Telebasura caritativa: 'buena' y barata
Hace algunas semanas que la televisión pública estatal nos regala cada tarde un largo programa de telebasura, muy útil para justificar los recortes del Gobierno en su respuesta a la crisis económica que estamos viviendo. Se llama Entre todos. Su objetivo es recabar ayuda para necesitados, para personas afectadas por la crisis económica. Ayuda procedente de las personas corrientes, los iguales a los necesitados, aunque un poco menos necesitados que ellos. Algunos de sus lemas más representativos y reveladores de lo que se pretende son los siguientes: “Desde abajo se lucha contra la crisis”. O “nosotros no hemos inventado la solidaridad, la tenemos en el ADN de España”. Estas frases, y otras muy similares, se repiten insistentemente a lo largo de sus casi tres horas de duración.
Las ayudas que se piden son de lo más básico: ayuda para comprar libros de texto, para el comedor escolar de los niños, para comprar gasóleo para la calefacción del invierno, para reparar una casa que se muestra muy deteriorada, para montar una pequeña tienda de artesanía o un bar... Los espectadores parecen responder con su solidaridad aportando cantidades variables, más bien pequeñas, de dinero, así que el programa consigue sus objetivos. Objetivos de ayuda y de educación pública.
Nada más inocente y aparentemente positivo. Los valores son muy presentables, de los mejores: la solidaridad, la ayuda, el apoyo, el ánimo a los otros. La presentadora es sencilla, nada sofisticada, natural... Como cualquiera de los espectadores, repite calzado y ropa; no desentona en absoluto con los necesitados a los que ayuda a conseguir dinero. Nada de glamour añadido, ni de erotización de su imagen, ni de elegancia peculiar, ni de singularidad.
Es una operación de superposición de la presentadora con los protagonistas del programa, lo que la hace más creíble. Porque no se trata solo de sincronía y de continuidad en su imagen. No. La presentadora es uniforme también con ellos en su situación y en su conducta. De ahí, las comparaciones que continuamente hace con su propia situación actual o pasada, su familia o sus propias costumbres. Del mismo modo, la presentadora siente su pena y confiesa cómo le impacta la necesidad de los otros. Pero los sentimientos que se despliegan son únicamente la simpatía y la lástima. Simpatiza con todos en las cuestiones que conoce, la lástima es la principal cosecha emocional que provoca en los espectadores, y el llanto, el principal desbordamiento emocional de los necesitados. Llanto de agradecimiento.
El desbordamiento emocional está muy dirigido y muy planificado. No se esperaría ni se toleraría una explosión de rabia por haber perdido un derecho, el comedor escolar o la ayuda para los libros, ni por haber intentado infructuosamente conseguir un pequeño crédito por los canales lógicos, la solicitud a la banca.
No… Sólo un lamento insistente, una lástima por la situación actual como si se tratase de una fuerza misteriosa, sin responsables, la crisis. Qué maravillosa palabra. Antes de la crisis... Después de la crisis. Pero ¿quién intervino en las pérdidas de la crisis? ¿Quién desahució? ¿Quién quitó los cinco camiones que tenía una pareja, con los que trabajaba y con los que daba trabajo? ¿Quién retiró la ayuda para libros que tenía una familia de cuatro hijos? ¿Quién suprimió la ayuda del comedor escolar? No importa el quién, es mejor darlo por perdido y evitar la responsabilidad echándosela a la despersonalizada crisis. Renunciar a la reivindicación y acudir a la caridad y la compasión de los demás.
Es un programa fácil de ver. Los espectadores entienden muy bien lo que es la necesidad y la conducta de ayuda. Son sensaciones y conductas muy básicas, muy universales. No es difícil conseguir audiencia, aunque no me parece tan fácil mantenerla, precisamente por la simplicidad y monotonía de su guión. No contiene nada de violencia, se diría desde una mirada superficial. Pero ¿acaso no implica violencia la exposición al público de la necesidad, de los aspectos más íntimos del sentimiento de privación, de escasez y malestar? El espectador consume el dolor de las víctimas del mismo modo que en la presentación de víctimas de la guerra, catástrofes o terrorismo consumimos la visión de sus cuerpos fragmentados. Ellos son las víctimas, y de la misma forma que se puede devorar el daño o el dolor de los afectados por atentados, se puede devorar el dolor y la humillación que representa ponerse en manos de un público al que se le pide ayuda… Consumir el agradecimiento de los necesitados, desde la fácil posición de quienes no lo son. Me gustaría saber cómo se sienten los protagonistas tras el programa.
