Cuando el sesgo de afinidad decide la política migratoria
Estos días estamos viendo que sucede lo que siempre tuvo que ser. Vamos comprobando cómo el apoyo y la solidaridad al éxodo de ucranios, principalmente mujeres, niñas y niños, se multiplica desde todos los rincones e instituciones. A su vez, también, estos días hemos visto cómo la fortaleza de la Unión Europea ha abierto su compuerta. Sus fronteras, la territorial y la legal, están desapareciendo para borrar todos los obstáculos posibles a la llegada masiva de ciudadanos y ciudadanas ucranianas.
Es de celebrar la aplicación, por primera vez, de la Directiva de Protección Temporal por parte de la Unión Europea. Creada en 2001 tras la crisis de los refugiados de Kosovo. Su aplicación otorga a las y los ciudadanos con nacionalidad ucraniana (solo a estos, un hecho que no debe pasar desapercibido) el derecho para residir en la UE y les garantiza el acceso al empleo, el acceso a la vivienda, el acceso a la asistencia social y médica y el acceso al sistema educativo. La puesta en marcha de esta Directiva es una buena noticia, sin embargo debía haberse puesto en marcha mucho antes, con otras crisis similares como fue la de los refugiados sirios.
Entonces, a diferencia de lo que está pasando ahora, los refugiados que huían de la salvaje guerra de Siria no fueron acogidos. No existió ni la misma humanidad ni tanta disposición, más bien todo lo contrario. Su entrada en Europa, especialmente en países como Hungría (que ahora es todo “acogida”), pasarán a la Historia por la vergüenza de las incitaciones xenófobas de Orbán, el rechazo ciudadano y la violencia de la actuación de la policía fronteriza. Es difícil olvidar las imágenes de cómo les llovían los golpes (e, incluso, con perros atemorizando) a los hombres, mujeres, niñas y niños que huían de las bombas y los crímenes de guerra, de la misma destrucción de sus hogares, sus vidas y sus sueños.
Tampoco olvidará la memoria histórica su llegada a las costas griegas en embarcaciones repletas de aquellas personas sirias agotadas, exhaustas, atemorizadas y traumatizadas. Sus vidas no valían lo suficiente para la UE. Precisamente, hace unos días el pueblo sirio mandaba un mensaje al pueblo ucraniano que deberían de ver aquellos dirigentes europeos que ahora se conmueven con tanto sufrimiento.
Hay una doble vara de medir, es cierto, y no podemos pasar por alto que al hacerlo estamos validando una discriminación institucional que no viene de la nada. Es más, personalmente quiero agradecer a quienes la están señalando en medio de la dificultad que supone encajar ese tipo de apreciaciones cuando el tsunami de emociones e informaciones es imparable. No es incompatible ser conscientes de esta doble moral con la importancia que supone que se dé, por fin, una respuesta correcta a un drama humanitario. Pero ahí esta la enorme contradicción, no la obviemos porque además de dejar en evidencia la doble moral de la Unión Europea (y nosotros como ciudadanía) nos debe llevar a reflexionar, de forma positiva, sobre el por qué.
La evidente contradicción es fruto de varios factores como los geopolíticos y los de los intereses económicos, pero también están siendo determinantes los sesgos que nos hacen empatizar más con el pueblo ucraniano que con el yemení o el sirio, o con los rohingyá, y que debería ser actualidad porque el juicio a la junta militar birmana por genocidio está teniendo lugar estos días en la Corte Penal Internacional. Es el sesgo de afinidad, no sólo política, que también está influyendo en nuestra capacidad empática y en la toma de decisiones de estos días. Un sesgo que, como tantos otros conforman los prejuicios y los estereotipos. Sesgos que, unas veces de forma invisible y otras directa, se traducen en discriminación y también en violencia. Es sobre ellos sobre los que se construye el racismo, la lgtbfobia, el machismo, la xenofobia, el capacitismo, el cuerdismo… las fobias y, como es el caso, las filias. Las afinidades basadas en la raza, en las ideas, o en la identidad nacional tienen un nombre. Cuidado con alimentarlas.
De la última decisión fruto de estos sesgos y estas filias fuimos testigo cuando el Ministerio de Grande-Marlaska activó un sistema para que, en tan solo 24 horas, las y los ciudadanos ucranianos puedan tramitar sus permisos de residencia y trabajo en los centros de acogida y en comisarías específicas del territorio español. Una decisión que, siendo bienvenida, también enfada cuando tanto las organizaciones como algunas autoridades de Ceuta, Canarias y Melilla, especialmente, llevan años, especialmente en el caso de las niñas y niños que migran solos, pidiendo recursos y medios para agilizar las reseñas, la tramitación de las solicitudes de asilo, de los NIE, de permisos, de pruebas de determinación de la edad,… ojalá hubiera tenido tanta diligencia Interior para atender las recientes crisis migratorias de Canarias y Ceuta. Unas crisis que están sin resolver, al igual que el enorme problema de tramitación de citas que se da en el resto del Estado español y que deberían integrarse en este nuevo sistema de gestión de trámites porque de lo contrario puede parece lo que dice Moha Gerehou, que “siempre se pudo, y nunca se quiso”.
No es ingenuo pensar que, a partir de ahora, todas las vidas que migran y buscan refugio en España deben optar al mismo trato digno en un sistema de acogida diligente humana y burocráticamente. No fue ingenuidad antes y no lo puede ser ahora que comprobamos que es posible. Es más, es casi imprescindible para no agravar los sesgos y prejuicios que tanto daño hacen a miles de personas migrantes a fecha de hoy.
Debemos asimilar este precedente no como la excepción sino como el inicio de una nueva norma que debe ser universal en lo legal y en lo moral. Tomemos conciencia de nuestros sesgos, de la capacidad de nuestras instituciones cuando quieren y de la posibilidad de modelar nuestros sentidos para hacer el bien y lo correcto, siempre. Como dice Judith Butler en Marcos de Guerra, evitemos caer en esos marcos interpretativos que nos llevan a sentir indignación frente a una expresión de violencia e indiferencia justificada frente a otra. Somos dueñas y dueños de nuestra capacidad para articular un tipo u otro de respuesta moral, la de las fobias o la de las filias. Tomemos conciencia de ello.
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