“La respuesta es que la reflexión moral no es una empresa solitaria, sino un empeño público”
Michael J. Sandel. Justicia ¿Hacemos lo que debemos?
En estos días de zozobra todo es incierto. Ni los científicos son capaces de darnos esa seguridad absoluta, que buscamos ansiosamente, para aferrarnos a ella y capear así nuestros propios y ocultos miedos. A veces tengo la sensación de que no es nuestra ingeniería científica la que observa y mide y sopesa al virus en sus microscopios, sino que es este el que nos ha puesto bajo su mórbida lupa y, variando su juego de aumentos, observa desde las más profundas contradicciones de cada individuo particular hasta las incongruencias de la sociedad y del aparentemente feliz sistema que nos dieron para vivir.
Yerran los que consideran que esta situación al límite puede ser analizada exclusivamente con los parámetros comunes en la última década. Venimos de una dinámica tan perversa, que conserva aún su inercia, que tiene atrapados a todos los que pretenden convertir esta desgracia de la humanidad en un argumento de política simple. Aquellos que consideran que aún es posible sacar tajada partidista de esta catástrofe terminarán por darse cuenta de que están errando el tiro y de que hay cosas que van a cambiar sustancialmente cuando salgamos de esta.
Es obvio que los actuales gobernantes no están llevando a cabo una gestión perfecta, más que nada porque es imposible gobernar de forma perfecta el caos. Tampoco me cabe duda de que otros, de otro signo, no estarían ahora en circunstancias diferentes. Sólo hay que mirar la realidad. China no es un ejemplo. Sus gobernantes negaron los hechos –e incluso reprimieron para ocultarlos– durante casi mes y medio. ¿Estaríamos aquí si hubieran actuado de otro modo? No lo sabemos. Ahora que parece que todo está tan claro, ahora que la realidad nos ha dado una hostia con todas las letras, resulta que era un pecado de lesa autoridad el no haber tomado todo tipo de medidas totalmente restrictivas con mucha más anticipación. Eso sostienen, para sacar tajada, como si no fuera más cierto que sólo el virulento crecimiento de la amenaza ha permitido que casi todos los integrantes de esta sociedad, sus actores sociales, los actores económicos y hasta los poderes fácticos, acepten una situación de anormalidad más parecida a la propia de un conflicto bélico que a nuestra plácida, hedonista y frívola existencia anterior. La flaqueza o insolvencia de los gobernantes, de esos a los que algunos votaron cuando les vendieron humo y a los que ahora exigen que les den oro puro, no tiene componente ideológico alguno.
Así, junto a nuestra crítica situación vemos el naufragio italiano pero también la respuesta francesa, aceptando unas elecciones aún el fin de semana pasado, cuando a ellos les cupo el dudoso honor de tener un primer muerto mucho antes que nosotros. Macron no es un gobernante de izquierdas. Tampoco lo es Boris Johnson, ni el incalificable Donald Trump y estos se siguen aún resistiendo a tomar medidas contundentes y han protagonizado alguno de los episodios más bochornosos de la historia política siempre flanqueados por sus expertos, lo que nos lleva a pensar que tampoco los expertos tienen una solución única, acertada, milagrosa para que sociedades como las nuestras puedan hacer frente a algo tan primitivo como un virus que ataca a nuestra constitución animal.
Los del rédito fácil, por ejemplo, no están teniendo ningún prurito en declarar doloso el comportamiento ante las manifestaciones feministas del 8 de marzo. Como si nos hubiéramos olvidado que ese día acudieron a coger la pancarta como el que más, desde el PP a Ciudadanos, y de que en aquel momento la pelea consistía en si el feminismo tenía dueño o si era democrático expulsar a unos y otros de una manifestación. Yo no fui, por primera vez en tres años, a la convocatoria. No fui por miedo al contagio, al ser grupo de riesgo, y así lo dije públicamente. Simón hizo en sus declaraciones las mismas precisiones. Tampoco se me ocurrió entonces que hubiera que suspenderlas ni es factible suspender todos esos derechos constitucionales de golpe sin una herramienta jurídica adecuada. A ninguno de los que ahora se divierten, espero que desde el confinamiento, en hostigar al feminismo con esta cuestión se les ocurrió, ni se les ocurre, que hubiera sido buena cosa suspender esas manifestaciones y un congreso político y un partido de fútbol en el Wanda y una actuación masiva y no sé cuantas cosas más que pasaron. Ahora vemos que hubiera sido mejor, pero ahora no es entonces. Entonces no sabíamos que la vida tal y como la conocíamos iba a quedar en suspenso.
El microscopio nos muestra también a los mezquinos, a los que anteponen su ridícula lucha política –¿qué quieren? ahora casi todo parece ridículo y difícilmente importante– al sufrimiento real y sañudo de decenas de miles de ciudadanos y al temor justificado y humano de otros cuantos millones. Los ignominiosos que reprochan fuera de plazo o que pretenden situarse en una situación de superioridad en el tratamiento de esta locura que no les pertenece. Los listos que creen que ahora es el momento de desquitarse de la acción política austericida del pasado. Los estúpidos que piensan que si en vez de unos gobernaran otros tendríamos naves llenas de equipos de protección y de material médico o que este se hubiera conseguido como por ensalmo en unos “mercados agresivos” en los que cada país está intentando abastecerse como puede. Esta economía de guerra, porque lo es y lo va a ser aún un tiempo, no tiene nada que ver con la alegre regulación de los mercados, que ya en enero habían vendido casi todas las existencias de mascarillas de nuestro país para que fueran enviadas a China. ¡Si hubiéramos sabido! ¡Ay, sí, pero no sabíamos! Tampoco supo la OMS que a pesar de haber iniciado hace años un grupo de trabajo sobre la teórica pandemia global de un virus gripal, no había logrado culminar sus planes.
Se ven también ahora con aumento grotesco a los individualistas, a los libertarios de su propio ego, a los que creen merecerse todo y están dispuestos a cogerlo aunque tengan que arrebatarle todo a los demás. Al microscopio todo se ve descarnado, bajo la luz inclemente de la moral social y hasta de la individual, no nos olvidemos de las huidas para asegurarse un entorno mejor para el encierro, aún a expensas de condenar a otros seres humanos.
La cuestión no es qué nos muestra la lente ahora, como la cuestión no es cómo nos muestra a un virus que ya ha pasado a ser nuestra imagen de cabecera. La gran pregunta es qué hacemos con eso cuando consigamos salvarnos. Igual que el gran reto no es seguir contemplando al coronavirus, sino que su observación nos permita combatirlo, crear vacunas o antivirales, rechazarlo y vencerlo; tampoco lo relevante ahora es refocilarnos en las miserias humanas y sociales descubiertas, sino ir pensando en que tendremos que vencerlas. Sólo de una reflexión sobre lo sucedido y sobre el tipo de vida colectiva que hemos propiciado podremos salir vacunados como individuos y como humanidad.
Esa sería nuestra gran victoria.