A lo largo de la crisis ha habido muchas veces que he tenido la impresión de que la opinión pública pensaba y sigue pensando que el paro llueve del cielo. Lo digo con todo el respeto que me merecen los casi 6 millones de personas en situación de desempleo que tenemos en nuestro país, pero no puedo evitar sentirlo cada vez que escucho hablar de las cifras del paro. “El número de personas en desempleo ha subido en ...”, “se ha producido un incremento del paro de ...”, “el desempleo aumenta en ...” son las expresiones al uso para referirse a cuántas personas se encuentran en esa dolorosa situación. Nunca se oye, sin embargo, que la gran mayoría de las veces (solo se salvan de ello los incrementos de población activa) que un trabajador o trabajadora ingresa en esa lista “maldita”, lo hace porque previamente su empleador ha decidido despedirlo, razón por la que, cada vez que se da cuenta de las personas en paro, se da cuenta, al mismo tiempo, del número de personas que han sido despedidas. Vista desde esta perspectiva, la narración de la crisis sería como sigue.
En 2008, los empresarios despidieron a más de 2'2 millones de personas. Eran ya más que evidentes las dificultades económicas por las que atravesaba nuestra economía, con lo que hubiera cabido esperar que la mayor parte de esos despidos hubieran tenido por motivo esas mismas dificultades. Algo de eso hubo en los más de 1´3 millones de despedidos/as durante ese año por extinción de su contrato temporal, ya que empezaba el ajuste en el sector de la construcción y sabido es que, en el mismo, la mayor parte de los trabajadores/as tenían contratos temporales.
Pero menos explicación tiene que los despidos de trabajadores/as con contrato indefinido no estuvieran fundados en las dificultades económicas, sino en la pura y simple voluntad empresarial de despedir. Del total de despidos de 2008, solo el 3'90% fueron despidos individuales por causas económicas y el 1'68% despidos colectivos (más conocidos como expedientes de regulación de empleo) por esas mismas causas. Frente a ello hubo más de 620.000 trabajadores/as despedidos/as (el 28'06 del total) por haber cometido un incumplimiento de su contrato (a esto se le llama despido disciplinario) que al día siguiente el empresario reconoce que es una invención suya para poder despedir y pagar la correspondiente indemnización (es a esto a lo que se llamaba despido exprés).
Este mismo esquema se repite el año más crudo de la crisis. En 2009, los empresarios despiden a más de 2'5 millones de personas. De ellas, más de 1'2 millones ven terminar su contrato temporal; un 5'81% sufren un despido individual por causas económicas; un 2'95% son afectadas por despidos colectivos por esas mismas causas; y más de 670.000 (el 29'95% del total) son despedidas mediante la estratagema de ser acusadas de un incumplimiento contractual nunca cometido por ellas para poder ser despedidas de manera inmediata.
Es en ese tiempo cuando empieza a hablarse del “modelo alemán”. En Alemania -se dice- las crisis económicas no se saldan, como siempre ha sucedido en España, con el despido de millones de personas, sino con medidas de flexibilidad interna, como la suspensión del contrato de trabajo o la reducción de jornada. Así que en marzo de 2009 se hace una primera reforma laboral que tiene como objetivo que los empresarios españoles asuman ese mismo modelo, es decir, que dejen de despedir masivamente para reducir costes y empiecen a ejercitar esa flexibilidad que tanto demandan. Ello produce un primer efecto ya ese mismo año: mientras que los despidos colectivos por causas económicas son algo menos de 76.000, los trabajadores/as afectados por suspensión de contrato o reducción de jornada son casi 380.000.
De modo que, cuando Mariano Rajoy, en su entrevista en TVE, el día 10 de septiembre de 2012, se jactaba de que su reforma laboral está produciendo efectos positivos porque son más las personas afectadas por medidas de flexibilidad interna (cerca de 226.000) que las afectadas por despido colectivo (casi 73.000), en realidad se estaba refiriendo a un efecto positivo que no ha producido su reforma, sino la reforma hecha en 2009, cuando él todavía no era Presidente del Gobierno.
Ahora bien, que nadie se engañe, entonces y ahora, aun habiendo crecido el número de personas afectadas por medidas de flexibilidad interna, son muchísimas más las que son despedidas por la totalidad de las vías de despido. En 2010, los empresarios despiden a más de 1'9 millones de personas y son poco más de 180.000 las afectadas por suspensión de contrato o reducción de jornada. Lo mismo sucede en 2011, año en el que también son más de 1'9 millones las personas despedidas, frente a poco más de 169.000 las afectadas por flexibilidad interna.
Como la sangría de despidos no cesa, la reforma laboral de febrero de 2012, esta sí, hecha por el Gobierno de Mariano Rajoy, decide incrementar los poderes empresariales para ver si las bajadas de salario o los cambios a peor en el resto de condiciones de trabajo actúan como vía alternativa al despido de trabajadores/as. Claro que también rebaja la indemnización que pagan los empresarios cuando no tienen motivo alguno para despedir (es a esto a lo que se llama despido improcedente) y elimina la autorización de la administración pública en los despidos colectivos por causas económicas, esto es, abarata y facilita el despido. Resultado de esta operación: en cada mes de 2012 se han producido más despidos que en el mismo mes del año anterior. Entre enero y septiembre de 2011 hubo algo más de 1'3 millones de despidos; entre enero y septiembre de 2012 ha habido más de 1'5 millones.
Ahora se anuncian 4.500 despidos en Iberia y la Unión Europea, que dice estar preocupada por el desequilibrio macroeconómico que supone el volumen de desempleo en nuestro país, exige cerca de 10.000 despidos (10.000 nuevas personas en situación de desempleo) a cambio de rescatar con 37.000 millones de euros a las cajas de ahorro nacionalizadas.
¿Hasta cuándo vamos a seguir así? ¿Cuántos despidos más van a realizar las empresas para salvarse de la crisis? Entre indemnizaciones por despido y prestaciones por desempleo, ello nos está costando a todos miles de millones de euros. Pero eso no es lo peor. Lo peor son los costes en capital humano, los millones de personas despedidas cuyo talento y capacidad productiva está hoy perdida.