Sobredosis de postureo
“No he venido aquí para fotografiarme, sino para ayudaros”. Quien habla no es Pedro Sánchez a su llegada el domingo en todoterreno a la sede del Ministerio del Interior. Ni Pablo Casado durante su recorrido por un par de centros de salud para retirar nieve de los accesos. Tampoco Ignacio Aguado, tras la autopromo en la puerta de su propia casa, pala en mano y zapatos de ante impolutos, pidiendo a los vecinos colaboración en las tareas de limpieza para acabar cuanto antes con los efectos de Filomena, la madre de todas las nevadas caídas sobre Madrid.
La frase es del excanciller democristiano Helmut Kohl durante unas inundaciones que en 1997, en la frontera entre Alemania y Polonia, sacaron a relucir viejos resentimientos entre los dos países, pero sirvieron también para mostrar la cara amable del Ejército federal alemán y fortalecer la reunificación de las dos Alemanias después de que afrontaran aquella desgracia como una tarea nacional.
Un año después, Kohl perdió las elecciones y cinco más tarde, el socialdemócrata Schröder siguió su ejemplo tras lograr una apretada victoria electoral después de unas nuevas inundaciones en Sajonia y a pesar de que las encuestas situaran a su opositor seis puntos por delante. Cuando las elecciones ya parecían perdidas, Schröder no dudó en remangarse la camisa y calzarse unas botas de agua, con lo que la intención de voto de los socialdemócratas comenzó a subir. La imagen, con la cara del canciller llena de barro, acaparó todas las portadas e inclinó la balanza en su favor hasta ganar las elecciones. En 2013, ante una nueva crecida, Angela Merkel evitó calzarse las botas de agua, pero sí peregrinó por todas las zonas afectadas y aprovechó para anunciar un paquete de ayudas inmediatas a los damnificados de 100 millones de euros.
Ni Casado es Kohl ni Sánchez es Schröder ni España es Alemania. Aquí lo que tenemos ante la desgracia sea de la dimensión que sea, además de una permanente confrontación, es una sobredosis de postureo que convierte a los políticos en pasto de memes para las redes sociales. Ya me dirán qué tenía que hacer Sánchez en el Ministerio del Interior que no pudiese hacer desde La Moncloa más que conseguir la primera fotografía de la mañana. O qué buscaba Casado a las puertas de un centro de salud más que parecer que hacía lo que no hizo, además de competir en autobombo con el presidente del Gobierno. O qué pretendía, además de la mofa que provocó entre el respetable, el vicepresidente madrileño, Ignacio Aguado, plantado en la puerta de su domicilio vestido de domingo para arengar a los vecinos a que tomaran las calles con sus palas. De Ayuso es de agradecer que, pese a la tardanza en aparecer ante la opinión pública, no añadiese una nueva fotografía a su colección y no nos sorprendiera, como hizo su pareja, haciendo snowboard por las calles de Madrid mientras las autoridades pedían a los madrileños que se quedaran en sus casas.
Aquí los únicos que han estado al pie del cañón -además de los ministros de las áreas afectadas, los consejeros del ramo y los alcaldes de ciudades grandes, pequeñas y medianas- han sido los de siempre: médicos, enfermeros, sanitarios, bomberos, policías, guardias civiles y militares, en especial la UME, esa “ensoñación faraónica de Zapatero”, que fue como desdeñó su creación la misma derecha española que hoy jalea sus éxitos.
Y con todo hay que felicitarles porque en estas 72 horas posteriores a la llegada de Filomena no se hayan tirado los trastos a la cabeza y acusado mutuamente de las consecuencias. En las últimas 24 ya vuelven por sus fueros y apuntan maneras. Ya saben aquello de la ley de Murphy y de que cualquier situación es susceptible de empeorar. Si en este país, los políticos se han despellejado por el COVID-19, por las mascarillas, por el estado de alarma, por las vacunas, por los fondos europeos y hasta por el asalto al Capitolio, no tardarán en hacerlo por la gran nevada y por la declaración o no de Madrid como zona catastrófica. Ya han empezado.
Las buenas palabras sobre el aceptable nivel de coordinación entre administraciones durante el fin de semana no fueron más que una falsa tregua. Mañana, a lo sumo pasado, ya estarán de nuevo a la gresca. Y así hasta que todos nos declaremos “empachados”, como ha hecho Iñaki Gabilondo antes de despedirse y notificar su “cambio de domicilio” por tanto “enconamiento partidista” y “tanta lucha encarnizada”. Al menos con su retirada diaria de las ondas, él se va con el deber cumplido y dejando tras de sí una legión de incondicionales. Está por ver que de otros, pasado el tiempo, se pueda decir lo mismo.
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