Ni una sola palabra de educación, ¿para qué?

El presidente del Gobierno ha comparecido para darnos su visión de cómo se encuentra la situación actual del Estado. Nos ha contado su versión del “mundo de yupi”, ese en el que nos tenemos que sentir contentos porque todo va muy bien –según su idea– porque debe un ser espejismo la existencia de seis millones de parados, la mayoría pasando verdaderas calamidades, hambre en muchas casas, y con la emigración de nuestros jóvenes –y no tan jóvenes– en niveles que hace varias décadas no conocíamos. Los recortes han sido “esfuerzos”, así los cataloga. ¡Tremendo!

De educación, nada de nada. Ni una palabra. Sólo ha mencionado de pasada la contrarreforma educativa para meterla en un paquete de “reformas” que son las que han propiciado el “milagro” económico que estamos viviendo. Es curioso que así lo considere –cuando apenas ha comenzado su andadura dicha contrarreforma– porque es imposible que sea la causante de ninguna “mejora” una norma cuyo calendario de implantación nos enfrenta a los primeros cambios para el curso que viene. Para el presidente da igual. ¡Qué tontería tenerlo en cuenta! Si lo hace, no puede meterla en el saco de los “éxitos”. Es más, sólo puede meterla en ese saco si obvia la realidad.

Los ciudadanos hubiéramos deseado que nos hablara de la contrarreforma educativa. Es algo que ha pasado durante este año y debiera haber merecido unas líneas, siquiera para defenderla un poco y, de paso, respaldar algo a su ministro más quemado. Quizás ese sea el problema, que no quiere hablar de educación para no decir falsamente que todo está bien –aunque le preocupe poco decir lo que no es cierto– y respaldar a un ministro que tiene claramente amortizado. Un ministro que ya no le sirve ni como cortafuegos. La contrarreforma, por mucho que algunos se empeñen, no es obra de Wert, es una apuesta ideológica del Partido Popular y Wert es sólo el títere de turno para dar la cara ante quienes la critiquen. Es alguien a quien cargarle “el muerto”, alguien que, además, será premiado en el momento oportuno. Nadie hace este papelón sin nada a cambio.

“Sin triunfalismos ni autocomplacencias”. Lo ha dicho varias veces en su intervención y debe ser que no practica con el ejemplo. Se le ve muy tranquilo y satisfecho con los centenares de miles de niños y niñas que pasan hambre en este país mientras que se cierran comedores escolares, con las miles y miles de familias que no pueden dar a sus hijos e hijas los libros de texto porque se han quitado todas las ayudas y sus salarios no dan o no existen, con los miles de estudiantes que deben abandonar sus estudios porque les han implantado o subido unas tasas que no pueden pagar, con los miles de profesores que han sido despedidos –que es imprescindible que regresen a las aulas– como requisito necesario para ahondar en la privatización, con todos los gobiernos autonómicos enfadados porque no tienen ni tiempo ni dinero para poner en marcha la contrarreforma,...

¡Qué barbaridad! ¿Cómo se puede obviar la educación en un momento como el actual? ¿Es indiferencia? ¿Es incapacidad para decirnos algo sensato? Que los ciudadanos le sobramos, ya lo sabíamos. Que el Parlamento es un lugar molesto al que hay que ir a decir algo de vez en cuando, también podemos suponer que lo piensa. Mientras, los ciudadanos seguimos esperando el sentido común, algo que no llega desde quienes nos gobiernan.