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¿Serás un viejo pobre?

La mitad de vascos del baby boom cree que no podrá vivir sin aprietos en la vejez y un 91% quiere ligar pensiones a IPC

Irene Lebrusán

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Las proyecciones a futuro en lo que a demografía se refiere suelen olvidar una cuestión clave. Todos los panoramas catastróficos que se centran en cómo la vejez asfixiará a una población joven, como una especie de prognosis maldita, olvidan que esos viejos proyectados son los jóvenes (y los ya no tan jóvenes) de hoy.

Con suerte, el futuro de todas y cada una de las personas que residen en España será la vejez. Digo con suerte no solo porque lo de la juventud eterna me parezca bastante aburrida (las dudas y la inseguridad de los 20 no me parecen dignas de ser revividas) sino por una cuestión básica de supervivencia: lo contrario a envejecer es morirse. Así, y aunque como eslogan no resulte demasiado atractivo, el futuro de quienes somos o nos creemos todavía jóvenes hoy, será la vejez. Pero, ¿qué vejez? ¿En qué condiciones vivirá esa vejez? 

Cuando pensamos en las condiciones materiales y económicas de las personas mayores del futuro, debemos hacerlo pensando en la proyección de su realidad actual, no extrapolando un análisis parcial de lo que otras generaciones pueden estar viviendo hoy: cada generación tiene sus propias experiencias compartidas, su propio ciclo vital y se ve afectada por diferentes políticas y por una forma diferente de concebir el Estado del bienestar. Si olvidamos la perspectiva del ciclo vital y la importancia que tiene la historia, el contexto, el impacto de las normativas y de las leyes, el acceso a los derechos y la capacidad de generarlos (como el de jubilación), estaremos haciendo un ejercicio inútil, errado.

Así, cuando planteamos que en 2050 uno de cada tres españoles tendrá más de 65 años, no podemos centrarnos, o no solo, en la dimensión numérica. Si lo hacemos, perdemos perspectiva de conjunto. La pregunta tan manida de si las pensiones “x” (inserte aquí su duda existencial con el sesgo que desee), eclipsa la cuestión de cuáles serán las condiciones socioeconómicas de esa población. No es una cuestión trivial, pero, frente a tanto discurso catastrofista (cómo de viejos seremos y cuantos, cuantísimos), encuentro menos análisis de qué efectos tendrán, por ejemplo, la adopción de ciertas políticas neoliberales o cómo nos afectará el recorte en el acceso a ciertas formas de protección y de provisión social. Ninguna de las visiones catastrofistas propone la mejora de las condiciones actuales precisamente para asegurar las condiciones de futuro.  

Gran parte de quienes cumplan los 65 años en 2050 habrán tenido la experiencia de haberse licenciado en 2008 (con lo que supuso intentar entrar en ese año al mercado laboral) y todos habrán vivido esa crisis y la de 2012. Parte de ellos recordará, de forma más o menos protagonista, lo que significa un desahucio. Muchos habrán creado sus hogares en momentos inciertos y otros tantos habrán optado por no crearlos nunca, en gran parte por condiciones económicas. Un número nada desdeñable arrastrará hipoteca, un porcentaje sabrá lo que es un divorcio y la recomposición del hogar y qué es eso de los bienes gananciales. ¿Cuántos habrán enfrentado el despido masivo tras la crisis de 2008 y vuelto a perder su trabajo tras la crisis de la pandemia COVID-19? 

Por lógica vital, la llegada a la edad avanzada supone el paso por un proceso vital de acumulación de experiencias y, con suerte, de recursos. Pero este proceso de potencial acumulación no es igual para todas las personas. ¿Cómo conseguirán acumular los riders? ¿Cuánto ahorrarán quienes pagan alquileres desmedidos en las ciudades en las que tienen acceso al trabajo, pero con salarios mínimos? Este es el punto por el que más me rebelo ante las proyecciones catastróficas que ponen el foco en el individuo y le quitan así presión al sistema o hacen desmerecer lo público, como si no fuese necesario. El desplazamiento hacia lo privado no solo tiene como propósito hacer méritos para la desaparición de lo público, sino que asume una serie de realidades que no son ciertas. No se puede ahorrar para el futuro lo que no se tiene en el presente. Dudo que ese casi 47% de la población que hoy experimenta dificultades para llegar a fin de mes pueda permitirse un fondo de pensiones. Tal vez la cuestión radique en asegurar que las condiciones del presente no sean tan asfixiantes como para que podamos aspirar a un futuro de calidad. 

La supervivencia del futuro pasa por la seguridad del presente. 

Esta reflexión tan sencilla se nos olvida a menudo cuando proyectamos determinados cambios en la forma de entender la protección social, o cuando asumimos sin más la desaparición (o permitimos el empeoramiento) de una serie de recursos públicos. Evitar la pobreza del futuro comienza por abordar la precariedad actual, por tratar la dificultad para llegar a fin de mes, por la realidad que lleva a no poder pagar el alquiler. Igual es el momento de trabajar sobre futuros alternativos. Igual mañana es tarde.

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