“Puede ser algo explosivo que haga bluff. Si queremos cambiar la sociedad, hay que conseguir que eso cambie también hacia donde queremos: la erradicación de la violencia de nuestras vidas”
Samara Velte. “Yo sí te creo”
El último dato publicado habla de 37 violaciones grupales en España en lo que va de año. La última, ya saben, esta misma semana en Bilbao. No queda otra que aceptar que vivimos en una sociedad que engendra y posibilita una violencia sexista cada vez más visible y cada vez más amplia. Reconocer que vivimos en una selva ordenada -en expresión que adopto de Velte- en la que las manadas encuentran su caldo de cultivo.
No es cuestión baladí partir de la base de este reconocimiento y de la necesidad de erradicar, o al menos arrinconar, el negacionismo, de claro tinte ideológico, que pretende convertir esta preocupación y este dolor en un invento de las feminazis que fabulamos sobre algo “que ha existido siempre” y que, por tanto, parece forzoso aceptar como una parte del paisaje, como un elemento de la selva ordenada. Contra este inane discurso nos estrellamos cada vez que un nuevo caso de violación en grupo viene a conmover a nuestra sociedad. No hay solución posible sin reconocimiento del problema y, por tanto, es absolutamente imprescindible batallar contra la negación y contra la banalización y contra la normalización de un género de violencia que ha pasado a ocupar una primera línea de preocupación para las mujeres de este país y de otros muchos.
Hace unas pocas semanas, una criminóloga me discutía en un debate nocturno que este tipo de violación grupal es vieja como el mundo y se ha producido siempre. Es obvio e innegable que la cultura de la violación no es nueva y que la utilización de la misma contra la mujer como método de control, individual o de grupo, no constituye una novedad histórica. Cuestión distinta es analizar si nos enfrentamos en este siglo XXI a un renacer de la vieja bestia, más allá de los conflictos bélicos o étnicos, en un contexto nuevo y con unas características diferentes, propias de una sociedad que ha sufrido mutaciones tan rápidas y de tanto alcance como no se habían dado en ninguna otra época histórica.
Es preciso analizar hasta qué punto los casos más notables de violación en grupo que hemos sufrido como sociedad concitan en sí mismos tanto la violencia sufrida por la víctima como una violencia simbólica, una violencia institucional y una violencia discursiva. Tenemos que reflexionar sobre lo que está sucediendo, porque entender es, en la mayoría de los casos, la mejor fórmula para responder. Tengo que reconocerles que ante esta inaceptable realidad, la vertiente de la penología es la que menos interés me suscita. No dudo de que todas las medidas que se han señalado para mejorar el sistema judicial y el sistema policial para hacer frente, con eficacia pero también con humanidad, a este cruel fenómeno de sometimiento y control de la mujer son interesantes y efectivas pero creo que ha llegado el momento de proponer ir aún más allá.
Vamos a suponer que ya hemos cambiado los términos del Código Penal, violación escribo tu nombre, y que ya tenemos a decenas de jueces apuntados para recibir formación en género. Sabemos que la violación grupal ya está más castigada en el Código Penal y también que el Tribunal Supremo estima que además de las violaciones de cada individuo, puede considerársele coautor de las del resto del grupo. También tenemos claro que la mera aplicación de la justicia penal no va a acabar con este infierno. No parece lógico que desde el feminismo nos instalemos en la vía del punitivismo.
Creo que como sociedad nos merecemos una reflexión serena y llena de argumentos sobre las características de este fenómeno y sus causas para ser capaces de instrumentar políticas y formaciones que acaben con esta otra cifra de la vergüenza. “Los jóvenes deberían ser socializados de manera tal que la violación les parezca tan impensable como el canibalismo”, escribía Mary Pipher. Extraer la cultura de la violación de nuestra sociedad para que ésta deje de ser una selva para las mujeres.
Necesitamos pues, una mirada nítida y sabia sobre las violaciones en grupo para extraer consecuencias comunes. Propongo la creación de una comisión interdisciplinar para analizar el fenómeno de las violaciones grupales en la sociedad española actual. Una comisión en la que estén presentes juristas pero también sociólogos, criminólogos, especialistas en género, antropólogos, feministas, colectivos de mujeres y de jóvenes, psicólogos, policías... añadan todo aquello que pueda resultar de utilidad para diseccionar el problema como con escalpelo y para bucear hasta el fondo, ese que a veces preferimos no ver, para encontrar las causas y los orígenes de esta nueva plaga de violencia contra la mujer. Porque siempre ha habido violaciones, pero ahora enfrentamos un nuevo paradigma con características propias, algunas de las cuales son conocidas: víctimas muy jóvenes, violadores grupales jóvenes, la utilización de uno de ellos como gancho, uso de drogas que anulan la voluntad, pornificación a través de las grabaciones en móviles, falta de conciencia de delito en muchos casos, socialización del delito y otras tantas.
Esa violencia grupal que se produce no por la suma de individuos con instinto delictivo, sino por la creación del instinto delictivo a través de la fuerza del grupo se producen cada vez más en muchos países y tiene unos elementos comunes y otros que son propios de cada sociedad. No es lo mismo la violación grupal racializada, que relata Samara Bellil en L'enfer des tournantes, que la que se vive en Delhi o en España.
Estudiemos y hablemos. De la necesidad de educación afectiva para la generación que dispone de porno libre desde la infancia -sí de eso también- y si la pornografía, que desde luego yo no pretendo prohibir, puede comprender también la escenificación de violencia contra las mujeres. No tengamos miedo a plantearnos los déficits en la construcción de las nuevas masculinidades ni el efecto bumerán que la clara lucha por los derechos de la mujer puede estar provocando en algunos colectivos. No nos escabullamos a la hora de reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación y las consecuencias de los tratamientos que damos a estas noticias.
No temamos llegar al fondo, porque las mujeres exigimos vivir sin temor.