Hace unos días el Consejo General del Colegio Oficiales de Médicos de España en un comunicado mostró su preocupación por la incorporación de la violencia obstétrica en las modificaciones que se efectuarán a la ley del aborto por parte del Gobierno y manifestó –entre otras– que el uso del término es particularmente ofensivo y criminaliza las actuaciones de los profesionales médicos. Dijo también que los procedimientos que se pudieran considerar excesivos e inapropiados se realizarían buscando ''lo mejor para la mujer''.
Esto ha generado pronunciamiento de colectivos, de matronas y expertas, rechazando esas declaraciones. Así que hoy quiero compartir algunas reflexiones breves que se soportan en los cinco años que llevo investigando sobre la violencia obstétrica mientras elaboro una tesis doctoral y aunque podría, dada mi formación como jurista, hablar del respaldo jurídico que tiene el término –lo cual seguro haré en otro momento–, he decidido hablar sobre un aspecto que los negacionistas de la violencia obstétrica suelen atacar recurrentemente cuando a ella se refieren y es el por qué el uso del término ''violencia'' es acertado y por qué hablamos de violencia obstétrica.
La Violencia Obstétrica es un tipo de violencia de género que se define en términos generales como los tratos crueles, inhumanos y/o degradantes que se ejercen sobre los cuerpos de las mujeres y personas gestantes en situaciones de embarazo, parto y posparto por parte del personal sanitario. Prácticas que van de la patologización, la medicalización y la cosificación de los cuerpos de las gestantes. Esto además de generar un profundo temor, ocasiona la pérdida de su autonomía, de la capacidad para decidir sobre sus cuerpos, de ser las protagonistas reales de sus partos, así como afectaciones psíquicas y emocionales que pueden permanecer por años. Es una de las violencias más invisibilizadas y normalizadas, al punto que la mayoría de las mujeres la desconocen, aunque la hayan vivido.
Creer que la violencia se limita solo a la agresión física intencionada –como lo infieren los médicos–, es una perspectiva bastante reduccionista, pero si además la presencia de esas agresiones –aun sin intención consciente de causar daño– se justifican en que buscan ''lo mejor para la mujer'' esto ya evidencia la persistencia del paternalismo médico, de la sustitución de la voluntad de las gestantes por lo que los profesionales de la medicina creen que es lo que les sirve o lo que quieren, sin tener en cuenta su dolor, su opinión, sin escucharlas. Cuando en el proceso gestacional y el parto las mujeres no son las protagonistas, sino un mero objeto de intervención médica, eso es violencia.
La violencia obstétrica es también violencia institucional y violencia simbólica y está atravesada por fuertes relaciones de poder que tienen que ver con el género, con el conocimiento, con la raza, con la clase social, etc. En nuestra sociedad el discurso médico se erige como el discurso de la verdad y sus profesionales –como lo afirmaba Foucault– aparecen como una de las autoridades más importantes de nuestro tiempo. Son ellos los que saben y por eso son los que deciden, bajo esa lógica es muy complejo mantener una relación de iguales en donde las necesidades de las mujeres sean tenidas en cuenta. Así, por ejemplo, se les impone la forma de parir, no se les informa sobre la medicación que se les aplica, se les realiza cesáreas o episiotomías injustificadas, se les manda a callar si cuestionan o se les desacredita porque ''el médico soy yo''.
Esas relaciones de poder se acentúan cuando además hay de por medio condiciones de raza y clases sociales. Mujeres que no hablan el idioma del lugar en el que son atendidas, mujeres indígenas, rurales, gitanas, migrantes, mujeres empobrecidas, todas ellas para quienes el poder de la bata blanca se hace más fuerte y más doloroso. Y todo esto nos guste o no, es violencia –de esto he hablado antes aquí–. La anulación de la voluntad de las mujeres que además están en una situación de indefensión, es un mecanismo disciplinador que les recuerda quiénes mandan y qué mandan.
Quiero resaltar que el reconocimiento de la violencia obstétrica no pretende ser un ataque ni ''criminalizar'' –como lo dice el comunicado– a las personas que trabajan en el ámbito sanitario, cuya labor se agradece y se defiende. Hablamos de ella porque es necesario denunciar una realidad que se vive en mayor o menor medida por las mujeres en diferentes lugares del mundo, y que –como lo leí una vez de Josefina Goberna y Margarita Boladeras– necesitamos que el término sea descriptivo y a la vez apelativo de una realidad que no debería darse
La violencia obstétrica es un reflejo –uno más– de la cultura patriarcal en la que vivimos, negarlo es pretender asumir que la ciencia médica es capaz de alejarse de todos los condicionamientos sociales y culturales del entorno, cuando las personas que están allí han sido educadas también en este contexto social sexista, clasista, racista, colonial, capacitista, etc. Es imperioso reconocer el problema si en realidad se quiere solucionar y la solución no pasa por hacer que el personal médico sea el centro de la discusión o de si el término les resulta ofensivo, esto va de una crítica y reflexión profunda que permita de una vez por todas entender que esto responde a una situación estructural, que hay prácticas que son lesivas y que las mujeres son las reales protagonistas de sus embarazos y partos.