El programa es muy barato para los emisores. Basta con varios periodistas que se desplazan a diversos lugares y un teléfono para recoger la ayuda. Los necesitados pagan con su imagen el coste del programa, ya que no reciben (espero) dinero alguno del espacio sino de los propios espectadores. Los que piden no se quejan ni reivindican sus derechos, simplemente piden. El precio, la exposición pública de su imagen.
Pero lo más deplorable de todo es cómo se promociona la sustitución de la necesaria ayuda de la sociedad, el Estado, por la ayuda mutua de los iguales, pretendiendo que la solución a la crisis depende de la ayuda económica de los otros. La sustitución de la conducta política necesaria por la conducta moral, voluntaria. En eso también pretende que le salga barato al Estado.
Todo el montaje está sustentado en supuestos falsos y distorsionados. Ni resuelve los problemas ni invita a que se encuentre una solución aceptable. Por otra parte, distorsiona interesadamente la presentación de los personajes.
En primer lugar, la mayoría de las necesidades que se cubren de este modo deberían ser cubiertas por el Estado. ¿Es normal solicitar ayuda para comprar libros de texto cuando más de medio millón de niños han perdido esta ayuda en el momento en el que más lo necesitan? ¿Puede un programa resolver las necesidades de este medio millo de niños? ¿Resuelve algo que una familia consiga la ayuda para comedor de sus cuatro hijos cuando se han suprimido tantísimas ayudas de comedor? ¿Resuelve algo que una persona consiga 8.500 euros de ayuda para montar una pequeña empresa cuando los bancos se tragan toda la ayuda pública sin facilitar el mantenimiento del crédito para las pequeñas empresas, que tienen que cerrar o que no pueden abrir?
En segundo lugar, es llamativa la estereotipia con la que se describe a estas personas. Todos son esforzados, positivos y, a la vez, muy solidarios. Y muy familiares. Es notable la insistencia en la dimensión de adaptación familiar tanto de los necesitados como de los ayudadores. Los “necesitados” no son seres devastados por lo que han vivido. Son presentados como exentos de daño real. Afectados solo en algo muy temporal y superficial. Y siempre manteniendo un milagroso espíritu positivo y un ánimo, que, al final, es lo que resuelve todo. El espíritu positivo tan cómplice del individualismo, que nos dice soterradamente “solo se salva el que quiere” y “la salvación depende solo de ti mismo”. La realidad de los efectos de la crisis es muy otra, mucho más devastadora, deteriorante, compleja y ambivalente. No nos engañen con señuelos.
Y como agente educativo socializador, ¿que efectos pretende el programa? ¿Que todos hagan lo mismo cada uno en su contexto, en su pueblo, su barrio, en su bloque de pisos? Aquí se persigue en cada uno de los programas: “Si todos fueran como tú, se acababa la crisis inmediatamente”. Es una invitación a acudir a los otros, a la vez que una renuncia a la reivindicación social de los derechos, a la denuncia de las condiciones indignas derivadas de las decisiones políticas y de la estructura de los poderes sociales. Una desculpabilización de las decisiones públicas, y una clara complicidad con los poderes sociales, que no acuden a la solución de derechos tan básicos.
No, no nos engañen. La crisis se acabaría si hubiera justicia social y se atendiera a los afectados conforme a sus derechos. La solidaridad es muy deseable para resolver muchas situaciones, pero nunca para sustituir las obligaciones de un Estado con sus miembros más desprotegidos.
Manifiesto mi respeto a los espectadores y especialmente a los que piden y consiguen ayudas en este programa. Pero prefiero Sálvame. La llamamos telebasura pero, al menos, se paga a los protagonistas. En Sálvame se busca, se acentúa, se promociona, se prepara y se vende lo negativo de los personajes, pero, al menos, se reconoce claramente sus intenciones. Dentro de su impostura son mucho más realistas y despolitizados. Me resulta mucho más manipuladora y peligrosa la telebasura caritativa.