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No ha matado solo el coronavirus

No solo ha matado la COVID-19. Han sido otras enfermedades insuficientemente atendidas por el colapso sanitario. Ha sido la deshumanización de algunos dirigentes y de la sociedad que los eligió. Ha sido el capitalismo feroz, al que dejó en cueros la pandemia y que se resiste a morir redoblando su virulencia. Que han fallecido muchas más personas del promedio histórico es un hecho, y que no todas son atribuibles al virus es más que probable. Los datos de esta otra pandemia soterrada levantan alarmas de enorme entidad pero no son suficientemente escuchadas porque ponen en cuestión lo que a algunos no les interesa sea advertido. Y se dispone además de “ganchos” mediáticos mucho más entretenidos.

El coronavirus se ha contabilizado mal, es cierto. Cada país usó los sistemas que le pareció, los cambió y añadió variables. Era un fenómeno nuevo para esta generación y en los países occidentales. Sí sabemos que han muerto y enfermado un número insoportable de seres humanos y vamos conociendo nuevos elementos para saber que hubo otras causas de muerte. El Informe MoMo, del ministerio de Sanidad español -que vigila los excesos de mortalidad por toda las causas y se nutre de los registros civiles- cifra en más de 43.000 personas las que murieron por encima de la media. En el último balance, a 22 de mayo. Un 55% más.

El ranking internacional, que se puede leer en abierto y a diario en el magnífico trabajo del Financial Times, se observa la importancia de determinados núcleos urbanos en el cómputo total de los países. Sabemos del desastre de EEUU, con más de 100.000 víctimas mortales ya, pero el foco principal es Nueva York, no solo en número sino en porcentaje: ha fallecido un 364% más de lo habitual. En Bérgamo, Italia, ha sido un 496% más, aunque eso implica “solo” 5.000 muertos. En España, Madrid es epicentro con 13.900 muertos más del promedio, que implican un exceso del 175%. Notables también los porcentajes en ciudades de Perú o Brasil, con los datos conocidos. Valoremos que hay otras zonas en los distintos países donde los contagios y muertes han sido infinitamente menores.

A los muertos de Madrid les vamos poniendo caras y causas. Fue en la Comunidad donde se ensañó la tijera y la fiebre privatizadora del PP a lo largo del cuarto de siglo que lleva en el poder. La pandemia ha supuesto un salto cualitativo descomunal. Para la extensión del virus influyen la densidad de población y los desplazamientos, pero está claro que la atención sanitaria ha sufrido graves carencias. Todavía hoy, a punto de entrar en la Fase 2 según pide la presidenta Díaz Ayuso, hay Centros de Atención Primaria cerrados o a medio gas. No funcionan o no al mismo ritmo las especialidades. Son tres meses sin vigilar como se debe enfermedades crónicas. Hay datos concretos denunciados por asociaciones médicas que indican por ejemplo que se ha reducido el ingreso en urgencias en enfermedades tan graves como ictus o infartos. Con seguridad, todo esto ha ocurrido también en otras comunidades. El sistema sanitario español, diezmado, no estaba preparado para una pandemia ni mucho menos. Ni en medios de protección. El esfuerzo de los profesionales ha sido sobrehumano y les ha costado caro, más de 51.000 han resultado contagiados.

El grueso de las víctimas está en los ancianos. Ha sido una masacre. Anunciada en noticias que íbamos contando sin mayor repercusión. Desde aquel octogenario que se olvidaron muerto en un banco del jardín en una residencia de Alcorcón (Madrid) a todas la carencias que se detectaban.

Más de 11.700 ancianos que vivían en geriátricos han fallecido por coronavirus o con síntomas compatibles en España durante la pandemia. La mitad, en la Comunidad de Madrid. Competencia de las CCAA aunque fueran privatizadas o privadas directamente, el entuerto empieza a descubrirse cuando, ante algunos datos alarmantes, el Gobierno recién establecido el estado de alarma envía al Ejército a ver qué ocurre. Es deleznable que hasta reputados presentadores de noticias intentaran cargar los muertos al vicepresidente Pablo Iglesias en una extendida maniobra de exculpación de los causantes. Entran los militares el 20 de marzo “para desinfectarlas”, dicen, y se encuentran un desastre.

Había indicios serios ya. 19 personas habían muerto en una residencia de Madrid. “Hasta ayer, los ancianos infectados no eran trasladados a ningún hospital y morían en la residencia”, informa El País el día 18 de marzo. “Las trabajadoras de la residencialloramos todos los días al ver cómo dejan morir a ancianos de esa manera”, publica en entrevista eldiario.es. La tarifa es de 2.730 euros al mes por una habitación individual con baño, pero falta personal. Han trabajado en este tema con ahínco muchos compañeros también. Manuel Rico en Infolibre, mostrando esos protocolos de desantención calculada. La propiedad especulativa de las residencias en CTXT.es o en Público y al final se destapó ese pozo de inmundicia.

Lo último en la escala de la degradación es saber, corroborar, que la Comunidad que preside Díaz Ayuso indicó, por escrito, a los médicos de Primaria que evitaran el traslado al hospital de mayores con COVID-19 y patologías graves. Desde marzo. Recomendaba dejarlos en casa. Ella, siguiendo el manual, o niega o dice que fue un borrador. Cuando hay pruebas escritas. El caso es que, por primera vez, el número de pensionistas ha descendido, se han muerto o no han podido inscribirse alguno de los nuevos por el confinamiento. Se han muerto muchos. Eran más vulnerables, población de riesgo, se acepta. Esperen, si esto sigue así, a que no les salgan las cuentas de la especulación y rebajen la edad de los que no les merece la pena atender.

Díaz Ayuso, más ocupada en la apertura de terrazas y centros comerciales, decidió a quién se daba o se le negaba oportunidad de vivir. Un consejero de Ciudadanos ve indicios de ilegalidad en esa orden. Es una de las más terribles actuaciones que puede tener un dirigente. Pero ahí sigue en el puesto, y los cómplices mediáticos no se apean en su campaña. Cada día hay algo con lo que atacar al Gobierno, sean vídeos robados u órdenes internas de ministerios. Son un peligro serio para la sociedad.

Sé de muchos mayores agobiados por un cúmulo de sensaciones negativas que nos rodean. El rechazo a la vida de quienes el capitalismo considera improductivos. No pintar nada, ya. Ser un estorbo. La realidad de los amigos y conocidos que se han ido por más causas de las que cabía esperar de una pandemia. Saber de los que aún aguantan, debilitados. Una crispación que cierra horizontes de cordura, se añade. Tan injusta y contra natura. Los peores balances del coronavirus se han dado en los países con presidentes neoliberales, incluso de ultraderecha, y una personalidad destructora. Trump, Bolsonaro, Johnson. Nada bien parados salen sus correligionarios españoles, como Díaz Ayuso. Como las cúpulas del PP de Pablo Casado. La insistencia del entramado que apoya este delirio en España es lo que nos diferencia. Por eso resulta doblemente incomprensible la cerrazón de los aporreadores de cacerolas o tuits, potenciales víctimas de sí mismos. Los ha criado y engordado esta gente en sus granjas de odio e ignorancia y salen a hacer sonar sus cencerros. También aquí como en EEUU o Brasil nos han plantado dirigentes que son ejemplos del fracaso del sistema.

“Qué descorazonador no tener esperanza en el horizonte”, decía un estadounidense ayer en las redes. Y ésa puede ser la frase del mes y del año como esto no cambie en los países más afectados por esa pandemia de la irracionalidad y agresividad ultra. Vivimos en una deriva incomprensible. Hay un montón de gente a quienes les producen desolación las batallas política y mediática tan alejadas de sus problemas. El coronel destituido vuelve a ser el tema estrella mientras se orilla el dolor y hasta la desesperanza de tantos ciudadanos. El coronel nunca debió ocupar ese puesto, dirigió una chapuza de informe malintencionado. Lo grave es que este tema solo le preocupa al PP que lo encumbró y a periodistas varios. El resto nos sentimos ajenos a este baile de esgrima en el que unos combaten con un florete y otros con un mandoble. Lo que inquieta es el resultado de ese desastre.

Por aquellos que no consiguió llevarse ni el coronavirus ni la codicia y la estupidez, por los que quedan y vendrán, ha de imponerse la lógica y rechazar esta perniciosa lacra.