Lo habrás oído mil veces, como cierre de una discusión. Alguien salta y te dice: “Pues si tanto te gustan los inmigrantes, mételos en tu casa”. La frasecita, de la que supongo venderán ya tazas de desayuno, se ha convertido este agosto en la canción del verano. Haz la prueba: escribe en tu red social cualquier comentario crítico con la xenofobia de las derechas, y recibirás decenas de respuestas originalísimas: “Si tanto te gustan (los inmigrantes, los menas, los moros…), mételos en tu casa”. Fin de la conversación.
Todo gracias al ambientillo creado por las derechas, que se han repartido el trabajo: la derecha del PP fija en la agenda la idea de “crisis migratoria”, “emergencia migratoria”, “avalancha”; la ultraderecha de Vox (y de parte del PP) vincula migración con delincuencia y terrorismo; y la plusultraderecha de las redes fabrica bulos y esparce odio. Un reparto de papeles que alienta a los racistas de toda la vida, y también a los de nuevo cuño, ya lo sean por ignorancia, miedo o presión ambiental. Todos a una claman contra la invasión y el “buenismo”: ¡mételos en tu casa!
Yo creo que, además de responderles con argumentos, deberíamos darle la vuelta a la frasecita y dirigirla contra los racistas: “Pues si no te gustan las personas migrantes, no las metas en tu casa”. Y no es una forma de hablar, me refiero a sus casas de verdad. ¿Cuántos de esos tan preocupados por la inmigración tienen mujeres migrantes en sus casas? Limpiándoles, atendiendo los niños, y sobre todo cuidando a mayores y dependientes. Por horas o todo el día, internas. ¿Cómo están resolviendo las familias españolas sus necesidades de cuidados? En su mayor parte, recurriendo a mujeres de otros países: según un estudio reciente, dos de cada tres trabajadoras del sector son migrantes. Y del total, se estima que un 25% está en situación administrativa irregular.
Hablamos de cientos de miles de mujeres que nos están salvando un enorme problema social: quién cuida, cuando aumenta la demanda de cuidados, y cuando el Estado no cubre todas las necesidades, ni las familias cuentan con recursos suficientes. Fíjate en todas esas mujeres que ves por la calle empujando sillas de ruedas o acompañando a ancianos con andador. Mujeres que en muchos casos dejaron atrás a sus propios hijos y mayores para cuidar a los nuestros (y luego todo son dificultades para reunir a sus familias). Mujeres que trabajan muy duro, en malas condiciones, por un sueldo muy bajo, sin cotizar muchas de ellas, y a veces en situaciones próximas a la esclavitud. Mujeres que llegada cierta edad, agotadas y enfermas tras años de duro trabajo, son desechadas. ¿Hablan de ellas cuando rechazan la inmigración? ¿Hablan de sus hijos quienes criminalizan a los menores?
Si no te gustan, no las metas en tus casas. Ni en tus invernaderos, ni en tus fincas. Los diez hombres que tanto asustaron a García Albiol en un ferry, es probable que no acaben delinquiendo ni ocupando pisos, sino recogiendo fruta, aceitunas o mareados bajo plásticos. ¿Quiénes están sacando adelante el trabajo más duro del campo? También entre ellos muchos sin papeles, explotados y viviendo de cualquier manera, a la espera de esa regularización que el Congreso todavía tiene que debatir tras la ILP ciudadana. Regularización en la que los agricultores están muy interesados, pues necesitan más trabajadores. Y por cierto: si no hay nacionales dispuestos, o si los migrantes aceptan sueldos de miseria, no es culpa ni de unos ni de otros, sino de los empresarios.
No los metas en tu casa ni en tu finca, ni tampoco en tus obras, reformas o portes. Todavía hay plazas de Madrid donde funcionan los “pistoleros” al amanecer, los patronos que reclutan a dedo a trabajadores sin papeles, seleccionando de entre un grupo a los más fuertes, y subiéndolos a la furgoneta para hacer cualquier trabajo duro y mal pagado.
Seguro que los racistas, los que difunden esos mensajes y sus seguidores y votantes, no se benefician de todo ese trabajo barato-barato. Seguro que no contratan migrantes cuando tengan que meter a una interna para cuidar a la abuela. Seguro que no compran fresas recogidas por temporeras marroquíes. Seguro que no piden comida a domicilio a plataformas que explotan a riders sin papeles. Seguro que no se benefician, directa o indirectamente, de la riqueza que todos estos trabajadores aportan a nuestra sociedad.
No soy muy partidario de usar argumentos economicistas a favor de las migraciones: hacen los trabajos que no queremos, aumentan la natalidad, pagan las pensiones, etc… Es una visión utilitarista que simplifica la realidad, reduce su aportación a unos puntos de PIB, y no ve la dimensión global y humana de las migraciones. Pero de vez en cuando hay que recordarles, a los del “mételos en tu casa”, que ellos sí que los han metido en sus casas y se están beneficiando de la población migrante en nuestro país, tanto la regular como la irregular. Ya que no entienden de justicia ni de solidaridad, ni aprecian la riqueza cultural y humana, que valoren al menos la económica. Que se den cuenta de que los necesitamos, más que ellos a nosotros.