Muchas reacciones ha suscitado que la gimnasta olímpica estadounidense Simone Biles se haya retirado de la competencia por equipos e individual alegando motivos de salud mental, “(…) diría que hay que poner la salud mental en primer lugar, porque si no lo haces no vas a disfrutar de tu deporte y no vas a tener tanto éxito como quieres. Así que está bien, a veces incluso no participar en las grandes competiciones y concentrarte en ti misma”.
Esto ha sido todo un acontecimiento en el mundo del deporte olímpico, en ese escenario en que solo compiten las y los mejores del mundo y en el que hasta ahora no se concebía realmente que al igual que las piernas, los pies o las manos, la mente también se pudiera lesionar y que por ello se pudiese dar un paso al costado. Ha abierto un debate mundial sobre la importancia de este tema que se ha relegado siempre al silencio y al mundo de los “débiles”.
En contraste con lo dicho por la cinco veces campeona del mundo, llegan días después las declaraciones del tenista número uno del mundo, el serbio Novak Djokovic: “La presión es un privilegio y sin ella no existiría el deporte profesional. Si tu objetivo es estar en la cima de tu deporte debes aprender a lidiar con ella y con los momentos difíciles, tanto en la pista como fuera de ella”. El mismo Djokovic que luego de esas declaraciones no pudo con la presión en el partido contra el español Pablo Carreño disputándose el bronce y terminó lanzando una raqueta a las gradas y partiendo otra estampándola contra la red. Además, dejando colgada a su compañera Nina Stojanovic al retirarse y negarse a disputar la medalla de bronce en la categoría de dobles mixto.
Podríamos decir simplemente que son formas diferentes de asumir una situación similar en dos casos concretos; sin embargo, lo sucedido con Biles y Djokovic demuestra una vez más cómo los roles y los estereotipos de género lo atraviesan todo. Cómo esa idea de la fuerza, de lo invencible y lo que no se deja dominar por las emociones, va tan asociada siempre a lo masculino y todo lo contrario a eso es fragilidad y la fragilidad es femenina.
La posibilidad de mostrar las emociones se ha atribuido siempre a las mujeres, pero cuidado, que esas emociones son solo las relacionadas con la tristeza, la emotividad, la alegría y similares. Nada que demuestre ira, enfado o frustración, porque entonces ya eres una “histérica” y eso de ponerse bravucón le queda bien a los hombres, ese el único rincón emocional que se les permite, eso no se les ve mal. Por cierto, ¿vieron la película de Disney y Pixar 'Inside out', traducida en español como 'Del revés' o 'Intensamente'? –si no la han visto, véanla– ¿se fijaron en que los personajes de alegría y tristeza eran femeninos y el que representaba la ira era masculino?, pues eso, una descripción gráfica de lo que estamos hablando.
Así que bajo esa idea, reconocer que se necesita ayuda para gestionar la salud mental es algo que no siempre se permite a los hombres y menos en espacios de competencia, en donde se espera que gane el mejor, el más “fuerte”. Los estereotipos de género forman parte de esas cosas que tan decididamente debemos eliminar si queremos de una vez por todas dar importancia al abordaje social e institucional (entiéndase políticas públicas) de la salud mental.
Esto no es algo que me esté inventando yo. La buena salud de las personas y dentro de ella obviamente la salud mental, está atravesada por condicionantes sociales, es decir, por la forma en la que viven las personas –sus ingresos económicos, su alimentación, vivienda, trabajo, etc.– y dentro de esos condicionantes se encuentra el género. La Organización Mundial de la Salud ha sido muy insistente con ello señalando por ejemplo que la depresión es dos veces más diagnosticada en mujeres que en hombres y que ello obedece a las cargas mentales y sociales que se les ha asignado, pero también a la tendencia de los hombres a no pedir ayuda psicológica, lo cual explicaría en parte que sean ellos los que más se suicidan. Es imposible abordar la salud mental sin tener en cuenta el género, eso sería equivalente a tratar una enfermedad sin tener en cuenta los diversos factores de riesgo.
Lo relacionado con la salud mental se ha tratado siempre, con vergüenza, con sigilo, como un tabú absoluto y ya es hora de entender que no hay ninguna vergüenza en ello, que los seres humanos tenemos necesidades físicas y psicológicas es algo que se debe normalizar y priorizar social y políticamente. Urge reconocer que no es fuerte quien se ufana de tener el control absoluto y se niega a sentirse vulnerable, sino quien acepta lo que necesita y es capaz de detenerse para cuidarse, contrariando incluso la expectativa social. Tomar una pausa para luego volver; mejor, más tranquila, más feliz, igual que Simone Biles, que cuando muchos creían que ya todo había acabado, ella, cuando se sintió lista volvió, se subió a la barra y se llevó una medalla, pero sobre todo y lo más importante, nos dio una lección: hay que poner la salud mental primero.