1. La diferencia entre agresiones, malas relaciones y expectativas frustradas
En el caso de Iñigo Errejón hay dos denuncias que se resolverán en el juzgado y con las garantías del Estado de Derecho para denunciantes y denunciado. El foco debe estar en la mejora de los protocolos de atención a las mujeres víctimas de agresión sexual o violencia machista en su recorrido policial, procesal e institucional, en la exigencia de que se mantengan los puntos violeta y otros espacios de información y seguridad, en la educación sexual y en la vigilancia para que empresas y organizaciones cuenten con instrumentos de detección y actuación. Pero estos días hemos asistido a la mezcla de imputaciones de delito en comisaría y testimonios de comportamientos machistas, egoístas, desconsiderados o poco éticos, además de simples expectativas de relación romántica frustradas y valoraciones sobre opciones sexuales en las que hay juegos de dominación y sumisión. No todo es lo mismo ni debe mezclarse, ni desde los movimientos feministas ni desde los medios o los poderes públicos. No toda mala relación, por mucho que nos haya hecho sufrir, por mucho que nos haya dañado sea un impresentable o un capullo, es una agresión. El feminismo sirve, a mí me ha servido, para adquirir seguridad y herramientas que permitan expresar las expectativas y deseos sobre la intimidad y el sexo, el amor y las relaciones personales, sociales y laborales. El feminismo sirve para aprender a decir no y rechazar lo que nos daña, nos humilla o simplemente no nos aporta nada positivo y no para convertirnos en víctimas continuas del narcisismo masculino. Además, al convertir en agresión que no nos traten como esperamos o deseamos banalizamos verdaderas agresiones y corremos el riesgo de convertirnos en la caricatura que del feminismo hace la extrema derecha: puritanas, reaccionarias, moralistas e incapaces de responsabilizarnos de nuestros actos y elecciones. Si carecemos de esa capacidad de decisión, el feminismo también sirve para ayudarnos a adquirirla.
2. Denuncias y testimonios catárticos
Es necesario que sigamos haciendo una labor pedagógica y activa para que no se culpabilice a las mujeres agredidas y se respete sus tiempos y sus formas, para que no volvamos a caer en consideraciones sobre el perfil adecuado de agredida y las buenas y malas víctimas. Eso no es incompatible, todo lo contrario, con decir que el feminismo sirve para que las mujeres seamos más asertivas, explícitas y exigentes en nuestras relaciones con los hombres y con el mundo. Nuestra vida es nuestra y como dicen los superhéroes, ese poder implica responsabilidad. Esa responsabilidad también se extiende al acto de denunciar las agresiones y la búsqueda de canales para hacerlo. Creo que es irresponsable desincentivar la denuncia en la comisaría y en el juzgado y los mensajes de que hacerlo no sirve de nada. Sirve, y es esencial para cambiar actitudes, leyes y costumbres. Como he dicho antes, debemos poner el foco en mejorar el proceso desde la agresión a la sentencia y acompañar a las mujeres agredidas y no tanto en repetir que la Justicia no nos sirve como víctimas. Debemos hacer que la Justicia tenga una perspectiva de género, no renunciar a ella.
Esto no es incompatible con que haya canales como el de Cristina Fallarás, donde las mujeres se desahoguen, se acompañen, se indignen, se quejen y expresen su rabia. No callarse es, literalmente, una cuestión de vida o muerte. Es catártico contarnos y contar a los demás, a otras mujeres, el maltrato y también el mal trato que no es delito, y narrar nuestras debilidades y heridas. Pero, como decía Virginie Despentes en “Querido capullo”, hay un después, y ese después exige un feminismo que no sea autocomplaciente, que señale tus carencias y te ayude a superarlas y que cuestione tus esquemas mentales y emocionales. Un feminismo que te haga más fuerte, que no se quede en el bucle de la debilidad y el daño.
3. Las trampas de la victimización, la superioridad moral y los roles de género
Cuando las mujeres asumimos que vivimos en una sociedad patriarcal, que las discriminaciones persisten y que existe la cultura de la violación, damos un gran paso en la comprensión del mundo y en cómo debemos enfrentarnos a él. Sin embargo, el mensaje de que todos los hombres llevan un violador dentro es falaz y peligroso para nosotras. Es evidente que los hombres gozan de unos privilegios que a veces ellos mismos ignoran o pasan por alto, pero la masculinidad tóxica lo es también para ellos, y ellos son nuestros padres, nuestros hijos, nuestros amigos, personas que queremos y que nos quieren, que necesitamos para transitar felizmente por el mundo. El feminismo no puede desentenderse de la mitad de la población como lo ha hecho la sociedad machista y es una victoria que haya hombres, muchos hombres, que renieguen del patriarcado. Tampoco me parece feminista y empoderante meter a todas las mujeres en el mismo saco.
El regreso al “todas putas o todas santas” no nos beneficia, la victimización constante nos impide construir defensas, plantearnos preguntas y disfrutar de la vida y de nuestras contradicciones. Asumir que todas, absolutamente todas, hemos sido educadas para los cuidados y para agradar a los hombres y que eso condiciona todos nuestros actos es, en primer lugar, buscarnos una coartada para no cambiar nuestra vida. Y es también subirnos a la peana del sufrimiento y el sacrificio, escudarnos en una supuesta superioridad moral de género que no existe porque somos individuos complejos. Los roles de género aprietan pero no ahogan, y es nuestra responsabilidad rebelarnos contra ellos y cuestionar el papel predeterminado de mujeres y hombres.
4. Feministas jóvenes y mayores y la cuestión de la edad y la clase
El caso de Iñigo Errejón ha servido, en mi opinión, para evidenciar que lo popular y mediático es el machismo dirigido a mujeres jóvenes con estudios y de clase media. Las mujeres que, como yo, ya hemos cumplido 50 años, hemos visto con cierta perplejidad que se considere unánimemente como una agresión que un hombre te bloquee en una red social porque no quieres tener sexo con él, y no se preste ninguna atención al machismo y discriminaciones asociados al edadismo o a las mujeres inmigrantes o pobres. El feminismo no es una cosa de profesionales burguesas de 30 años, pero ese debate ni siquiera existe. El ombliguismo es incompatible con el feminismo, como también lo son los círculos cerrados de mujeres de determinadas características que están enteradas de todo y se alertan solo entre ellas. El feminismo debe empezar por cuidar a las mujeres más vulnerables que una misma, no solo a las que en un momento de su vida hayan sufrido una agresión (no digo ya un desengaño) también y especialmente a las que lo sufren diariamente por edad, clase social o por ser inmigrantes y de colectivos vulnerables. El mundo ha de ser mejor para todos y para todas, no solo para unos pocos y unas pocas.
Confío en el movimiento feminista porque ha sido esencial en mi vida y en la vida de las mujeres que quiero. El feminismo me ha hecho más fuerte y mejor. Y a eso aspiro para las demás mujeres y también para los hombres.