Una sinfonía rusa

11 de marzo de 2022 22:28 h

0

En agosto de 2013 tuve la fortuna de asistir a la interpretación de la sinfonía número 13 de Shostakovich, titulada Babi Yar en homenaje a los casi 34.000 judíos asesinados en el barranco de ese nombre cerca de la capital ucraniana, Kiev, en plena II Guerra Mundial por los invasores nazis ayudados por colaboracionistas ucranianos.

La obra fue interpretada, de modo magistral, por la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, dirigida por Valery Gergiev. Gergiev es uno de los más grandes directores de orquesta actuales, es también amigo personal de Vladímir Putin.

Hace unos días Gergiev fue expulsado de aquellas orquestas occidentales en las que tenía un papel preponderante, la Filarmónica de Múnich, la de Rotterdam, la Scala de Milán, por no condenar la agresión del régimen de Putin a Ucrania.

Gergiev optó por apoyar sin fisuras la acción de Putin y eso, como a otros rusos, le lleva a territorios de ignominia y afrenta durante unos años, quizá muchos años. La maestría de Gergiev es una cosa, y la intolerable agresión del zar actual, otra.

Babi Yar, la obra de Shostakovich que tuve el placer de escuchar bajo la extraordinaria dirección de Gergiev, está basada en un poema del escritor  ruso  Yevgueni Yevtushenko, para conmemorar la masacre realizada por los nazis en aquella zona cercana a Kiev, que hoy es parte urbana de la capital ucraniana. Precisamente, junto al monumento conmemorativo de la masacre, se elevaba la torre de televisión y de comunicaciones que, también hace unos días fue destruida por misiles rusos en un ataque premeditado en el marco de esta invasión intolerable e insufrible.  

En septiembre de 1941 los nazis cercaron Kiev, como lo hará ahora el ejército ruso. La historia se repite.

El hombre con ese punto de malignidad en la mirada que es Putin, o su ministro de Exteriores, Lavrov, rostro de hormigón armado, asustan al mundo. Y asustan porque cuentan con más de 6.000 cabezas nucleares. Alemania tiembla ante la posibilidad de pasar frío en invierno porque el Nord Stream 2, que iba a solucionar sus problemas de dependencia energética, y que fue impulsado por Angela Merkel y el propio Putin, ahora es un proyecto maldito. Occidente tiembla, a su vez, cuando ve a Putin, y ese punto de malignidad en la mirada, en televisión, y se pregunta si será capaz de llegar a desatar el apocalipsis nuclear.

Mientras tanto, el cómico Zelenski, el presidente ucraniano que Putin creía que iba a huir como las ratas en cuanto sonaran los cañonazos y se desatara la lluvia de misiles, se ha convertido en el héroe del momento y su pueblo ucraniano va a perder la guerra pero ganará la paz, si ésta llega. En el camino quedan los Gergiev de turno, los grandes nombres rusos de la cultura, del deporte, de la empresa… ¿es justo proscribirlos? 

Si están del lado de Putin, pueden seguir así, es su derecho. También está en su derecho el alcalde de Múnich, Dieter Reiter, de dar un plazo de dos días al director de la Orquesta Filarmónica de Múnich para que condene la agresión a Ucrania o, en otro caso, sea despedido, por muy Gergiev que sea. Son horas de demostrar decisión y contundencia, al menos la misma que muestra Putin con su orden de mandar a miles de jóvenes a morir por no se sabe qué, a un país hermano.

Rusia es un país acostumbrado a tener grandes proscritos. Lo fue Lenin, con el zar. Lo fueron Trotski y millones de rusos con Stalin. El propio Shostakovich se convirtió en proscrito y su obra Babi Yar, interpretada en múltiples ocasiones por Valery Gergiev, fue considerada anti revolucionaria. Lo mismo que la poesía de Yevtuchenko que dio origen a la obra. Con Putin, la pulsión de proscribir continuó. Ahora el propio Putin se convierte en proscrito en el mundo occidental.

Se cuenta una historia de Yevtuchenko que viene muy a cuento estos días de fuego a discreción en Ucrania. Se encontraba el poeta, que hablaba castellano y algún otro idioma, en Leticia, una población de Colombia situada junto a la frontera de dos países, Brasil y Perú, en pleno territorio amazónico. Yevtuchenko observó que al otro lado del río había un gran incendio y dijo a los que le acompañaban si no sería bueno cruzar el río para apoyar a los que trataban de apagarlo. “No pasa nada, le dijeron, es en el lado peruano”.

Yevtuchenko escribió un poema a raíz de aquel hecho en el que decía:

“No hay lado colombiano.

No hay lado peruano.

Solamente hay lado humano.“