¿Dónde está el Sémper de 2020?
“Se me abrieron las carnes cuando oí a Aznar hablar del Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV). Recuerdo también el estupor de cuando Jaime Mayor Oreja acercó a presos de ETA. Lo que siempre pensé es que había una razón de Estado. Cada uno tiene que cabalgar con sus contradicciones, Aznar también”. Quién así hablaba en 2020 era Borja Sémper en una entrevista con El País días después de anunciar su salida de la política y en la que afirmaba rotundo: “Seguir hablando tanto de ETA es como olvidar que la derrotamos”.
Se fue porque la vida pública transitaba entonces por un camino poco edificante, porque “lo que estamos haciendo no se puede llamar política con mayúsculas”, porque “la defensa de unas posiciones y la crítica de otras es compatible con la educación y el respeto” y “porque la discrepancia debe ir acompañada de la búsqueda de puntos de encuentro”.
En relación con la lucha contra ETA y las víctimas del terrorismo, Borja Sémper no era un voz cualquiera. A diferencia de Cayetana Álvarez de Toledo, Miguel Tellado, Cuca Gamarra o incluso Alberto Núñez Feijóo, quien fuera portavoz del PP vasco y hoy pone voz al discurso nacional de su partido fue objetivo de la banda terrorista en al menos tres ocasiones. Y aún así siempre ha reivindicado la memoria colectiva de un pasado que no debió existir, celebrado la que ha sido la mayor de las victorias de la democracia y rechazado la utilización de las víctimas en la refriega política.
Sémper fue señalado durante años en la calle Génova por sus declaraciones en favor del entendimiento y la conciliación y, pese a ello, junto al socialista Eduardo Madina, también víctima de ETA, escribió Todos los futuros perdidos (Plaza y Janés), un testimonio turbador contra el miedo, el silencio y el olvido en el que ambos que narran sus vivencias más profundas y lo que supuso para sus vidas la desaparición de la banda asesina.
Pero el Sémper de 2024 no es el de 2020, ni el de 2022. Hoy no se le abren las carnes al ver a su portavoz parlamentario, Miguel Tellado, blandiendo un folio con las fotografías de los socialistas asesinados por ETA como arma arrojadiza contra Pedro Sánchez. Ni se retuerce en el escaño cuando su partido convierte un pleno monográfico sobre inmigración en un alegato contra la convalidación a varios presos de ETA para cumplir con una norma de la UE. Ni pesteñaea ante la bochornosa manipulación del terrorismo y la instrumentalización del dolor a la que se ha abonado Feijóo. Ni se perturba cuando Ayuso dice que ETA está más fuerte que nunca. Ni se conmueve ante el clamor de varios familiares de socialistas asesinados por la banda pidiendo públicamente respeto a un PP que actúa como si ETA no hubiera dejado de existir hace más de una década.
Las invocaciones al respeto, al camino edificante por el que debía transitar la política y la advertencia de que seguir hablando tanto de ETA es como haber olvidado la importancia de su derrota ya no forman parte del discurso de un Sémper que, como Aznar, hoy también cabalga entre sus contradicciones en un silencio elocuente y delator que entierra para siempre a esa figura del verso suelto que en su día le dignificó.
A nadie puede ofender más que los terroristas salgan de la cárcel que a sus víctimas, pero por encima del dolor, está la ley, un Estado de Derecho sin excepcionalidades en ausencia de violencia y, sobre todo, están la verdad y la decencia que debieran disuadir a la política de la manipulación y la mentira. Mucho más cuando se trata de un asunto que piden las propias víctimas para sus familiares asesinados en defensa de una democracia que hoy vuela tan bajo como para arrastrar el nombre de todos ellos por el fango parlamentario. Y todo para tapar una negligencia del Grupo Popular.
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