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La sociedad de las moscas

21 de agosto de 2024 21:48 h

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Caminaron juntos, como dos universos distintos de experiencia y sentimientos, incapaces de comunicarse entre sí

Fue una lectura tremendamente revulsiva para mí. Recuerdo cuándo y cómo la acometí, así que puedo decirles que hace unos 30 años y que conservo aquella edición de portada negra y letras blancas de Alianza Editorial. El señor de las Moscas. El hecho de que los protagonistas de aquella agonía de la civilización fueran niños me impactó muchísimo. Pero las relecturas y las revisitas de las obras maestras tienen diferentes secretos según los años en los que se realicen. 

Entonces parecía un análisis tan profundo como la buena literatura puede ofrecer del origen de las normas, de la gestación de las leyes sociales y de la naturaleza más honda del ser humano. Así lo hacía hace un tiempo en un interesante estudio el catedrático de Filosofía del Derecho García Amado. El profesor tuvo la necesidad de volver a recobrar ese escrito suyo y compartirlo en redes. Y creo que entiendo por qué le pareció buena idea revisitar ahora esa impresionante obra, o al menos así lo he interpretado yo, al descubrir cómo se parece nuestra sociedad a la parte de desbaratamiento del precario sistema civilizatorio que establecen los niños al llegar a la isla. Tal vez vivamos en la sociedad de las moscas y si así es, es hora de percatarse de las consecuencias. 

“Un grupo humano se queda sin referencias normativas y tiene que reconstruir su convivencia de arreglo a patrones creados por el propio grupo (...) son niños pero son civilizados, recuerdan lo que se les inculcó”, resume García Amado. Golding nos hace ver con claridad las tensiones entre egoísmo y solidaridad, entre fuerza y razón, entre interés general e interés de un grupo o una minoría. ¡Díganme! ¿No es esto exactamente un relato fiel de lo que estamos viviendo?

Algo ha sucedido al despertar el siglo. Un vendaval de adanismo nos ha convertido en una sociedad infantilizada que ni siquiera intenta recobrar un orden aprendido sino que avanza hacia el vacío. Y en el vacío sólo hay violencia y la injusticia de la ley del más fuerte, como lo muestra Golding. Una lucha entre el modelo moderno hasta ahora vigente y el modelo primitivo, ahora visto como revolucionario, de reglas y poderes. 

La caracola. Ralph, el representante de la visión racional que pretende organizarse para lograr un objetivo: que los vea un barco y ser rescatados. Plantea resolver los problemas en asamblea y que aquel que tenga la caracola tenga el turno para dirigirse a todos. Esa caracola, que simboliza la participación democrática, terminará aplastada por una piedra con la que los niños matan al aliado de Ralph, a Piggy, al menos dotado de los niños para la supervivencia, al encargado de custodiar la palabra. La caracola parece haberse multiplicado, las redes entregan múltiples caracolas abiertas al discurso público, y el ruido resultante no puede ocultar la realidad de que son muchos los que buscan machacar la verdadera caracola, la que custodia la participación democrática. También están amenazados los encargados de representar la racionalidad y la palabra en nuestra sociedad. 

El modelo racional deja paso a un modelo de mitos. Jack el niño cazador, el representante de la fuerza como origen de poder, el que lo obtiene finalmente por artes de engaño y de presión, el que exige vasallaje y sumisión. Jack, el que cultiva su personalidad y la explicación mítica que mantiene en el miedo al resto. A él le parece estúpido mantener encendida la hoguera, hasta que un barco se divisa en el horizonte pero la hoguera está apagada porque nadie la mantiene. ¿Quién mantiene nuestra hoguera para asegurarnos de que algo o alguien nos rescate de esta pérdida acelerada de civilización? El encargo de mantener encendidas las esencias culturales y de organización social es visto ahora mismo como algo obsoleto, propio de generaciones pasadas, algo a extinguir. ¿Quién mantendrá la hoguera cuando vayamos desapareciendo? 

Niños que tienen pesadillas, que tienen miedo. Una sociedad temerosa, indefensa ante el temor y el vacío. En esas circunstancias un paracaidista derribado en combate que pende muerto de una rama en lo alto del monte se transforma en un monstruo inenarrable al que Jack propone hacer ofrendas. La realidad reescrita por el mito y la conspiración. La razón conjurada por la liturgia. Sólo Piggy, el débil, es capaz de subir a comprobar cual es la verdad y cuando baja corriendo a contarles que no existe tal monstruo, lo confunden con un animal y lo lapidan con una roca y con él a la caracola de la palabra. ¿Quién va a bajar corriendo en esas circunstancias a contarles a los demás que les engañan y quién lo hace? ¿Quién se va a convertir en el mártir de la verdad?

Finalmente llega el golpe de mano de los más fuertes. Una toma de poder que pretende también acabar con la vida del racional Ralph, para lo que lo persiguen y acaban incendiando un bosque para aniquilarlo. No importan los daños provocados si el adversario sufre y si el adversario es la razón mucho menos. Y aquí llega el milagro, porque ese fuego devastador en el bosque ha provocado una luz y un humo tan potente que un barco termina acercándose a la isla y rescatando a los niños. 

En los momentos actuales la razón aún corre mientras es perseguida por las minorías que esgrimen su fuerza para acorralarla sin importar los estragos. Sólo dudo de que el fuego resultante acabe salvándonos. Preclaro Golding, ojalá tu profecía se cumpla y al llegar exhaustos y a punto de perecer a la playa haya un oficial de la marina  del futuro de la humanidad esperándonos. 

El señor de las Moscas es Belcebú. 

La maldad humana. 

La sociedad de las moscas ¿es mejor? ¿Hay esperanza?

Lean el libro y saquen su propia moraleja. A Golding su primera editorial se lo rechazó. No lo desprecien ahora.