Respetar a las víctimas no puede ser discrecional y hemipléjico. Es un error y una falta de respeto a los que sufrieron la violencia política que Bildu haya decidido llevar a siete terroristas con delitos de sangre. Bildu tenía mucho más donde elegir y escoger a estas siete personas es un mensaje político que sabían que sería interpretado de la manera en la que se ha hecho. No es aceptable que los vecinos, amigos o familiares de las víctimas de estas siete personas tengan que convivir viendo a los ejecutores de sus seres queridos en los órganos de representación política de sus municipios. Pero es algo que lleva ocurriendo en democracia desde que se implantó. El desprecio sistemático a las víctimas de la dictadura, de la violencia política del Estado y de la represión y la tortura han sido las marcas fundamentales con las que se ha constituido nuestra democracia. Nadie ha tenido en consideración que a esas personas también les duele que asciendan a un guardia civil implicado en la desaparición de Mikel Zabalza, que Billy el Niño haya muerto con sus medallas o que Manuel Fraga haya sido un padre de la Constitución habiendo sido el máximo responsable de la ejecución de Julián Grimau. Las líneas morales de la participación política estaban escritas en nuestra democracia con la sangre de republicanos.
Que la decisión de Bildu no es respetuosa con las víctimas lo podemos decir bien alto quienes denunciamos de la misma manera la presencia de Carlos García Juliá, asesino de los abogados de Atocha, en las listas de Falange en Bilbao. Tenemos la legitimidad de haber denunciado desde siempre la pervivencia, permisividad y ensalzamiento por parte de la derecha y de las instituciones del Estado a quienes participaron en la violencia política contra quienes pensaban diferente siendo herederos, y en muchas ocasiones ejecutores, del plan genocida franquista para acabar con la mitad de la población que les molestaba. Aniquilar la mitad roja.
La derecha no tiene ningún atisbo de legitimidad para marcar las líneas rojas morales aceptables en democracia ni para la participación política puesto que las traspasaron con su misma existencia tras la dictadura de Francisco Franco. España es un país maravilloso en el que se atreven a dar lecciones de moralidad aquellos que propician que un señor que se paseaba en barco con un narcotraficante gallego acabe como líder de la oposición y un guardia civil condenado por torturas sea ascendido hasta ocupar el cargo de coronel-jefe de la Unidad Central Operativa. La izquierda no puede dejarse llevar por el cinismo y la hipocresía de la derecha, sino demostrar que es diferente a ellos, mejor y más empática y, por encima de todo, no puede ser tonta y centrarse en los marcos que le interesan a la reacción para jugar en los debates que interesan a su agenda. Es un error presentar a terroristas con delitos de sangre en las listas, tendría que nacer de la decisión meditada y razonada por parte de Bildu de que no debieran haberlos incluido porque no facilita una convivencia sana y efectiva. Pero si Fraga pudo, un etarra puede. Los etarras, al menos y al contrario que Fraga, fueron juzgados y cumplieron íntegra su condena.
Nunca hubo en Manuel Fraga ningún arrepentimiento sobre su campaña feroz, falsa y violenta contra Julián Grimau. Porque hay que recordar que Manuel Fraga fabricó pruebas falsas contra Julián Grimau difundiendo un dossier con mentiras y difamaciones que fueron defendidas en el proceso sumarísimo para facilitar que fuera ejecutado. Fraga fue la mano que sostuvo el rifle al ejecutor y jamás rectificó cuando fue un insigne padre de la Constitución y máximo responsable de la derecha de este país en democracia. En una entrevista en 2012 para El País decía lo siguiente al ser preguntado sobre su participación en la ejecución del dirigente comunista Julián Grimau:
¿Era preciso aquel fusilamiento?
Ésa es una pregunta que no estoy dispuesto a contestar. Le repito que si yo hice aquello fue porque lo consideré necesario para poder hacer otras cosas. Y, desde luego, Grimau no era un personaje precisamente simpático, ni mucho menos. Yo lamenté muchísimo aquello y que aquel hombre hubiera decidido venirse a España, pero no precisamente a colaborar en una transición pacífica sino a la lucha comunista, a todo lo que los comunistas habían hecho en España hasta el 36.
Pero ¿no se arrepiente de haber colaborado en aquella ejecución?
No. Yo me arrepiento de muchas cosas, pero sólo se las cuento a mi confesor, y usted, evidentemente, no lo es.
Para la derecha no era preceptivo mostrar arrepentimiento si se había participado en la aniquilación física del adversario político, tenían bula. En el año 2012 Manuel Fraga, como senador del PP, y siendo uno de los lideres históricos del partido, seguía manteniendo la difamación contra Julián Grimau que difundió durante el franquismo para justificar la ejecución del comunista represaliado. Nunca pasó nada, nadie se lo censuró, jamás le impidió hacer política. Fraga, el que no se arrepiente por su participación en la ejecución de un adversario político, sigue siendo presidente de honor del PP en la actualidad. Nunca ha habido líneas rojas morales para el PP en democracia y pretenden trazarlas para sus adversarios.