¿Importan solo las causas que defendemos o quizá importan también los argumentos con los que las defendemos? La gestación subrogada genera rechazo, ya no dentro del feminismo, sino en un sector amplio de la sociedad española. La imagen de Ana Obregón saliendo de un hospital de Miami en silla de ruedas con una bebé en brazos por la que ha pagado convenientemente ha encendido de nuevo la conversación al respecto de esta práctica, ilegal en España, pero permitida si tienes dinero para pagarla allá donde es legal.
Ese es el meollo del asunto: a día de hoy existe un mercado reproductivo del que nuestro país es parte y cuyas reglas las pone fundamentalmente el capital. Como si de otro mercado se tratara, la posición económica y el estatus personal permitirá a cada persona acceder o no a una serie de técnicas y prácticas que, en última instancia, llevan a un hijo. Hasta el punto de que es la posibilidad económica lo que permite que Ana Obregón eluda la cárcel: si en lugar de en Miami se le hubiera ocurrido pagar a una mujer para que gestara y pariera un hijo para ella en Soria es muy probable que a estas alturas ya estuviera detenida y acusada de falsedad documental y tráfico de seres humanos.
Algunas de esas técnicas y prácticas implican material genético de terceras personas e incluso utilizar su capacidad reproductiva. Es el caso de la gestación subrogada (una práctica, no una técnica de reproducción asistida), el supuesto más extremo de todos por las implicaciones físicas, temporales y emocionales de un proceso que dura al menos nueve meses. La gestación como actividad comercial parece algo fácilmente cuestionable: ¿debemos poder comercializar nuestra capacidad reproductiva como si se tratara de otro bien de mercado?, ¿es ético permitir contratos comerciales que, además de pagos económicos, incluyen cláusulas que condicionan a esas mujeres?, ¿qué consecuencias tiene eso para las más precarias?
Hay, sin embargo, otras técnicas que implican material genético de otras personas y que parecen fuera de todo debate. Es el caso de la donación de gametos o incluso de la donación de embriones, prácticas perfectamente permitidas en nuestro país e incluso protegidas por un anonimato que colisiona con el derecho personal a conocer los propios orígenes. Esas técnicas parecen, sin embargo, fuera de toda duda o, al menos, fuera de la conversación, a pesar de que implican transacciones económicas, beneficios para clínicas privadas y procesos físicos y psicológicos para donantes que sufren las consecuencias y reciben dinero a cambio.
Hay, sin duda, grandes intereses económicos en juego, y no solo en la gestación subrogada. España hace negocio con sus clínicas de fertilidad. Me pregunto, también, si la aceptación de esas técnicas no tiene que ver con que quienes acuden a ellas como salida a este callejón paradójico del retraso de la edad de maternidad y los problemas de fertilidad son mujeres como nosotras. Son nuestras amigas, nuestras hermanas, nuestras compañeras de trabajo. Es ya 'lo normal'.
Como en cualquier otro mercado, el debate gira sobre su regulación: regular o no, permitir o no, con qué tipo de normas, de criterios, con qué principios. El problema es que, hasta ahora, ha primado la desregularización. Nos falta una conversación colectiva y un debate político largo y serio sobre dónde queremos poner los límites de lo posible, sobre qué prácticas nos parecen aceptables y cuáles no, qué es ético y qué no, sobre cómo podemos quitarle margen al mercado y dárselo a lo público, también en esto, en la posibilidad de ser madres y padres. Solo así podremos generar un consenso que permita el mejor marco legal posible para asuntos que, nos guste o no, ya exceden la capacidad de legislar de un solo país.
Argumentos peligrosos
Vuelvo a la pregunta inicial: ¿Importan solo las causas que defendemos o quizá importan también los argumentos con los que las defendemos? La necesidad de frenar la lógica mercantil y de marcar los límites bioéticos de las prácticas médicas debería ser la guía para dar esta conversación. Sin embargo, el caso de Ana Obregón ha servido para que salten muchos otros argumentos que suelen esgrimirse para repudiar la gestación subrogada y que pueden ser controvertidos, peligrosos o contener algunos sesgos.
“Ya nunca volveré a estar sola”, decía Ana Obregón el miércoles por la tarde en su cuenta de Instagram en una explicación que suena escalofriante: los hijos como instrumento para conseguir algo, y a cualquier precio, nunca mejor dicho. Y, sin embargo, he visto cómo muchas personas razonan de forma similar por qué tienen hijos biológicos. He escuchado a quien explicaba que ya había llegado el momento de tenerlos porque su grupo cercano de amistades había pasado a esa etapa y se estaban quedando sin planes. También a quienes los tienen porque no quieren quedarse 'solos' cuando envejezcan o a quien busca garantizarse un cuidado en el futuro.
¿Son esos argumentos moralmente aceptables? ¿Quién valida los motivos para tener un hijo? Es más, ¿por qué tenemos hijos? La soledad, la tristeza, querer llenar un vacío vital o no querer perderse la experiencia son razones por las que muchas personas deciden lanzarse a la maternidad y la paternidad. La pregunta es si solo vamos a juzgar los motivos de quienes no los pueden tener biológicamente o si, independientemente de las razones que muevan a cada cual a formar una familia, vamos a decidir colectivamente qué prácticas nos parecen moralmente aceptables, qué estamos dispuestos a permitir y qué no, y si la gestación subrogada nos parece una práctica mercantil aceptable.
Es un deseo, no un derecho. Es uno de los argumentos más esgrimidos contra la gestación subrogada: ser madre o padre es un deseo, pero eso no lo convierte en un derecho y, por tanto, no hay por qué aprobar cualquier medio que permita conseguir ese objetivo. Estaba de acuerdo con esta premisa hasta que pensé en qué sucedería si la extendemos a la reproducción asistida. Hay quien podría utilizar esa frase para argumentar recortes en la reproducción asistida en la sanidad pública a parejas o mujeres solas. Si es un deseo y no un derecho, ¿por qué sufragar esos gastos a quien no puede tener hijos sin intervención médica? No defiendo en absoluto que sea así, pero sí cuestiono el argumento.
“Les roban a los niños”. Es otra de las frases que se repiten a veces para hablar de la situación de las mujeres que gestan y paren. No tengo duda ninguna de que habrá mujeres arrepentidas que quieran quedarse a esos niños y a las que no les dejen, pero dar por hecho que es la situación de todas y que se los 'roban', ¿no es mucho presumir? Sea por coacción, por necesidad económica o por cualquier otro motivo, habrá muchísimas mujeres para las que quedarse ese bebé sea más problemático que otra cosa cuando ya habían decidido entregarlo. Suponer que una mujer quiere quedarse un bebé por el hecho de gestarlo y parirlo es dar por hecho la voluntad de muchas madres que, por diferentes circunstancias, pueden preferir no hacerlo, sin necesidad de que eso constituya un 'robo'.
No planteo estos razonamientos para justificar o defender nada. Sí lo hago como reflexión: no todo vale a la hora de argumentar y puede haber ideas que, lanzadas incluso desde la buena intención, terminen esencializando o reproduciendo ciertos sesgos nada beneficiosos para otras causas. La última pregunta podría ser: ¿a quién beneficia el mercado reproductivo actual y sus normas?