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La situación en Venezuela es insostenible (déjà vu)

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La situación en Venezuela es insostenible. Lo digo sin mucho saber, porque es lo que leo y oigo estos días en editoriales, columnas, tertulias, declaraciones de políticos, análisis de expertos. Y seguramente están en lo cierto, pero me pasa que cada vez que leo y oigo que “la situación en Venezuela es insostenible”, sufro un enorme déjà vu: ¿no he oído eso antes ya? ¿No lo he leído u oído antes en los mismos editoriales, columnas, tertulias, declaraciones y análisis?

No sé, me suena que “la situación en Venezuela es insostenible” ya se dijo en 2020, cuando las últimas elecciones parlamentarias celebradas en el país, sin participación de la oposición ni reconocimiento de Estados Unidos, la Unión Europea y la OEA: la situación era insostenible. También me suena que se dijo un año antes, cuando la oposición proclamó presidente a Juan Guaidó, y este fue reconocido como tal por Estados Unidos, la Unión Europea y la OEA, además de numerosos países. Con dos presidentes, uno interino y otro de facto, la situación no podía ser más insostenible.

Espera, que ahora que recuerdo, la situación ya era insostenible en Venezuela en 2016, cuando el parlamento, dominado por la oposición, fue desprovisto de competencias y se produjo un grave choque institucional. ¿Se volvió entonces insostenible, o lo era ya un par de años antes por las protestas que siguieron a la elección de Maduro como presidente en 2013? ¿Acaso no era ya insostenible en vida de Hugo Chávez? ¿No decían lo mismo cuando Chávez convocaba elecciones que ganaba pero la oposición cuestionaba? ¿Y la huelga patronal y el paro petrolero de 2003, no hicieron insostenible el país? ¿Qué otra cosa se podía decir tras el golpe de Estado de 2002 contra el presidente Chávez: que la situación era insostenible?

Me suena que he oído decir que “la situación en Venezuela es insostenible” a varios presidentes españoles desde Aznar (y algún expresidente como Felipe González), a Borrell desde Europa, a sucesivos presidentes norteamericanos, a mandatarios latinoamericanos enfrentados al chavismo, a medios de comunicación, a organizaciones internacionales. Ya estuvieran hablando de procesos electorales cuestionados, de la profunda división política del país, de la crisis económica y social que arrastra, de la escasez de combustible y la caída de los ingresos petroleros, de la emigración masiva de venezolanos, o de los niveles de violencia, el veredicto era siempre el mismo: la situación en Venezuela es insostenible.

Venezuela lleva más de veinte años siendo insostenible, de creer a unos y otros. A veces incluso van un paso más allá: un Estado fallido. Entre las desviaciones y errores (algunos gravísimos) del chavismo, y una oposición que desde el minuto uno cuestionó su legitimidad y lo ha combatido con todas las armas (golpe de Estado incluido); entre los excesos del oficialismo y los de la oposición, enzarzados en una dramática espiral de acción-reacción; entre las injerencias extranjeras (estadounidenses sobre todo), sanciones y boicots que no le han permitido seguir su rumbo con normalidad; entre la desastrosa política económica y las aún más desastrosas herencias recibidas tras una larga historia nacional de corrupción, desigualdad y violencia; lo increíble es que un país tan “insostenible” no haya caído todavía.

¿Será esta la definitiva? Ahora las sospechas sobre el resultado electoral parecen más serias, y países tradicionalmente aliados o neutrales así lo manifiestan. Pero no corramos a enterrar a Maduro y a los restos de la revolución bolivariana, pues no han hecho otra cosa que resistir desde hace más de veinte años. Como el sufrido pueblo venezolano.