobierno?