Me toca escribir esta columna en plena resaca. Mejor. Yo también estuve los días pasados ebria de feminismo -de historia- pero una cierta perspectiva permite salir del espacio de confort de la euforia. Poco queda que añadir sobre la grandeza de ese 8 de marzo de 2018 en que las mujeres convertimos las calles españolas en el reflejo de una deuda, de un agravio, de una injusticia, de una inmoralidad, de un hartazgo. Y de un propósito: la construcción de nuevo orden. Cabe, pues, recordar que lo que estamos celebrando, como sin duda merece, no deja de ser, sin embargo, un marco de mínimos: es un mínimo la igualdad salarial, es un mínimo la desaparición del techo de cristal, es un mínimo el respeto, es un mínimo la exigencia de poner fin a las agresiones, a la violencia contra nosotras, a los feminicidios.
La resaca nos permite una distancia de esa merecida ebriedad, una distancia que amplía también las necesidades del marco de nuestras reivindicaciones y propuestas, y de los espacios y discursos a través de los que ir formulándolas. Desde una también extendida sororidad. Pues si sororidad fue ser juntas y ser tantas. Si sororidad fue que en las calles estuviéramos todas, incluso las que no podían estar (las precarias, las internas, las presas, las enfermas). Si sororidad fue que primáramos la estrategia de esos mínimos. Si sororidad fue hacer suma feminista para hacernos presentes con tal visibilidad que nada ni nadie haya podido ni podrá obviarnos ya. Si sororidad fue hacer coloquial el uso de esta palabra, hasta acuñarla en un boca a boca que no necesita de academias pero que marcará sus agendas. Si sororidad era eso, ahora sororidad ha de ser hablarnos y escucharnos desde nuestra diversidad. Si permitimos que nos distancien las diferencias, el statu quo cishereropatriarcal, cuya maquinaria de machismo opresor está perfectamente engrasada y sigue a pleno rendimiento, podría debilitar el flamante pero aun frágil andamiaje que hemos levantado con nuestras lucha.
El mayor honor que las mujeres feministas habremos de hacer ahora a la fuerza demostrada es aplicar la sororidad del día después y manifestarnos un sincero interés por conocer, comprender y llegar a hacer converger las realidades particulares, sociales y políticas de los diversos feminismos. Esa luminosa sororidad que propició el histórico 8 de marzo de 2018 solo seguirá siendo una herramienta poderosa si las mujeres feministas la extendemos en el tiempo y nos empleamos ahora en identificar y dar relevancia a cada uno de los distintos bloques que, más o menos visibles, constituyeron el bloque unitario de estos días. También de esos bloques que se apartaron de él: es nuestra responsabilidad conocer las razones de las feministas críticas, o las que llevaron, por ejemplo, a las feministas racializadas de Afroféminas a no seguir la línea general de la huelga, compartamos o no esas razones en una primera aproximación superficial. Escuchar sus argumentos, profundizar en ellos, saber de sus realidades, ponernos en su piel para empatizar con sus decisiones y, respetando su rumbo, encontrarnos en el camino cuando hayamos reconocido su verdad.
Así también con las personas transfeministas, cuyas experiencias y procesos nos obligan a ampliar con lesbianas y transexuales los sujetos de la opresión que estamos combatiendo y a reconocerlas como parte del feminismo desde la liberación del género. Conocer su verdad. Así también con las feministas anticapitalistas, capaces de enfrentarnos a la relación insoslayable entre las estructuras del capitalismo y la explotación de las mujeres trabajadoras, de las mujeres migrantes, de las personas trans, así como del riesgo de que sea legitimado un feminismo blanqueado por un capital y un sistema neoliberal que es germen y fomento de las desigualdades. Conocer su verdad. Así también con las feministas antiespecistas, que señalamos cómo el sexismo y el especismo son formas igualmente injustificables de discriminación y cuyos patrones de dominación son semejantes. Conocer nuestra verdad.
La resignificación del feminismo que estos feminismos traen consigo es ineludible para la construcción del nuevo orden social al que necesariamente aspira el masivo movimiento que se ha puesto en marcha. La única sororidad íntegra y real que ahora será posible será la que, en su esencial generosidad, en su espíritu inclusivo, se avenga a acercarse a todas las compañeras, por extraños o ajenos que a priori puedan resultar sus planteamientos. No lo serán a posteriori. Solo escuchando –para conocer, aprender, comprender e integrar- a las negras, a las migrantes, a las trans, a las antiespecistas, el bloque de fuerza feminista que ha echado a andar será completo, verdadero y efectivo en su diversidad. Así ha de ser la auténtica sororidad.
Si no lo hacemos así, la transversalidad (ya un tanto manoseada por los oportunistas) del magnífico movimiento feminista que ha puesto en nosotras todos los ojos del mundo devendrá en una falacia. Será un gravísimo error, el de la ocasión perdida, que no estemos todas, porque si no estamos todas el feminismo no vencerá. Más aún: el cisheteropatriarcado estará atento a identificar esas grietas y a ensancharlas para reconquistar en lo posible nuestro terreno recuperado y reasignado. De hecho, los esfuerzos de apropiación y desvirtuación de lo que sucedió estos días no se han hecho esperar. Desde el propio Gobierno de Mariano Rajoy, que despreció y trató de boicotear la que se avecinaba el 8 de marzo, pero acabó poniéndose un espurio lazo morado en la solapa al ver el alcance que había cobrado, y que dejaba a su Ejecutivo y a su partido al margen de la historia, hasta el paroxismo apropiacionista de Albert Rivera, que en el colmo del cinismo, de la manipulación, de la desvergüenza y la amoralidad políticas, aunque también en el colmo del ridículo y del esperpento, se ha llegado a ofrecer para liderarnos. Le viene muy grande a Rivera entender que todas y cada una de las mujeres feministas somos líderes propias y de las demás.
Ahora es nuestro deber como feministas no olvidar quienes nos han ninguneado y traicionado antes, quienes han tratado después de incautarse de nuestros réditos, cuyo alcance en ganancia social, cultural, civilizatoria, aún es incalculable pero ya sabemos que será inmenso y hasta podríamos adelantar que infinito. Que lo recordemos cuando llegue el momento, no muy lejano, de depositar nuestro voto, feminista, en la urna de quienes habrán de representarnos en las instituciones políticas y en las administraciones públicas. Recordar a esos sindicatos y a esos partidos políticos que no estaban con nosotras hasta que vieron que sin nosotras no estarán en el futuro. Es ahora nuestro deber como feministas no olvidar que lo que estamos impulsando en un nuevo orden, y que en él no encajan esas viejas estructuras, mercenarias del machismo. Un nuevo orden que, parafraseando a Marina Garcés, ha de redefinir los sentidos de la emancipación abandonando un humanismo que es imperialismo eurocéntrico y patriarcal. El nuevo orden no ha de ser humanista, sino feminista y combatiente en lo que la filósofa define como una nueva ilustración radical cuya arma será la crítica. Para esa construcción de un nuevo tiempo y de un nuevo mundo, de una nueva era, nuestra herramienta más bella y poderosa será la extendida sororidad a la que apelo.