El submundo de las noticias de móvil
Siempre que la veo, me cuenta alguna noticia. “Los virus entran por Barajas y el gobierno no quiere hacer test”. “Nunca en la historia ha habido tanto paro como con Sánchez”. Lo dice con vehemencia y con el orgullo de ser una persona bien informada. Me la cruzo a menudo en el portal, es lista y tiene interés por el mundo que nos rodea, pero todas sus noticias son del mismo sesgo: el de la oposición con todos sus bulos incluidos. Así que le he preguntado dónde se informa. “En el móvil”, me ha dicho con rotundidad, mostrándome la oferta de noticias de Google. Casi todos conocemos a alguien así.
No somos conscientes de que la cadena de la degradación informativa que, dejando fuera el periodismo riguroso, va descendiendo a la caverna mediática, a las tertulias de refuerzo, a las redes sociales, recala y se propaga en los mensajes de WhatsApp, tiene en su último estadio “las noticias del móvil”. Durante los cuatro meses de estado de alerta y confinamiento por el coronavirus hemos vivido pegados a ese instrumento que nos conectaba con los otros y –se supone- con la realidad comunicada. Desde ahí, presumiblemente, se sigue un camino inverso, el móvil salta a WhatsApp, a las tertulias, a la prensa sesgada, a las redes y puede terminar sepultando lo que ocurre y cuenta el periodismo real. Forma parte de un todo, en realidad.
También he reparado en las noticias del móvil. Alarmada. Este viernes, me encuentro para abrir boca con el siguiente titular: “Vallés no se amilana por haber sido señalado por el panfleto de Podemos y da con la mano abierta a Echeminga” por mentir en el “caso Dina”. Así de un trago, todo junto. En engendros que se publican y que se suponen dirigen periodistas. Se refiere al comentario que el presentador de noticias de Antena 3, Vicente Vallés, se permitió hacer al terminar una declaración de Isa Serra. Vallés desautorizó -en un informativo- a la portavoz de Podemos sobre la existencia de las cloacas del Estado en su contra, sin aportar datos. Pero da igual, las noticias a veces no precisan ni tener relación directa con nada.
“Sánchez se salta el protocolo con Portugal y el Rey le pone en su sitio”, proclamaba ayer el panfleto de un controvertido tertuliano. A este tipo de periódicos y, al parecer, a quienes seleccionan las “noticias”, les gusta mucho en general que las autoridades competentes “pongan en su sitio” a los malvados seres de izquierda.
Toda la carcundia de la información, más allá de los tradicionalmente conocidos como tabloides, aparece destacada en la selección. Con insultos gruesos a sus víctimas favoritas, irrepetibles incluso, que al parecer se tragan sin problemas algunos lectores. Lo peor es cuando también vemos a medios más potentes como la COPE, en la permanente misión de atacar al Gobierno y defender cualquier cosa que diga la ultraderecha, y en ese mismo tono sensacionalista de los panfletos. Opiniones de este cariz son diarias en la cadena de los obispos.
Se busca el clickbait, lanzando el anzuelo en el titular, que genere visitas y a la vez impulse ser destacado como noticia con gancho. Las visitas que dan audiencia y se pueden presentar a los anunciantes, como ya sabemos. Pero siempre me ha parecido demasiada casualidad esa desproporción, si lo comparamos con Twitter, entre lo que todos los medios publican de continuo y lo que emite esta peculiar parcela. En el fondo su peso es mínimo en el total informativo. Pero va ganando fuerza su contaminación. O se va sumando.
“El contenido que ves en Google Noticias se selecciona mediante algoritmos informáticos, a menos que se indique lo contrario. Con estos algoritmos se determina qué noticias, imágenes y vídeos se van a mostrar y en qué orden”, explican. Bueno es que haya algoritmos a quien señalar. Dicen también que “los temas de estas secciones se eligen mediante algoritmos y están personalizados según tus ajustes y actividad anterior en Google” y eso es más raro aún. En mi caso no clico esas noticias y es más incomprensible que sigan las ofertas en esa línea tan insistente.
El problema es que ese magma sube como las filtraciones y va impregnando la cadena alimentaria de la información, como suelo decir. Más aún, de arriba o abajo o de abajo arriba, el tono insultante se está imponiendo tanto como el bulo. “Mengele” han llamado al científico Fernando Simón, jefe de Alertas Sanitarias. Las noticias de este tipo se afianzan en las tertulias en donde suele haber alguno de sus creadores y difusores y acaban en titulares de prensa de papel, con signos tan “contudentes” que han sido archivados, o acorralamientos vivos en el deseo del periódico y sobre todo en la conciencia de personas indefensas que se creen lo que leen, sin cuestionarlo o comprobarlo. Siempre ha habido secciones chuscas en algún medio. Residuales. Esto es como una mezcla de los viejos almanaques, con periódicos como El Caso y cotilleo rosa subido que tizna la política.
Y así, convierten el “Caso Villarejo” en el “Caso Dina” o el “Caso Iglesias” o el “Caso tarjeta”. A la víctima, en culpable. Quieren diluir la corrupción institucionalizada de alto y largo alcance en asuntos de cama, de poder. Ascienden a líderes de opinión fundamentada a toreros y cantantes, famosos de medio pelo, como si lo que dicen fuera relevante. En toda la cadena de este tipo de desinformación interesada, se sustituyen por chismes los temas que son realmente importantes para los ciudadanos.
Por supuesto que todavía es un síntoma y el periodismo verdadero pervive, a veces a un alto costo en esfuerzos. Pero bulos e interpretaciones sesgadas calan en algunos sectores de la sociedad con menos interés por buscar información auténtica. Allí donde están los problemas reales. De necesidades, de gobernanza en dificultades.
Datos, algoritmos, verdades y mentiras se cuelan por los canales de la tecnología en un tráfico inmenso que precisa tener los ojos abiertos. En la calle no se nos ocurre lanzarnos en tromba sin mirar, como suele explicarse. Aquí sí. Y quien muere o queda mutilada es la información y a la postre, la democracia.
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