En la película ‘Licorice Pizza’ aparece retratado un joven aspirante a alcalde desastrosamente idealista. Su historia, secundaria en la trama, está basada en el político Joel Wachs, el que fuera miembro del Concejo Municipal de Los Ángeles de 1971 a 2001. En un momento de la película, uno de los trabajadores de su equipo le dice a la protagonista, Alana Kane: “Él jamás llegará a ser alcalde, siempre se olvida de todo”. La historia retrata el Hollywood de los 70, en España ese amago de Joel Wachs tendría muchas papeletas de convertirse en alcalde, precisamente porque se olvida de todo.
Esa tendencia hacia el olvido y desconocimiento podrían parecer dos contundentes defectos políticos, salvo en España, donde se convierten en un activo. La amnesia bufonesca alcanza su sintomatología más aguda cuando entra en juego la sospecha de corrupción o de un comportamiento éticamente reprobable. Entonces nadie sabe nada, es la primera noticia que tengo, me he enterado por la prensa, ese partido del que usted me habla, esa política de la que usted me habla, esa noticia de la que usted me habla. En el comunicado que Isabel Díaz Ayuso emitió el viernes, y en el que afirmaba que su hermano Tomás Ayuso había recibido un único cobro de 55.850 euros, más IVA, por sus gestiones en la compra de las mascarillas desde China a Madrid a través de la empresa Priviet Sportive (empresa de un amigo de ambos), también apuntaba que ella supo la existencia de ese contrato cuando le informó Pablo Casado, no antes. En las horas previas ni siquiera sabía qué cantidad había cobrado su hermano, tal y como aseguraba en una entrevista en la Cadena Cope. Del mismo modo que nadie en la dirección del PP, por supuesto tampoco Pablo Casado, sabe nada de los supuestos detectives contratados para investigar una irregularidad en el contrato de mascarillas; tal vez el primer caso de detectives que iban por los pasillos con la acreditación fuera del bolsillo y no por dentro, presentándose como tales: “Encantado, vengo a investigarle”. El argumento socrático de “solo sé que no sé nada” es un punto recurrente de encuentro filosófico, porque para aprender algo siempre debes empezar confesando tu ignorancia. En la política, a diferencia de la filosofía, lo primero que uno tiene que aprender es a parecer ignorante en determinadas ocasiones, aunque no lo sea.
Con el caso Ayuso, y con esta eliminatoria final en la que se ha convertido el PP, hemos entrado en España en una fase hasta ahora desconocida en la lucha contra la corrupción o ejemplaridad política. El foco mediático y emocional del votante no está puesto en la supuesta irregularidad que se pudo cometer, sino en quién ha filtrado esa irregularidad y con qué intención deshonesta lo ha hecho. Como si expulsasen de clase al alumno que le dice al profesor que un compañero está copiando. Expulsado por chivato y por sembrar división en el aula. Claro que en, en este caso, el mismo que filtró que un compañero estaba copiando decidió autoexpulsarse de clase al día siguiente. Bueno, y puede que autoexpulsarse de toda la escuela. Puede que, incluso, ya esté mirando algún curso de gestión en ganadería intensiva.
Hace tiempo que la corrupción o falta de ejemplaridad se convirtió en una convicción autocomplaciente por parte del votante de que la política es así, de que los argumentos amnésicos son normales, de que ciertos comportamientos moralmente reprensibles son razonables por habituales, porque claro, todos los políticos son iguales. Así que ya apenas importa si hay sospecha de un caso de corrupción, lo importante es que mi político supuestamente corrupto sea mejor que el tuyo.