Sin símbolos religiosos y sin cambiar la ley

Después de tanto escándalo por parte de la derecha porque el Gobierno de Zapatero pretendía hace cuatro años reformar la ley de Libertad Religiosa para, entre otros aspectos, eliminar los símbolos religiosos en los actos oficiales del Estado, véanse las tomas de posesión de los ministros con la cruz y la Biblia junto a la Constitución, resulta que ni hacía falta cambiar ley ni evidentemente había motivo para tanto alboroto. Por lo que se está viendo estos días parece que bastaba con la voluntad. Porque ha llegado el príncipe Felipe y ha decidido que su jura ante las Cortes como Rey la hará únicamente ante un ejemplar de la Carta Magna y, tan importante o más, que no habrá ceremonia religiosa que acompañe a su proclamación. Así que mientras se prepara un debate profundo para los primeros años de su reinado sobre la pervivencia de la Monarquía o la proclamación de la República, el futuro monarca está adoptando actitudes, inimaginables hace tan solo una semana, de respeto a la aconfesionalidad del Estado que recoge la propia Constitución y en su “advenimiento” no habrá crucifijo ni misa de Estado.

Resulta además que como la memoria es flaca, prácticamente nadie recordaba que cuando cumplió su mayoría de edad, el 30 de enero de 1986, ya se celebró en el Congreso de los Diputados una sesión solemne de las dos cámaras en la que Felipe de Borbón juró la Constitución, sin traje militar y sin signo religioso alguno. ¿Por qué se hizo así? Seguramente porque el entonces presidente de las Cortes, Gregorio Peces Barba, tenía claro cuál era la mejor manera de respetar la letra y el espíritu del texto que el príncipe de Asturias se comprometía a acatar, pero también porque había cosas que en aquellos momentos del arranque de la democracia se entendían con naturalidad y después se fueron perdiendo por el avance de la derecha de José María Aznar y por la debilidad, el descuido o la indiferencia de la izquierda. O lo que es lo mismo, que en algunos aspectos con el paso de los años se ha ido produciendo un retroceso democrático. Tanto que el intento citado del presidente Zapatero de modificar la Ley de Libertad Religiosa fue tachado por la derecha de siempre como un ejemplo más de ese espíritu guerracivilista y revanchista que le atribuyeron desde que recordó a su abuelo, capitán del ejército republicano, y aprobó la Ley de Memoria Histórica.

Ahora, curiosamente, no se han escuchado críticas significativas a la decisión del futuro rey. No desde luego por parte del PP ni de su aparato mediático, que se han convertido rápidamente al reformismo constitucional que creen advertir en quien la semana próxima será jefe del Estado. Pero tampoco la Iglesia ha dicho ni pío. Perdón, sí, el secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo, ha considerado la decisión de eliminar cruz y misa como un acto de “normalidad” en un Estado aconfesional. Quién sabe qué pensará Rouco, pero esto es lo nunca visto.