Ya saben eso de “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana”. Lo hemos visto mil veces en familias donde todos los miembros se adoran, hasta que un día empiezan los problemas económicos y estalla la guerra, cada uno tira por su lado y adiós a los días felices.
Tengo la sensación de que algo así estamos viviendo en el PP en los últimos años. La pataleta de Aznar es el último capítulo, pero en realidad la derecha española, política y mediática, anda revuelta desde la derrota de Rajoy en 2008: barones que cuestionan el liderazgo, versos sueltos, pulsos internos, fuego amigo, editoriales de destrucción masiva y ajustes de cuentas. Parecía que la victoria en 2011 iba a calmar las aguas, pero ya vuelven a la gresca.
Durante años creíamos que las peleas intestinas eran patrimonio del PSOE y de IU, siempre fracturados en familias, corrientes, disidencias y rupturas. Por el contrario, la derecha demostraba una armonía familiar que interpretábamos como pragmatismo y coincidencia de intereses, frente a las desavenencias ideológicas en la izquierda.
Más allá del componente de espectáculo que tienen siempre las luchas políticas (hay que ver lo que nos entretiene siempre una frase de Aguirre o Aznar), sospecho que la falta de amor en la familia popular tiene algo que ver con el refrán que cité al principio: la pérdida del cemento que daba solidez al amor dentro del partido. Es decir, el dinero.
Ahora sabemos que el PP fue durante muchos años una máquina de repartir dinero. A lo grande, a lo loco, a discreción. La lista de los perceptores de sobresueldos, y su cuantía, o los disparatados gastos de representación que tantos recibían, indican una generosidad impresionante. Solo comparable a la no menos impresionante generosidad de los donantes, que agradecían los contratos públicos con espléndidas donaciones anónimas y troceadas. O el cariño de los amigos del alma, que lo mismo te pagaban el cumpleaños de los niños, la iluminación de la boda, un viaje, unos trajes o un cochazo.
Por lo que vamos sabiendo, eran muchos los que en el PP tenían, además del sueldo por cargo público, sueldo del partido, dobles sobresueldos, pagos por trabajos extraordinarios, gastos de representación, dietas, casa pagada y extras para lo que hiciera falta. Y venga alegría, alegría.
Según los papeles de Bárcenas, la máquina de repartir dinero funcionó a pleno rendimiento hasta 2008. A partir de ahí fue perdiendo ritmo: la nueva derrota electoral alejaba la posibilidad de un regreso al sillón desde el que se administran los presupuestos. El comienzo de la crisis redujo la generosidad de los donantes, constructores en su mayor parte, que también veían reducida su tajada de contratos. Las cajas de ahorros dejaron también de echar gasolina a la máquina. Y las investigaciones judiciales a partir de Gürtel fueron la puntilla.
Entonces empezaron los problemas en la familia. Sin el dinero que mantenía engrasado el amor, ya no se querían tanto, los gritos se oían por el patio, dormían en camas separadas, daban portazos al salir y se arrojaban viejos reproches al cruzarse por el pasillo. Hoy no solo hay menos para repartir: peligra también el futuro, con las encuestas que auguran próximas derrotas, también locales y regionales.
Es una hipótesis, ya digo. Pero igual si volviesen a fluir los sobres se le acababan algunos quebraderos de cabeza a Rajoy, y volvía a sentir el amor de los suyos al entrar por la puerta de Génova. Incluido Bárcenas, que desde que dejó de cobrar sus sueldos, sobres, finiquitos diferidos y demás, tampoco anda muy cariñoso con la familia.